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Donald Trump como Dr. Insólito

Lo que mayor furia le produce a Trump de ese artículo anónimo no tiene que ver con lo que dice, sino con que el señor presidente no sabe quién lo escribió.

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La publicación de la carta anónima en New York Times abrió el debate entre periodistas. | AP

No es fácil estimar el daño que puede causar el ritmo de un papelón semanal. Las corporaciones no repudian a su jefe de Estado. Encara una política que les es favorable. Eso sí, los dirigentes de esas grandes empresas cierran fuerte los ojos y tapan los oídos cada vez que Donald Trump abre la boca. En el día a día las insólitas metidas de pata no alteran la política de campaña. Hay que sufrir dos años más.

Y para vivirlos es esencial una prensa libre. Bien por el New York Times al publicar ese artículo. Era necesario, a modo de información y de advertencia al electorado.  Fue anónimo, pero no deja de ser aceptable dar ese tipo de información cuando el ambiente político lo justifica. Me hubiera dado enorme placer publicar un artículo así.

En lo personal es diferente. Lo que mayor furia le produce al Sr. Trump de ese artículo anónimo no tiene que ver con lo que dice, sino con que el señor presidente no sabe quién lo escribió.  Pensar en su carácter lleva inevitablemente a la conclusión de que al presidente le hubiera encantado poder humillar a alguien, en alguna parte del planeta, con una bufonada anónima (o frontal) que tuviera a todos riéndose del herido y a la vez expresando su preocupación por el futuro del mundo, que está en manos de Trump. 

Jugando en otro rol, que no tiene nada que ver con libertad de prensa, gente como el presidente necesita que la víctima no tenga idea de quién es el autor anónimo de la chanza (claro, no sabemos quién escribió el artículo). Eso es lo que más divierte al victimario con la personalidad de Donald Trump. Lo que más irrita al payaso es que se lo tome en serio. El payaso está para hacer reír, si bien en las tragedias ese cómico es la figura de mayor angustia. De igual forma, el que cree hablar en serio no quiere ser motejado como artista de “stand-up”. Entonces, el hecho de que alguien, funcionario bajo el techo de la Casa Blanca o autor satírico descansando en el bar ejecutivo en la terraza del New York Times, le ganó al presidente de los EE.UU. en un juego casi sádico que al presidente le hubiera divertido jugar.

En el grito de “traidor” o “cobarde” contra su crítico anónimo Trump no reflejaba su preocupación por los adjetivos que se hayan vertido en el artículo. Eran lo de menos.  Ni siquiera parecía preocuparle esa frase puntual que dice “La raíz del problema es la amoralidad del presidente”. La etiqueta de amoral por lo general no queda pegada cuando es aplicada a un amoral.  Los argentinos tenemos experiencia en este rubro.   Cuando regresé a Buenos Aires en 1994, la esposa de un miembro del gabinete nacional me espetó: “Vos no conocés al presidente, pero Menem es un amoral”. El comportamiento y actitud de don Carlos Saúl Menem justificaba la descripción.

Lo insólito pareció la sospecha ventilada también por la BBC que la carta pudo surgir del vicepresidente Mike Pence, en un esfuerzo personal por salvar el sistema democrático en EE.UU. La negativa fue rotunda.

Lo cierto, ya dicho,  es que en algún lugar de la Casa Blanca o del New York Times hay personas que están temblando de miedo o desternillándose de risa. El presidente de los Estados Unidos quisiera saber quién es para felicitarlo secretamente por el efecto contundente del anónimo neoyorquino. Al no tener identificación, Trump descargó contra el diario diciendo que se está fundiendo y que sus libelos son inventos. El lenguaje oficial expresado por el presidente refleja profunda indignación. “Entréguenlo de inmediato por razones de seguridad nacional”. O los dichos de la severa señora Sarah Huckabee Sanders, secretaria de prensa de la Casa Blanca, en lenguaje muy serio pero risiblemente adecuado: "La persona detrás de esta pieza ha elegido engañar, en lugar de apoyar, al presidente legítimamente elegido de los Estados Unidos… No está poniendo al país primero, sino poniéndose a sí mismo y a su ego por encima de la voluntad del pueblo estadounidense". Es la más clara descripción del mismo Trump.

Es inevitable que todos los patriotas liberales en Washington y New York, y en los territorios demócratas, todos esos vegetarianos limpios de alma, se vean alarmados por las andanzas del inquilino del palacio y por el futuro de su país. Es muy natural la ansiedad que causa Trump cuando se despacha contra Vladimir Putin, los inmigrantes, casi toda la gama del Partido Demócrata y, más recientemente, contra el famoso periodista Bob Woodward y su último libro, Terror. Trump en la Casa Blanca (Fear. Trump in the White House) que el presidente considera que lo representa con malicia.

Sea quien sea el autor de una forma u otra, esto ya sucedió, si bien en formato diferente. Los norteamericanos lo han visto en sus películas. Era Peter Sellers de jardinero a presidente en Estar ahí (Being There, 1979)  con libro de Jerzy Kosinski y dirección de Hal Ashby. También fue un John Travolta como un ficticio Bill Clinton en Colores primarios (Primary Colors, 1998) dirigida por  Mike Nichols, sobre la novela anónima de Joe Klein, en cuya redacción la BBC vio un parecido con la carta del NYT. Quizás hasta podemos verle paralelos con Peter Sellers en Dr. Insólito (Dr. Strangelove, 1964), dirigido por Stanley Kubrick. 

Lo insólito pareció la sospecha ventilada también por la BBC que la carta pudo surgir del vicepresidente Mike Pence, en un esfuerzo personal por salvar el sistema democrático en EE.UU. La negativa fue rotunda. Seguramente todo esto será material para una novela y una película.

 

*Defensor de los Lectores del  diario PERFIL entre 2007 y 2012.