EL EMBAJADOR DE COLOMBIA. Jaime Bermúdez medita las respuestas con la imagen de Uribe de fondo. |
“Deseo situar al lector sobre quién es el que hablará por Colombia en este reportaje. Usted es doctor en Comunicación. Alvaro Uribe lo conoció en la Universidad de Oxford y le encomendó la tarea de vender su imagen como presidenciable. Le hizo ganar dos elecciones seguidas. Luego usted quiso salir de la primera línea de fuego de la política local, le solicitó una embajada y, como premio a su labor, lo hizo embajador político aquí en Argentina. Por tanto, quien va a hablar por Colombia no es sólo su embajador sino también una de las personas más importantes del entorno del presidente Uribe y su mayor experto en comunicación. ¿Es correcto?”
Esta fue la primera pregunta del frustrado reportaje que realicé el miércoles pasado al embajador de Colombia. Al terminar la entrevista, con el mismo rostro constipado que mantuvo durante las casi dos horas de preguntas y respuestas, el embajador Jaime Bermúdez inició el siguiente diálogo:
—Me gustaría ver el texto antes de que se publique.
—Imposible, nunca mostramos los textos antes de publicar.
—Es que hay preguntas que no me gustó responder.
—Nosotros preguntamos lo que queremos, usted responde lo que quiere y publicamos exactamente lo que usted respondió. Eso es un reportaje.
—Es que al tratarse de temas delicados, como embajador debo ser muy cuidadoso con las respuestas.
—¿Usted es el mayor experto en comunicación de Uribe? En Oxford no le deben haber enseñado a pedir los textos de los periodistas antes de publicar...
—Pero como por falta de espacio no se van a publicar todas las preguntas y respuestas, prefiero sacar...
—Casualmente, a estos reportajes lo que no les falta es espacio pero, aun si así fuera, quien decide qué sacar y qué no es el periodista. Mire, vamos a hacer lo siguiente: dado que a usted tanto le preocupa, directamente no vamos a publicar el reportaje.
—Bueno, no. Si publican todas las preguntas, claro, entonces es otra cosa. Siendo así. Comprendo...
—Fue usted quien pidió hacer el reportaje esta semana. Imaginé que era porque resultaba conveniente para la política comunicacional de su gobierno, pero también porque tenía algo para decir. Como no dijo nada novedoso y los lectores de PERFIL no se van a perder nada trascendente, como gesto de desaprobación por su actitud, no publicaré su reportaje.
Y así terminó el encuentro. Además de que no deseaba contribuir a la política comunicacional de quienes se manejan con la prensa de esa forma, me pareció más importante que el lector conozca el costado manipulador del mayor experto de comunicación de Uribe. Colombia no tiene la culpa de contar con un embajador tan poco diplomático, pero a Uribe alguna responsabilidad le cabe.
Entre las preguntas que realicé estaba la siguiente:
—En una entrevista con este diario antes de la liberación de Rojas y Perdomo, Luis Carlos Restrepo, el Alto Comisionado para la Paz de Colombia, desmintió taxativamente que la Operación Emmanuel se hubiese frustrado por operaciones militares del Ejército colombiano. “No hubo actividad militar. Nuestra palabra no puede ser puesta en duda, las FARC mienten, y Argentina lo sabe”, nos dijo. Pero la ex rehén Consuelo González contó que durante su caminata de 20 días por la selva, hacia su libertad, tuvo que evitar los bombardeos del Ejército colombiano. ¿Quién tiene razón?
Y además:
—El senador opositor Gustavo Petro, del Polo Democrático, vinculó a Santiago Uribe, hermano del presidente, con el cartel de Medellín (Uribe fue intendente de Medellín y gobernador de Antioquia, donde se encuentra esa ciudad) y grupos paramilitares. Por esto, Santiago fue citado a declarar por la Fiscalía de Colombia. El ex fiscal general Alfonso Gómez Méndez dijo hace un año que el proceso contra Santiago Uribe no concluyó ni fue archivado, por lo que puede reabrirse ante la aparición de nuevas pruebas. ¿Es así?
Pero no fueron esas preguntas las que más incomodaron al embajador sino aquellas que estaban orientadas a colocar el conflicto en contexto, como, por ejemplo, las consecuencias geográficas e históricas de la Gran Colombia de Simón Bolívar, la diferente forma de venerar a Bolívar en Colombia y Venezuela, las críticas de algunos bolivarianos venezolanos (“muchos intelectuales neogranadinos no ocultan la envidia hacia Venezuela por ser la patria natal del Libertador”) a la forma en que Gabriel García Márquez narró el final de Bolívar en su libro El general en su laberinto y la carencia de referencias críticas del genial Gabo sobre las FARC. O que el escritor mexicano Carlos Fuentes, quien calificó a las FARC como “una organización criminal”, haya criticado a Uribe por apoyar a Bush en la invasión a Irak.
Mi sensación era que no respondía el embajador de Colombia sino el embajador de Uribe. Su preocupación no era que el pueblo argentino comprendiese al pueblo colombiano, sino que Uribe quedase bien.
El día anterior a la entrevista, el mayor diario de Colombia, El Tiempo, publicó: “No es preciso ser psiquiatra para entender que Chávez no está en sus cabales. Preocupan su compulsión por exhibirse, su propensión a decir cuanto se le pasa por la cabeza, su afán protagónico, su agresividad y su tendencia a convertirse en predicador político urgido de la constante alabanza de un séquito de corifeos. Inquieta también la obsesión patológica por imitar a Bolívar. Hay antecedentes. En Colombia tuvimos el doloroso caso de un actor que, a fuerza de compenetrarse con el Libertador, acabó en una casa de reposo”.
Y García Márquez escribió sobre esa zona del planeta: “Tenemos un amor casi irracional por la vida, pero nos matamos unos a otros por las ansias de vivir. Somos capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes, de funerales jubilosos y parrandas mortales”.
Ambos tienen razón.