El llamado venía de la Casa Rosada y el canciller suspendió sus tareas para atender al presidente Néstor Kirchner. “No tenés que opinar de todo lo que pasa en el país –acusó el mandatario–. ¿Acaso yo me meto con lo que vos hacés?” El jefe de la diplomacia argentina sólo atinó a responder con un largo silencio, mientras la incertidumbre invadía el piso 13 del Palacio San Martín.
La anécdota sirve para dibujar la concepción que el ex presidente argentino tenía de la política internacional, una arista que siempre interpretó ajena y lejos de la política local y del armado territorial en el que se sentía más cómodo. A decir vedad, la agenda mundial era algo que nunca desveló al ex presidente y que, sólo sobre el final de su vida, decidió cabalgar para que la Unasur sirviera como trampolín de lujo en la construcción de poder con vista a la Argentina.
Hay que decirlo: la diplomacia no fue nunca una virtud de Kirchner. Antes de ser presidente, el santacruceño había mostrado poco interés por los contactos internacionales y su primera visita a Estados Unidos y a Europa se produjo luego de haber asumido la presidencia. El mundo siempre estuvo lejos, muy lejos de Santa Cruz.
Las reiteradas ausencias en la presentación de credenciales de los embajadores que llegaban a Buenos Aires fueron una lamentable destinción de los primeros años kirchneristas. El abandono de las formas generó varios conflictos bilaterales: con el desaire no se desdeñaba al enviado de un país, sino precisamente a ese país.
La Unasur tampoco fue un anhelo kirchnerista. A pesar de lo que el relato oficial dicta por estos días, Kirchner siempre denostó a ese bloque. Desde un principio desconfió de un espacio motorizado por Lula porque sospechó que el brasileño lo impulsaba para propulsar su propio liderazgo regional.
Kirchner fue el único presidente sudamericano que no estuvo en el primer acto de la Unasur en Cuzco en 2005. Y tampoco participó en Santiago de Chile, en 2008, de su inauguración formal. Pero, sorpresivamente, el año pasado decidió jugar fuerte y –a riesgo de quebrar el bloque por las diferencias con Uruguay– lanzó su candidatura a la Secretaría General.
Sin embargo, esta semana, varios de los presidentes sudamericanos que llegaron a Buenos Aires para despedirlo destacaron el rol de Kirchner en la reciente crisis entre Colombia y Venezuela. La cordialidad de los jefes de Estado distó mucho de lo que recuerdan los diplomáticos caribeños cuando se apagan los grabadores: Kirchner hizo poco y nada en aquella trifulca y hasta faltó a la Cumbre Extraordinaria que se convocó de urgencia en Ecuador para tratar el tema. Mientras la retórica chavista anunciaba una guerra entre Caracas y Bogotá, el ex presidente encabezaba actos con intendentes justicialistas del Conurbano bonaerense.
La distancia del kirchnerismo con Estados Unidos, China y Europa también ha sido otra muestra de falta de destreza internacional. En cambio, Brasil usó el mismo tiempo para tejer una alianza privilegiada con las principales potencias. Y cosechó los réditos. Barack Obama destaca la figura de Lula en todos los foros internacionales en los que se encuentran, Hu Jintao refuerza la relación estratégica del BRIC para que el mercado brasileño sea la puerta de entrada del comercio de China con la región, y hasta Brasilia han peregrinado los líderes de Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia.
Fue, paradójicamente, el canciller Héctor Timerman el que anunció que el kirchnerismo había nacido el mismo día que moría Néstor Kirchner. En la la política internacional, sin embargo, ese legado todavía es incierto.