No hubo buenas noticias en la semana para la Argentina. Ni siquiera la ilusión que generó el triunfo de la selección nacional contra Nigeria alcanzó. La derrota de ayer contra Francia terminó con una esperanza a la que también se había atado el Gobierno. La Copa del Mundo no ha servido –ni hubiera servido– para tapar las malas noticias que devuelve una realidad económica que hoy desborda al Gobierno, en cuyo interior se viven situaciones de tensión y desconcierto. Los pases de factura entre distintos funcionarios del área económica están a la orden del día. Nadie quiere cargar con la mochila de asumir la responsabilidad sobre las malas decisiones que se han venido tomando a lo largo de estos tres últimos meses. Esta crisis tiene un 30% de origen internacional y un 70% nacional. Nuestro país duplica la devaluación de los países emergentes y duplica también el índice de riesgo país. Desde un punto de vista estrictamente técnico, lo más preocupante de todo esto es que, con la situación actual, la corrida no es solo contra las acciones de empresas sino también contra los bonos argentinos. Esto hace que la tasa de interés a pagar por el financiamiento se acerque al 9 o al 9,5%. Cuando se llega a ese guarismo, el financiamiento disponible en el mundo se acaba. Ese rango de tasa supone un nivel de riesgo que ningún inversor internacional está dispuesto a correr.
En el Gobierno se preguntan por qué, si hicieron todo lo que había que hacer, se fue al Fondo, se logró la calificación de país emergente y se está planteando una reducción del déficit fiscal, se está viviendo este desasosiego.
Respuestas. Los analistas responden a estos interrogantes con contundencia: se llegó tarde con todos los ajustes, circunstancia que, sumada a la ola de inestabilidad que golpea a los mercados internacionales de modo hasta aquí imparable, dejó al país en un alto grado de vulnerabilidad. La Argentina tuvo dos años y medio con un gobierno diferente, que se pensó diferente, se manifestó diferente pero que, más allá de algunas medidas que fueron exitosas, no actuó en consecuencia con esos postulados.
El entusiasmo por la Argentina hizo que, en casi dos años, fueran pocos los que miraran los números reales y no se quedaran solo con la orientación política y económica de la actual gestión. Estos pocos, que analizaron en profundidad y con seriedad los números de la economía, venían advirtiendo desde hace más de un año acerca del riesgoso camino por el que se transitaba. A todos ellos, el oficialismo los desoyó.
Otra cosa que tomó por sorpresa al Gobierno y a los mercados internacionales es que la Argentina, a la que hasta hace tres meses se la veía como un lugar altamente atractivo para posibles inversiones, en 15 días haya pasado a ser un país mendicante del auxilio presuroso del Fondo Monetario Internacional, y no para mejorar sino para mantenerse a flote. Cuando se hace la síntesis de todos estos hechos hay que considerar que, después de dos años y medio de gobierno, la Argentina está con una inflación proyectada por encima del 30% –más cercana al 35-40% en términos anuales– y muy por encima de la de por sí alta inflación que dejó el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. A ello hay que agregarle una vuelta a la entrada en recesión, una posible caída del producto y el aumento de la pobreza. Esto equivale a decir que de las promesas de campaña hechas por Macri –pobreza cero, reducción de la inflación, eliminación del mínimo no imponible a los salarios y lluvia de inversiones– ninguna se ha cumplido.
Lo que está ahora en duda es si el acuerdo con el FMI se va a cumplir o no. Y esto depende de la política. La reunión del Presidente con los gobernadores peronistas apuntó a despejar esas dudas. Con la foto no alcanza. La reducción del déficit fiscal tiene que plasmarse en hechos. Eso obliga a replantear muchos de los objetivos y proyectos trazados en los presupuestos de cada una de las provincias. “Tenemos que replantear todos los números”, reconoció sin vueltas María Eugenia Vidal. Si el Gobierno no anuda compromisos serios con los mandatarios peronistas para trabajar conjunta y seriamente en la reducción del déficit, lo firmado con el Fondo será cartón pintado.
Hay un tema comunicacional muy discutido dentro del PRO, más que de Cambiemos, acerca de hasta dónde anticipar a la gente las dificultades venideras. La gran discusión que hay es si se sigue vendiendo optimismo o si se le dice a la gente que habrá que pasar el invierno y parte de la primavera y quizás empezar el verano y todavía estar discutiendo si la Argentina va a estar mejor o no.
Decisión. Por eso hubo una ronda de consultas con un planteo: ¿quiere Macri ser el presidente recordado por el ajuste o no? Esta es la clave del momento, porque las medidas económicas que lograran mejorar el perfil internacional de la Argentina tendrían un efecto positivo apreciable en la economía real de aquí a 9 o 12 meses. Y ahí aparece el cálculo político: se estaría al borde de las PASO. Por ende, una de las discusiones es si utilizar el financiamiento internacional para hacer un poco más de populismo o forzar el ajuste, comunicarlo y ganarse la confianza de la gente.
Este dilema genera discusiones en la mesa chica en la que Vidal y Horacio Rodríguez Larreta tienen peso propio. Ellos viven mucho más la complejidad del día, a diferencia de lo que impera en la Jefatura de Gabinete que, con Marcos Peña a la cabeza, hace de la planilla de Excel una biblia. Con Mario Quintana corrido un poco del centro de la escena, las críticas internas hoy hacen blanco no solo en Peña sino también en Gustavo Lopetegui.
No son estos los únicos enfrentamientos que hay dentro del oficialismo. El proyecto de ley de despenalización del aborto ha generado cortocircuitos que prometen acentuarse. Ni que hablar con el Papa. La gestión del secretario de Culto, Santiago de Estrada, para mejorar las cosas terminó en un fiasco.
Este es un momento de necesaria reflexión para Macri. Al Gobierno le faltan funcionarios de jerarquía para enfrentar las dificultades con muñeca política y sin improvisaciones.
Producción periodística: Lucía Di Carlo.