La Escuela de Chicago postuló la teoría del Rational Choice, según la cual los electores adoptan actitudes políticas racionalmente y de manera individual. Todos los estudios realizados en los últimos 30 años refutan esa tesis desde la política aplicada, la economía conductual y la psicología evolutiva. Científicamente está demostrado que en nuestra vida cotidiana y también cuando escogemos posiciones políticas, lo hacemos a partir de reacciones emocionales, usando atajos heurísticos que esquivan el proceso racional. Usamos todo el tiempo el pensamiento lateral, que busca soluciones por medio de estrategias y algoritmos heterodoxos, inusuales en el pensamiento lógico.
Cuando usamos la lógica seguimos un patrón de pensamiento que limita el rango de las posibilidades: el suelo es para caminar, los líderes deben ser honestos, los religiosos deben dar ejemplo de moral. En la realidad nos orientamos con el pensamiento lateral que transita caminos alternativos, caminos que nos permiten plantear otras formas de resolución de los problemas y así poder vivir en la contradictoria realidad.
Libros. Este tema lo desarrolla referido a la política el libro de Samuel L. Popkin, The Reasoning Voter: Communication and Persuasion in Presidential Campaigns, de manera amplia Yuval Noah Harari en 21 lecciones para el siglo XXI y se profundiza desde el punto de la psicología en The Knowledge Illusion, de Steven Sloman y Philip Fernbach. Hay cientos de libros en la misma línea y ningún autor serio los refuta, pero muchos políticos siguen creyendo en la posibilidad de convencer a la gente explicándole con discursos esos temas. No entienden por qué las cifras de Lula se mantienen e incluso suben a pesar de la masiva campaña que lo ataca por corrupto. La respuesta está en toda esa bibliografía que procede de las ciencias sociales contemporáneas.
En The Knowledge Illusion los autores dicen que nuestra mente es tan brillante como patética. Los Sapiens hemos llegado a la Luna, hacemos todas las semanas descubrimientos importantes que antes necesitaban un siglo para desarrollarse, pero no somos conscientes de nuestra ignorancia, actuamos de manera irracional y nuestro Hubris nos lleva permanentemente a cometer errores.
Según los autores nuestra especie es exitosa por su capacidad de trabajar en comunidades en las que podemos pensar y crear ideas, pero al mismo tiempo la pertenencia a esos grupos nos obliga a compartir axiomas que dan sentido a lo que hace cada grupo de personas. Si un grupo tiene una mentalidad maniquea, supone que el imperialismo nos acecha todo el tiempo, que los ricos son malos y quieren que sufran los pobres, que es buena la pobreza y es malo consumir, y puede construir a partir de esos cimientos un sistema de posiciones políticas que se mantendrán a cualquier precio.
Si otro grupo cree que se ha terminado la Guerra Fría, que nadie es intrínsecamente malo, que son válidas las diferentes percepciones del mundo, que hay que acabar con la pobreza, tiene bases para una construcción conceptual distinta.
Los axiomas, por definición, no se discuten y permiten la construcción de visiones de la realidad que a veces son el fundamento de nuestra ingenua sabiduría.
The Knowledge Illusion explica por qué es tan difícil cambiar de creencias y cómo la fe en mitos nos lleva a cometer tantas equivocaciones. Pero hay algo más: no actuamos desligados de los demás. En la medida en que nuestro entorno refuerza nuestras creencias nos volvemos inmunes a las pruebas que pueden refutarlas. Esos son procesos normales de la mente, no tienen que ver con ideologías políticas. Todos actuamos así, unos con dudas, curiosidad y por tanto más posibilidades de aprender y otros limitados por el fanatismo.
Cuando nos dejamos llevar por el dogmatismo, analizamos la realidad usando conceptos vacíos, nos creemos dueños de la verdad, descalificamos a los otros y, en vez de discutir sus ideas, nos preguntamos cuáles son sus intenciones. Mientras más estudiamos, más nos damos cuenta de que no existen verdades absolutas, en que los conceptos no son eternos.
