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El arte de la biografía

Osvaldo Lamborghini, una biografía, de Ricardo Strafacce –recientemente publicado por la editorial Mansalva– es un libro extraordinario por múltiples razones. La mayoría de ellas pertenecen al orden del texto, a la precisión de la investigación, a la desmesura del proyecto, a la potencia de los documentos fotográficos, a la arbitrariedad y la malicia de muchos pasajes, a lo llevadero que se hace leer sus 837 páginas.

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Osvaldo Lamborghini, una biografía, de Ricardo Strafacce –recientemente publicado por la editorial Mansalva– es un libro extraordinario por múltiples razones. La mayoría de ellas pertenecen al orden del texto, a la precisión de la investigación, a la desmesura del proyecto, a la potencia de los documentos fotográficos, a la arbitrariedad y la malicia de muchos pasajes, a lo llevadero que se hace leer sus 837 páginas. Pero hay otra razón –tan importante como la primera– que también lo vuelve extraordinario, es decir, fuera de lo común. Ya no el texto, sino el contexto: en la Argentina casi no se escriben biografías de escritores. De vez en cuando se editan colecciones de biografías de kiosco, vidas trivializadas, libros carentes de cualquier interés. Pero biografías en serio, encaradas como un proyecto personal (el autor de la biografía exponiendo la vida de alguien para decirnos algo sobre el estado del mundo) hay muy pocas entre nosotros.
Como el arte de la biografía me es ajeno, y además no soy un gran lector del género (por ejemplo no leí Borges de Bioy, y no sé si lo leeré algún día, más allá de que el libro no parece pertenecer al genero “biografía”) casi que podría alegrarme su poca presencia. Pero me alegraría si ocurriera por “buenas razones”: por pensar que la escritura es más interesante que la vida y que el texto, más importante que su autor; por especular que en un texto lo crucial es la sintaxis y no cosas ajenas a ella, por desmitificar la figura del escritor y su mito personal (ambas veleidades pequeñoburguesas). Pero no. No es el caso, nada de ello ocurre. Si en la Argentina se escriben muy pocas biografías es lisa y llanamente por lo pacato de nuestro campo intelectual, por lo timorato de su modo de funcionamiento, por sus relaciones llenas de prebendas y pequeños negocios, por la irrelevancia de la mayor parte de la crítica literaria, por la falta de editores con cierta erudición, y por la pereza intelectual y la falta de ambición literaria de buena parte de los escritores e intelectuales.
Recuerdo ahora, sin embargo, dos grandes biografías nacionales. En realidad, ninguna de las dos son estrictamente biografías sino que, en su afán biográfico, terminan reformulando el género, señalando sus límites, inventando un género nuevo: Borges a contraluz, de Estela Canto y La operación Masotta (cuando la muerte también fracasa), de Carlos Correas. Ambos libros tienen algo más en común: es el mejor que cada uno escribió. Olvidada con cierta injusticia, Canto no es una mala escritora. El estanque y La hora detenida, por citar sólo dos de sus libros, son mucho mejores que las novelas femeninas que habitualmente ganan el Premio Clarín, y Los reportajes de Félix Chaneton, la única novela que escribió Correas, ameritaría ya mismo su reedición. Pero en esas dos biografías los autores llevan su talento a otra dimensión. En La operación Masotta, Correas crea algo nuevo: la biografía de otro (Masotta) como autobiografía (de Correas) y además, en contra (de ambos). Sartreano, Correas retoma la noción de mala fe, pero para pervertirla, para hacerla añicos. La primera vez que leí el libro (en la edición original de Catálogos en 1991) y todas las otras veces que lo releí (a mediados de los 90, y luego para editarlo en Interzona en 2007) tuve la impresión de que ésa era la biografía que podía haber escrito Osvaldo Lamborghini, si le hubiera interesado escribir biografías.
Borges a contraluz –publicada apenas dos años antes que el libro de Correas por Espasa Calpe– es más sutil, su maldad es menos enfática, aunque igualmente notoria. Antes que de Borges, puede leerse como un retrato oblicuo de Leonor, la malvada madre del desdichado Jorge Luis. El anecdotario de Borges es inagotable (de nuevo el mito del escritor) pero la biografía que le consagra Canto (su novia de los años 40, a quien dedica El Aleph) no es menos seductora.