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El futuro siempre cobra las deudas

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Drama. La pobreza trepó hasta el 40,9% en el primer tirmestre del año. | cedoc

Oscar Alende (1909-96) fue gobernador de Buenos Aires durante el desarrollismo del que se escindió en 1972 para fundar el Partido Intransigente, núcleo duro de un progresismo democrático por dos décadas más. En los ’80 solía ser interpelado por el mismo interrogante: cómo cumpliría sus generosas promesas electorales. Y su salida era siempre la misma: el aliento a la oferta para equilibrar la economía más arriba y no más abajo. Un seguidor heterodoxo de la supply-side economics que Ronald Reagan proclamaba por aquella época en los Estados Unidos.

Nunca pudieron comprobarse la veracidad de los postulados del eterno candidato presidencial porque nunca pasó de un expectante tercer puesto. Pero era la única respuesta que el marco conceptual del campo nacional y popular podía encontrar para no terminar en un ajuste descontrolado como el Rodrigazo de 1975. Las variables encontraban salvajemente su punto de equilibrio, desencadenando un proceso de retroalimentación de expectativas volcadas a una carrera de precios, salarios y tipo de cambio. El saldo final: muchos más pobres, desaliento al empleo y ruptura de la cadena de producción; pero sobre todo marcada a fuego: la incertidumbre es a regla.

Desde el inicio de la pandemia, muchos analistas intentaron comparar la crisis económica que sobrevendría inevitablemente a la inactividad obligada por las cuarentenas y demás medidas sanitarias preventivas. Pero 2020 encierra muchas diferencias con otras épocas. La principal es que, habiendo probado muchos caminos por todos los gobiernos. La escasez principal no es de dólares, sino de confianza en un programa económico previsible y, cómo recuerda a cada rato, el ministro Martín Guzmán, que sea sostenible, consistente e inclusivo. El Presidente también insistió con una limitación: no deposita sus esperanzas en un plan sino en medidas concretas. En léxico futbolero, es apostar por fichar jugadores en lugar de contratar a un buen técnico. Pero el desafío mayúsculo de las incógnitas que las largas cuarentenas alimentaron las expectativas es cómo se articularían dichas medidas sin un plan maestro que las ordene y, sobre todo que marque las prioridades. A esta altura del año, los desequilibrios antes de marzo, lejos de desaparecer, ensancharon las brechas con las que se caracteriza la economía argentina: una diferencia visible entre los valores oficiales o permitidos y los de equilibrio. Además de la remanida brecha cambiaria, para la que la batería de medidas es una manera de gestionarla en lugar de eliminarla; también está presente en el mercado de bienes, en las tarifas de servicios públicos y del trabajo. Durante décadas, el rojo permanente de las cuentas fiscales (casi el 10% de los últimos 70 ejercicios terminaron con cuentas saneadas) llevó a tomar medidas que en el corto plazo fueron un remedio, pero con el tiempo, forjaron una dependencia que fue destruyendo la estructura de muchos de los mercados que se proclamaban organizar. Cualquiera de las soluciones para reestablecer los equilibrios en donde hoy reina la incertidumbre y el desequilibrio tiene consecuencias agobiantes para otros aspectos de la economía.

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La reciente medición de la pobreza que arrojó un promedio de 40,9% para el primer semestre de este año podría ser aún mayor para el segundo aun cuando mucha de la producción se reestablezca. La estadística también mete la cola en la construcción de este índice, pero el árbol no debería dejar de obstruir al bosque: la principal variable que explica un nivel de pobreza estructural es la falta de empleo de calidad. Cuestión agravada pero no originada en la pandemia. El empleo privado formal, pilar sobre el que se organiza toda la legislación laboral, el diseño sindical y el funcionamiento de las obras sociales, se apaga cada año más. La reconfiguración de este elemento vital no podría estar divorciada del proceso de inversión y éste del ahorro. Y todo ello, quedará supeditado al tipo de cambio, la tasa de interés imperante y la presión fiscal global.

Pensar en restringir todo podría resultar indigerible para el objetivo enunciado de “poner a la Argentina de pie”, una vez que se sacó de encima el lastre de los servicios de la deuda, que por lo visto no era condición suficiente para lograrlo. Para no renunciar al progresismo en su esencia la salida la marcaba el mítico Bisonte, una fórmula posible para escapar del laberinto en que el cortoplacismo metió a la economía argentina hace rato.