No hay una izquierda en la que se pueda incluir al mismo tiempo a Lula y a otros personajes de la "izquierda". Maduro y Ortega son los típicos dictadores militares corruptos del Caribe, más inspirados en Tachito Somoza que en Carlos Marx. Correa fue un autoritario fanático que defendió tesis de ultraderecha alegando ser revolucionario. Del gobierno de Cristina no decimos nada porque en este periódico hay suficiente información. Ninguno de ellos actuó de manera semejante a las izquierdas institucionales de Chile y Uruguay. Lula y el PT tampoco se parecieron a estos personajes, aunque compartían una fe y participaban de ritos conjuntos.
Lula y el PT. Un mes antes de las elecciones brasileñas del 2010 estudiamos una encuesta en la que se evaluaba al gobierno de Lula. Un 84% de los brasileños creía que en ese momento el país iba por un rumbo acertado y un 15% que por uno equivocado. El 70% decía que el gobierno había sido mejor de lo que esperaba y un 12% que había sido peor.
La gestión del gobierno de Lula la aprobaba el 86% de la población, lo desaprobaba el 12%. En décadas nunca conocimos un presidente mejor evaluado que Lula.
En el último tiempo algunos analistas dijeron que Lula estaba perdido porque su imagen había caído veinte puntos y solo tenía alrededor de cincuenta positivas, sin darse cuenta de que solo pierden muchos puntos quienes están muy alto. La mayoría de los políticos no tienen ni siquiera veinte positivas para perder. Mientras Lula apareció en las simulaciones electorales nunca bajó del 30% y este porcentaje se consolidó con el juicio en su contra y subió cuando fue apresado, llegando a cerca de 40%.
Un dirigente con raíces objetivas no pierde fuerza cuando va preso, sino que crece porque despierta la solidaridad de quienes son sus partidarios y de quienes no le rechazan. La victimización no se puede combatir con mensajes que expliquen a la gente lo que hizo. Volvamos a The Knowledge Illusion: los individuos no quieren o rechazan a Lula porque alguien les explica algo en la televisión, sino porque hay grandes conglomerados de personas que sienten que su gobierno los benefició, que es una persona en la que creen, conversan entre ellos y adhieren con más fuerza a su candidato cuando le atacan.
Lula tiene credibilidad. En una encuesta realizada treinta días antes de las elecciones del 2010, el 60% de los encuestados dijo que estaba dispuesto a votar por cualquier candidato que él eligiera. Cuando un líder con esa popularidad termina preso, su posibilidad de endosar votos es óptima, sobre todo si es obrero y supo proyectar la imagen de alguien pobre, que no pudo estudiar y que el primer título que consiguió en su vida fue el de presidente de Brasil.
En el PT hubo una polémica para designar a quién debía reemplazar a Lula en la candidatura. Se decidieron por Fernando Haddad, un abogado de 55 años, ministro de Educación de Lula y Dilma, y ex alcalde de São Paulo que ha subido vertiginosamente en las encuestas desde que Lula le dio su apoyo personal. Antes, Haddad había dicho: "asumo la misión más importante de mi vida, traer a Lula de vuelta a Brasil". Su candidata a vicepresidente, Manuela D’Avila, del Partido Comunista, dijo algo semejante: “La lucha de Haddad y la lucha de Lula son mi lucha". Escogieron un candidato con experiencia, pero si era alguien sin ella no habrían tenido problema. La gente está votando en realidad por Lula.
En 1973 los argentinos no eligieron presidente a Héctor Cámpora porque era un gran odontólogo, sino porque con su elección él iba al gobierno y Perón al poder. Si Cámpora rivalizaba con Perón perdían ambos. Cuando un líder tiene una gran capacidad de endoso, es mejor que el candidato al que apoya sea opaco porque la gente en realidad quiere votar por quien ha sido proscrito. Para ganar, Haddad debe identificarse con Lula sin reservas, de lo contrario puede tener problemas.
