Una verdadera sorpresa. Eso es lo que fue para la mayoría de los integrantes del elenco ministerial de Mauricio Macri la designación de Nicolás Dujovne como ministro coordinador del área económica que, como se vio claramente en la reunión de verdadero “primus inter pares”, encabezó el lunes pasado. Fueron ocho de los nueve ministros –ausente por estar de viaje Guillermo Dietrich– convocados por Dujovne, que es un hombre poco querido en esa constelación. Como se expresó en esta columna el domingo pasado, lo ha llevado a esa posición su buena relación con la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde. La negociación es compleja. El Fondo exige ajustes. Y por lo que se sabe hasta aquí, esos ajustes irían más allá de lo que el Gobierno tiene planificado para lo que resta del año y para el que viene.
En el encuentro que Dujovne tuvo con cinco economistas –Miguel Kiguel, Miguel Angel Broda, Pablo Guidotti, Ricardo Arriazu y Miguel Bein– se habló del acuerdo con el FMI, de sus condiciones, de la importancia del impacto social que ellas generan, que se les da, y de cuál sería el monto del stand by que pudiera tranquilizar a los mercados. El ministro, al que vieron cómodo en su papel de coordinador de la política fiscal, les informó que las tratativas llevarían entre tres y cuatro semanas, ya que había bastante por negociar. Se habló de la meta inflacionaria para este año –Broda proyectó su índice alrededor del 27%– y para el que viene ya que las perspectivas oficiales han quedado desactualizadas.
Internas abiertas. En el interior del Gobierno se vive una crisis como nuca había ocurrido en estos dos años y medio de gestión. Más allá de lo que se diga desde el centro del poder, el triunvirato Marcos Peña, Mario Quintana, Gustavo Lopetegui ha sufrido un desgaste importante. A Quintana, a quien no se lo vio con buena cara en la reunión con Dujovne, lo afectan sus errores de gestión y lo gris del caso Farmacity. La idea de equipo se ha resentido y las diferencias comienzan a hacerse visibles. En ese sentido, uno de los hechos más relevantes fue el de María Eugenia Vidal, quien, con gran preocupación, ha experimentado una caída de su imagen, hasta aquí intocable, en el conurbano bonaerense, objetivo electoral primordial del gobierno nacional y de ella en especial.
El impacto en los bolsillos de los aumentos de abril y mayo está teniendo un efecto negativo contundente sobre la buena estrella que venía acompañando a Vidal. De ahí su iniciativa, a modo de reacción, de ordenar un estudio del comportamiento y la responsabilidad de los grandes supermercados en los incrementos de precios, tanto en alimentos como en otros productos de primera necesidad. En esto coincidió plenamente con la diputada Elisa Carrió, por la que fue entrevistada hace unos días en el Instituto Hannah Arendt. De ese –y otros temas– hablaron posteriormente en una comida en el conocido local gastronómico de Avenida del Libertador y Tagle, de la que participó, además, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta. Esto obligó al secretario de Comercio, Miguel Braun, a convocar a las principales empresas de consumo masivo a reuniones individuales en las que debieron explicar el impacto de la suba del dólar en su cadena de valor.
Coincidencias. Casualidad o no, hubo una singular coincidencia en señalar a los envases como una de las principales causas del incremento de los precios. Causalidad o no, al parecer ninguna empresa del rubro tomó parte de la convocatoria. Casualidad o no, hace unos días Macri recibió a uno de los referentes de los supermercados, a quien le solicitó que, al menos por dos meses, pusiera coto a los aumentos en alimentos y en productos de limpieza. En ese ámbito ha sido muy comentado el episodio en el que una de esas cadenas negoció, con una de las multinacionales más importante en el rubro de los productos de limpieza, la demora en el traslado de sus costos a los precios a cambio de un retorno. El aumento era del 5% y el supermercado en cuestión pidió que ese porcentaje se le depositara en su cuenta bajo la amenaza de que, si así no se hiciera, sus productos serían retirados de sus góndolas.
Quien estuvo con los industriales fue el ministro de Finanzas, Luis Caputo. Participantes del encuentro confirmaron que no hubo mención de los dichos de Carrió, quien los habría tildado de “hijos de puta”. Muy por el contrario, se percibió un ministro muy consciente de la necesidad de enfrentar los desafíos que plantea la economía y de cómo sobrevivir para que la actividad no caiga. Caputo estuvo de acuerdo con la postura de los industriales respecto a que la volatilidad y los saltos altos del dólar no le sirven a nadie.
En cumplimiento de las tareas asignadas por Dujovne, el ministro de Finanzas explicó la necesidad de acudir al FMI y, para sorpresa de muchos, manifestó que “desde el mes de enero tenían anticipada la necesidad”, que “ya lo tenían previsto” y que incluso “lo había hablado con el Presidente”. La confesión, que dejó a más de uno boquiabierto, resultó muy contradictoria.
Nadie encontró una explicación lógica de por qué, si se tenía tanta información, se esperó hasta último momento para explicar la necesidad de dar ese paso que, en los hechos, se realizó con semejante y notable dosis de improvisación.
En tanto, los industriales no plantearon la disyuntiva “Fondo sí o Fondo no”. Lo que preguntaron fue para qué se va a usar la plata y lo que propusieron fue que se la volcara a la oferta productiva. Además de los saltos del dólar, otra de las preocupaciones planteadas por los directivos de la Unión Industrial Argentina (UIA) fueron las declaraciones de Sturzenegger sobre el mantenimiento de las tasas al 40% por tiempo indeterminado, algo absolutamente inconveniente para el sector. La respuesta de Caputo no los dejó para nada tranquilos, ya que se escudó en la independencia del Banco Central: “Son ellos los que manejan esto y hay que respetar su autonomía”, dijo.
Toda esta situación complica el proyecto electoral de un gobierno al que, hasta hace dos meses, todas las encuestas daban como ganador. Y eso también complica su presente. Claro que la realidad le ofrece elementos para alimentar el optimismo.
Lo ayudan para ello la marcha del viernes bajo la consigna “La patria está en peligro”–multitudinaria y heterogénea– y la carta de Cristina Fernández de Kirchner, perseverante en su irrealismo de no creer que dejó un país con pobres, con inflación, con desempleo, con una fenomenal falta de inversión en energía, carente de fuentes de financiación e impregnado de una corrupción monumental.