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El Irangate del kirchnerismo

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La muerte del fiscal Nisman, probablemente seguirá siendo un misterio. Con el tiempo, habrá que avanzar al terreno de las certezas y lo cierto es que las escuchas demuestran, o bien la intención del oficialismo de conspirar con los iraníes o bien una peligrosa ingenuidad e incompetencia en el manejo de la inteligencia. Tanto la hipótesis de Nisman como la de la Presidenta constituyen una estocada para el kirchnerismo en un año electoral determinante.

Sobre cómo el uso indebido (o la indisciplina) de la inteligencia pueden afectar el futuro de un presidente y su partido, baste recordar el escandalo que Ronald Reagan protagonizó, también con los persas. Aquel ‘Irangate’ presenta al menos cuatro similitudes que sirven para pensar este caso en perspectiva comparada. Primero, como en el caso argentino, Reagan fue acusado de utilizar a la inteligencia para concretar una operación que nunca hubiera contado con el apoyo de instituciones y actores domésticos soslayados. Segundo, la operación se habría llevado a cabo para salvaguardar el “interés nacional” (en un caso paliando el déficit energético, en el otro apaleando al sandinismo) como lo interpretaban allegados a la administración que participaron de las negociaciones. Tercero, como Cristina, Reagan fue acusado de hacer algo que era inaceptable para el pueblo que gobernaba: avalar negociaciones con terroristas que tomaron al personal de su embajada como rehén durante más de un año. Cuarto, Reagan también alegó que las actividades eran ajenas a su conocimiento.

En Estados Unidos, después del escándalo, Reagan debió enfrentar elecciones de medio término y las perdió. Su popularidad bajó veinte puntos y aunque la comisión de legisladores que lo investigó no lo encontrara directamente culpable, declaró: “Hace unos meses le dije a mi pueblo que nunca intercambiaría armas por prisioneros. Mi corazón y mis mejores intenciones me dicen que esto es así, pero la evidencia me dice que no”. En otras palabras, se hizo responsable por lo sucedido bajo su administración, aunque él hubiese sido exonerado. Aún cuando la hipótesis del kirchnerismo sea correcta, Cristina lejos está de asumir la responsabilidad que le cabe, si no personalmente, al menos por las actividades de funcionarios por ella designados. Digamos que esa es la primera de una serie de profundas diferencias que probablemente conduzcan a la impunidad en este Irangate criollo, como ya ha sucedido con todas las ramificaciones del caso AMIA.

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Nótese que durante el escándalo Irán-Contra, Reagan pudo haberse escudado en que sectores de la CIA no respondieron a sus órdenes, denunciar al enemigo interno, avanzar en una reforma de la inteligencia y así intentar lavar la imagen de su administración. Sin embargo, no lo hizo. Sabía que frente al electorado norteamericano era aún peor reconocerse incapaz de controlar a sus propios agentes. Sabía que la burocracia y la clase política resistirían semejante embestida. Reagan no tuvo más salida que someterse a la pesquisa de los legisladores y esperar. La oposición demócrata lo derrotó acusándolo o bien de cómplice, o bien de incompetente. Sin embargo,  la espera dio sus frutos, pues unos años después el escándalo pasó a un segundo plano y los republicanos volvieron a imponerse en las elecciones presidenciales.

En una actitud muy peronista, Cristina no dudó en utilizar la carta del enemigo interno. Un país sin estado ni clase política se lo permite. Pero si piensa que con ello demuestra poder se equivoca, el kirchnerismo deberá plebiscitarse en las urnas y el electorado se encontrará dividido entre quienes la consideran una traidora y quienes la ven traicionada. Independientemente del plano judicial, sea por tirana o por responsable de la anarquía, Cristina se ha puesto en el lugar de principal responsable política del escándalo Irán-Nisman.

*Prof. de Ciencia Política en la UCA.
Investigador visitante en la Universidad de San Pablo.