Haddad fue el último candidato en aparecer en escena, ni siquiera pudo participar en los primeros debates, que en Brasil son muy importantes, pero su situación era previsible. Lula era el gran candidato que estaría en la boleta con otro nombre, lidera un PT que significa mucho para los mismos votantes que le apoyaron a él y a Dilma.
Los otros candidatos. Jair Bolsonaro es un militar retirado de 63 años que cuando votó en el Congreso para destituir a Dilma Rousseff dedicó su voto al coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, represor de la dictadura que torturó a Dilma cuando militaba en la guerrilla. Su compañero de fórmula es un general de extrema derecha con ideas que llegan a lo estrambótico. Sus posiciones en contra de las mujeres, los homosexuales, las personas de color, la represión, le han permitido armar un show que le pone enfrente del establishment de Brasil. Volvemos a los autores que citamos: la comunicación política se hace más con contextos que con textos, es más compleja que las palabras.
Los votantes de Bolsonaro expresan el rechazo de mucha gente al sistema político y se apoyan en una demanda masiva: la represión del delito.
Geraldo Alckmin es un médico que fue elegido alcalde de su ciudad natal Pindamonhangaba a los 25 años, convirtiéndose en el alcalde más joven de la historia del Brasil. Ha sido elegido en cuatro ocasiones gobernador del estado de São Paulo, en 2006 fue candidato a la presidencia de la república y perdió frente a Lula por 41% a 48%. Es provinciano y católico entusiasta, se ha dicho que es miembro del Opus Dei, cosa que ha negado. Lo apodaron “picolé de chuchu” (helado insípido) para aludir a su falta de carisma. Perfectamente podría hacer una publicidad diciendo "dicen que soy aburrido".
Alckmin es candidato de más de ocho partidos, empresarios y líderes "racionales", que quieren un país ordenado y que lo hundieron con su apoyo. El líder de uno de esos partidos, Roberto Jefferson, procesado por corrupción, lo presentó como el Moisés que “guiará” a los brasileños a la “tierra prometida”. Su candidatura nunca acabó de decolar, se encuentra a la baja y seguirá cayendo en la medida en que lo apoyen más partidos, más ex ministros y más representantes del establishment.
Como dice Popkin, los electores son razonables. Tienen sensaciones que se contagian a conjuntos, sin distinguir racionalmente quién es más racional y quién menos. El escándalo del Lava Jato afecta a todos los políticos identificados con el poder en estos años y hace que su apoyo sea algo tóxico. En algunos casos esto puede ser injusto, pero funciona así. El Mani Pulite italiano acabó con los partidos históricos, la Democracia Cristiana, el socialismo, el partido comunista, en los que había dirigentes honestos, pero la gente terminó rechazando a todos, surgió la Liga del Norte, y entregó el poder a Berlusconi y luego a Giuseppe Conte y Beppe Grillo. En Brasil los políticos del sistema están desprestigiados y al amontonarse solo podían provocar una hecatombe.
El diseño de la campaña de Alckim estuvo equivocado desde el inicio y no tenía ninguna posibilidad de desarrollo pese a que tuvo más tiempo en la televisión y el apoyo de muchos medios. Erró el análisis estratégico: hizo una campaña para el círculo rojo, se olvidó de la gente, se dedicó a combatir a Bolsonaro intentando arrebatarle el tema de la seguridad, menospreció la fuerza de Lula.
En la recta final sus asesores creyeron que su discurso es blando y que necesita ser agresivo. Si intenta competir con Bolsonaro en quien es más violento solo hará el ridículo y perderá votos. Los últimos anuncios expresan su falta de estrategia.
Otro aspirante es Ciro Gomes, economista de 60 años que fue alcalde de Fortaleza y gobernador de Ceará. Intentó posicionarse como el candidato de una izquierda moderada, con mejores perspectivas mientras la candidatura de Lula estuvo en duda y cayó desde que el líder del PT apoyó a Haddad.
