Reutemann. “ El miedo tiene ojos grandes”, dice un proverbio ruso. El tacómetro de riesgo de daño inminente del senador funciona a más revoluciones. |
Federico Fellini se sorprendía de cómo los críticos cargaban de significados profundos meros errores de sus películas. En el libro Desde el jardín su autor, Jerzy Kosinski, creó un personaje desopilante, Chance Gardiner, interpretado en el cine por Peter Sellers, quien a fuerza de respuestas poco claras pasaba por genio siendo lo opuesto.
Con Carlos Reutemann podría suceder algo parecido. Una sociedad hambrienta de figuras opositoras sobreinterpreta cada una de sus declaraciones y omisiones como jugadas maestras de un “tiempista”, que tiene decidido ser presidente pero recién se lanzará el año próximo para no padecer el desgaste de dos años al frente de la oposición y “pícaramente le pasa la pelota a Duhalde”, para dejarlo expuesto y erosionándose.
Pero también podría ser la repetición de un comportamiento de evitación, que es la respuesta más común frente al miedo patológico. Las personalidades fóbicas son muy controladoras y el exceso de vigilancia retroalimenta el miedo, cargando de significados amenazantes cualquier señal inocua del entorno: Duhalde tiene una de las imágenes negativas más altas del país (45%) y difícilmente alguien pueda ser candidato con tal desaprobación.
El miedo, como el dolor, son emociones necesarias para la supervivencia. Fue resultado de la evolución porque aquella especie que no tuviera una señal de alarma frente al peligro (el miedo) y luego sus consecuencias (el dolor) no podría estar alerta y reaccionar a tiempo. Es necesario escuchar a los miedos para poder enfrentar correctamente los peligros. “Todos los seres humanos tienen miedos. Y el que no tiene miedo no es normal”, decía Jean-Paul Sartre. Pero miedo no es pánico.
Las fobias a veces son el resultado de herencias genéticas –innatas– originadas en miedos que fueron reales cuando el ser humano no había vencido muchas de las amenazas de la naturaleza y animales salvajes (los clásicos “fobogénicos”: serpientes y arañas). También muchos actores políticos tienen miedo a amenazas que quedaron obsoletas con el crack de 2002, cuando el empobrecimiento estructural hizo que la Argentina dejara de ser un país mayoritariamente de clase media e histéricamente se pedía “que se vayan todos”. Y hay aprendizajes sociales que desarrollaron fobias necesarias, por ejemplo el asco a eventuales golpes militares.
El médico suizo Edouard Claparède describió la memoria inconsciente de los miedos trabajando con pacientes que padecían amnesia tras una lesión cerebral y no podían recordar nada, al punto que debía darles la mano y presentarse cada vez. Pero al probar darle la mano con un aguja y pincharlo, el paciente al día siguiente se negaba al saludo aunque fuera, como todos los días, una situación nueva. Había una memoria corporal.
Reutemann aclaró que es apócrifa la frase “vi algo que no me gustó” para justificar su rechazo a ser candidato a presidente en 2003, pero más allá de cuál fuera la causa de la evitación, el fondo de la escena no cambia.
Cuando menos desarrollada sea una especie, más innatos y reflejos serán sus miedos: un pato recién salido del huevo se queda inmóvil frente a la sombra de un ave rapaz. Pruebas de laboratorio demostraron que chimpancés criados en cautiverio no cargaban con temor frente a las serpientes pero bastaba que estuvieran en contacto con chimpancés nacidos en el entorno natural para contagiarse del miedo que observaban en estos últimos.
El 20% de la población tiene un “umbral de saturación sensorial” más bajo que la media de la sociedad. Por ejemplo, padece fobias el doble de mujeres que hombres. La explicación es que a los hombres fóbicos les fue más difícil tener descendencia y transmitir sus genes porque las mujeres fóbicas habrían perdido menos el encanto ante los ojos de los hombres. Quizás algo parecido suceda con algunos candidatos que puedan terminar perdiendo su encanto frente a repetidas evitaciones.