Reproduzo un texto que publiqué casi exactamente siete años atrás en esta columna: “En 1983, representantes de más de 400 mil periodistas de todo el mundo debatieron la cuestión ética bajo los auspicios de la Unesco. Concluyeron en proclamar: ‘La principal tarea del periodista es servir a la gente en su derecho a la verdad y la información auténtica con una dedicación honesta a la realidad objetiva, de manera que los hechos estén divulgados conscientemente en un contexto apropiado, precisando sus conexiones esenciales y sin causar distorsión, con el despliegue debido de la capacidad creativa del periodista, para proporcionar al público el material adecuado que le permita formarse una idea exacta y comprensiva del mundo, en la cual, el origen, la naturaleza y la esencia de los acontecimientos, procesos y estados de eventos estén comprendidos del modo más objetivo posible’”.
Traigo aquella nota de opinión porque resulta cada vez más repudiable (defiendo el término para este caso) ver, escuchar o leer a protagonistas de programas periodísticos o notas gráficas consumar verdaderos atentados a principios básicos de esta profesión. A quien le caiga el sayo, que se lo ponga.
Cuando una entrevista –sea quien fuere el entrevistado– se convierte en panegírico o soporte para facilitarle al sujeto del reportaje que diga lo que quiera, sin límites y respondiendo a preguntas claramente intencionadas para beneficiar sus posturas, deja de ser una pieza periodística para transformarse en otra cosa. Quien entrevista abandona su función periodística y pasa a ser un mero partiquino, un amanuense, un subordinado de su interlocutor. Un títere, en fin.
Javier Darío Restrepo, citado con frecuencia en esta columna, sigue siendo, a cinco años de su muerte, referente indispensable cuando se trata de analizar este oficio con mirada ética. Periodista colombiano, Restrepo fue el creador y alma de la Red Ética centrada en la Fundación Gabo. En una entrevista realizada en Buenos Aires, Restrepo definió: “Creo en la neutralidad en cuanto la distancia que se toma. Es la distancia que permite mirar al uno y al otro para servicio de todos. En ese sentido, la neutralidad; no aquella neutralidad que es una cómoda posición en una tribuna en donde el periodista no se unta, no se contamina de realidad. Esa no es la neutralidad ideal para el periodista. La neutralidad ideal es aquella que utiliza como un sistema de conocimiento para un mejor servicio, porque al fin y al cabo la tarea del periodista es transmitir conocimiento”.
La entrevista a Restrepo fue publicada por la revista chilena Comunicación y Medios, y en ella se hace alusión al título de uno de los libros de Restrepo más famosos, El zumbido y el moscardón, cuyo prólogo escribiera el periodista argentino Tomás Eloy Martínez. En su texto, Tomás Eloy recordó lo dicho por William Faulkner sobre la legitimidad de violar los límites al elaborar un texto novelístico, que Truman Capote tomó como influencia para redefinir la misión del periodista. Martínez escribió que el postulado de Faulkner “quizá sea válido para un novelista atormentado por su imaginación, pero en el caso del periodista, la ética es exactamente la inversa: ni el mejor de los fines justifica la amoralidad, o inmoralidad, de los medios que se empleen. Así como los escritores no piensan en lector alguno cuando crean, los periodistas están obligados todo el tiempo a servir a su audiencia, evitando el escándalo y los golpes de efecto, y respetándola con noticias genuinas e investigaciones serias”.
Bien les vendría registrarlo a aquellos que hoy se dicen periodistas pero ejercen, simplemente, el papel de bufones del rey. Del rey león.