En 2010 Marina Silva hizo una campaña extraordinaria cuando obtuvo el 20% de los votos y evitó la elección de Dilma Rousseff en la primera vuelta, en gran parte gracias al equipo técnico que comandó su compañero de fórmula Ghillerme Leal. Después asumió un discurso antiguo de izquierda y perdió su encanto: ser distinta de los demás políticos. En esta elección aparece muy decaída, con un discurso agresivo que ahuyenta a los electores.
La crisis del sistema. El rechazo a la política tradicional que se da en todo el mundo, se manifestaba en Brasil desde hace rato. Dicen que están interesados en estas elecciones para presidente el 37% de votantes, que les interesa poco o nada el 57%. El 73% dice que nunca se afiliaría a un partido. Están cansados de los políticos. Cuando preguntamos si estaría más o menos inclinado a votar por un candidato apoyado por el PMDB o el PSDB, el 80% de los brasileños prefiere no votar por un candidato de los partidos. El PT tiene un rechazo menor pero también importante. Los votos no son del partido sino de Lula.
Temer termina con una imagen positiva de 3%. Reprueba la labor de su gobierno un 76% y la aprueba un 2% con lo que establece el récord mundial de impopularidad. Su gobierno detuvo la crisis económica que se produjo con el Lava Jato, el país está creciendo, pero la economía no lo es todo. El Perú es el país de la región que ha crecido de manera más estable en estas décadas, pero todos sus ex presidentes están presos o prófugos.
Cuando Temer inició su gobierno, señalamos en esta misma columna que estaba condenado al fracaso desde que nombró un gabinete conformado solo por hombres blancos, excluyendo simbólicamente a las mujeres y a las personas de color. La forma en que tomó las medidas económicas, que han sido exitosas según muchos economistas, acabaron por dinamitarlo.
Las perspectivas. Las encuestas muestran en los últimos días una tendencia al crecimiento de Fernando Haddad en el electorado que históricamente fue leal a Lula. Se aproxima a Bolsonaro y si termina encabezando la primera vuelta, quedaría posicionado de manera óptima para ser el nuevo presidente de Brasil, en la que parece que será una elección polarizada entre el PT y un candidato antisistema.
Las cifras negativas son importantes, sobre todo en un país con dos vueltas. Hoy dice que no votaría por Bolsonaro un 44%, por Marina el 30%, por Haddad el 26%.
El techo de Bolsonaro es tan duro como sus tesis, técnicamente es fácil que gane el PT. Hay un 32% de votantes que dice que en la segunda vuelta votará para detener a un candidato más que para apoyar a otro.
Analizada toda esta información, lo más probable es que pasen a la segunda vuelta Jair Bolsonaro y Fernando Haddad, y que el candidato del PT sea el próximo presidente de Brasil. ¿Es eso inevitable? No. En política puede pasar cualquier cosa, pero depende de la preparación de los dirigentes para actuar con más herramientas técnicas y menos mitos.
Imágenes que explican mucho
Brasil tiene excelentes publicistas, pero carece de estrategas políticos. Si revisamos la prensa se reduce a informar sobre las simulaciones electorales desde hace años, dato que no tiene ninguna importancia hasta el último mes anterior a la elección.
Lula fue un maestro de la comunicación política que supo integrar elementos emocionales a su mensaje como no lo ha hecho ningún dirigente en el continente. Su discurso de posesión como presidente fue una pieza maestra de la comunicación.
• Si había alguien en Brasil que dudaba de que un tornero mecánico, salido de una fábrica, llegase a la Presidencia, el 2002 probó lo contrario. “Y yo, que tantas veces fui criticado por no tener un diploma de nivel superior, recibo ahora mi primer diploma: el de Presidente de la República de mi país. Muchas gracias”.
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Su comunicación siempre integró a personas que expresaban la diversidad de los brasileños.
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Su famoso jingle Lula allá, en la campaña presidencial de 1989, cantaba a la posibilidad de que Lula vaya a la Presidencia, un sueño aspiracional de muchos pobres.
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En cambio, la propaganda de Geraldo Alckim es contradictoria, demuestra su falta de estrategia y para colmo resultó usar el plagio de una pieza inglesa.
* Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.