La mayoría de la sociedad, aproximadamente los dos tercios del total de los ciudadanos que votaron por partidos diferentes al Frente para la Victoria en las últimas elecciones, le reclama a la oposición que se una para derrotar a Kirchner en el Congreso. Y ésta no puede.
Parte de la desazón que hoy se expresa en las encuestas como una pérdida de aprobación a la oposición surge de un error de expectativa: el Congreso se renueva parcialmente, por eso el oficialismo, sólo con un tercio de los votos, mantuvo alrededor de la mitad de los senadores.
Se desea que el resultado de las elecciones se traslade inmediatamente al control político del país pero la elección de junio pasado fue legislativa y no ejecutiva.
A esta confusión contribuyó el propio oficialismo, al convertir las últimas elecciones en un plebiscito del Gobierno mientras lo que jurídicamente sucedió fue que la lista que encabezó el “diputado” Kirchner sacó menos votos que la del diputado De Narváez. Pero también la oposición amplificó ese espejismo al dejarse arrastrar ingenuamente por un clima de triunfo excesivo, donde el deseo de protagonismo pudo más que la razón.
También contribuyó la ansiedad de algunos medios por mostrar que su poder de crítica tenía consecuencias palpables en el pellejo del Gobierno y se reflejaba en derrotas concretas del oficialismo. Esa impaciencia arrastró a legisladores a urgencias para las que no estaban preparados, y algunos de ellos quedaron atrapados entre dos gritos: el del oficialismo, que acusaba a todo opositor de “golpista”, y el de los sectores más críticos, desde donde se acusaba a todo moderado de pusilánime.
Se suman las disputas por las candidaturas de 2011, que guiaron varias de las decisiones de los líderes de la oposición. Carrió precisaba posicionarse como la más opositora de los opositores. Cobos, como el más responsable por ser vicepresidente. Y los radicales –aunque alineados con Cobos– tratando de mostrar que hacían equilibrio entre ambos.
También se adelantó el año 2011 en el sector del peronismo disidente y PRO por la disputa entre De Narváez y Macri y la incertidumbre sobre una eventual candidatura de Reutemann. Ambas situaciones dejaron en el Congreso a Solá, ex socio electoral de todos ellos, desamparado y buscando cobijo en un acercamiento con Elisa Carrió, aunque más táctico que estratégico.
Quintos y tercios. El empate que empantana al Senado es un anticipo de otros equilibrios de fuerzas que se dan fuera del Congreso e ilusionan electoralmente a Kirchner.
Una visión del mapa electoral del país permite dividir el territorio en tres: centroizquierda, centro y centroderecha. Allí, de las fuerzas políticas que tienen posibilidades de que su candidato alcance la presidencia, el peronismo disidente y PRO se ubican en la centroderecha; el radicalismo y la Coalición Cívica, en el centro, y el Frente para la Victoria en la centroizquierda.
El kirchnerismo demuestra tener alrededor de un tercio de la ciudadanía que continúa apoyándolo; los dos tercios restantes se dividirán entre los otros dos espacios políticos: por un lado, el panradicalismo y por el otro, el peronismo disidente y la centroderecha de PRO y Unión PRO.
En este escenario, el problema para la oposición es que cada uno de sus sectores tiene dos candidaturas, dividiéndose los votos de su propio espacio, mientras que el kirchnerismo iría unido. Si así fuera, hasta podría surgir en 2011 el kirchnerismo como primera minoría electoral. Pero hay una hipótesis peor que la de que Kirchner pierda luego en un ballottage pero quede legitimado como líder opositor de un futuro gobierno de otro signo. Y es que Kirchner mejore en las encuestas y alcance el 40% mientras ninguno de los otros cuatro candidatos divididos alcance el 30%, o sea diez por ciento de diferencia, y no haya ballottage porque triunfe el candidato más votado en primera vuelta.
Fuera de este análisis quedaron dos fuerzas de peso: el socialismo y las que aglutina Pino Solanas. Difícilmente una de ellas pueda alcanzar la presidencia, pero si se juntaran podrían canibalizarle votos al kirchnerismo dividiendo el espacio de centroizquierda.
Paralelamente, si el Acuerdo Cívico renaciera, Carrió aceptase someterse a algún método de elección para el candidato panradical presidencial de 2011 y los socialistas se sumaran también a los radicales, las posibilidades de triunfo de un candidato opositor crecerían geométricamente. Aunque queda un largo camino por recorrer.