Los gobiernos suelen creer que la realidad es coincidente con su hipótesis más favorable. La frase, atribuible al lúcido análisis de Rosendo Fraga, encaja perfectamente con lo que hasta aquí ha sido la creencia del presidente Mauricio Macri y de parte de su entorno, y refleja el pensamiento enancado en lo más rancio del oficialismo, que está atrapado en un presente que lo contradice y que no previó ni imaginó.
Macri hace del optimismo un credo. Es muy bueno ser optimista. Pero el verdadero optimista es aquel que, teniendo clara conciencia de la realidad, opera sobre ella para mejorarla.
Cuando el Presidente dice “lo peor ya pasó”, lo que demuestra es desconocer esa realidad. Para millones de argentinos, lo peor no pasó sino que está pasando ahora. Y entre muchos de esos hay quienes votaron a Cambiemos y hoy se encuentran atravesados por sentimientos de desilusión y entendible enojo.
“Yo estaba presente cuando Luis Caputo le dijo a Mauricio que el financiamiento externo estaba terminado”, confiesa un referente fundacional de Cambiemos que, salvo por su condición de hincha de River, no tiene diferencias con Macri. Sin embargo, nadie apreció la seriedad de esa advertencia y, cuando la realidad mostró lo duro de sus consecuencias, la tardía reacción del Gobierno fue ineficaz: la corrida cambiaria, que aún no ha cesado, se había instalado.
Imprevisión. Lo mismo ocurrió con las tarifas. Nadie del círculo que rodea al Presidente se tomó la molestia de abrevar en la experiencia del ajuste tarifario de 2016. Los únicos que lo advirtieron fueron Elisa Carrió y el presidente de la UCR, Alfredo Cornejo, a quienes, por lo que se vio, no tomaron en serio. “Le dije a Mauricio que este ajuste era suicida”, confesó la diputada a quien el presidente desoyó.
Hubo otros errores. Uno de ellos –clave– fue creer que los senadores justicialistas actuarían como soldados de los gobernadores peronistas dialoguistas y les obedecerían ciegamente. Eso sucede cuando el peronismo está en el poder. Cuando el peronismo está en el llano y carente de liderazgo interno, los comportamientos son otros. Hubo además en ese bloque cansancio por sentirse socios solo en las noticias negativas y turbación cuando se les endilgó ser títeres de Cristina Fernández de Kirchner.
Otra cosa que nadie puede entender es la ausencia absoluta en el debate público del ministro de Energía, Juan José Aranguren. El debió haber salido a hablar para rebatir los argumentos de la oposición y para responder los cuestionamientos de mucha gente que no puede pagar sus facturas. “El problema de Aranguren es que no puede salir a hablar porque una persona que dice que tiene el 80% de su patrimonio fuera del país porque todavía ‘no cree en la Argentina’ carece de autoridad moral”, explica una voz del oficialismo.
El tendría que haber sido el vocero de tarifas, haber salido a explicar cuál era la propuesta del Gobierno, cuáles son las perspectivas, por qué no se puede dar marcha atrás, y por qué el Gobierno sigue insistiendo en que las tarifas vayan por un ascensor y los salarios vayan por la escalera. Pero, claro, no tiene credibilidad ante la sociedad.
El Gobierno debe ahora retomar la iniciativa y replantear muchas cosas frente al presente y el futuro.
La clave pasará –una vez más– por la economía. La inflación está desbordada. El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional es ahora prioritario. Viene un tiempo de recortes. Habrá una desaceleración de la obra pública. Se congelarán vacantes en los distintos niveles de la administración pública. “Por necesidad y por vocación política tenemos que seguir convocando a todos”, afirma un hombre de la cercanía del ministro del Interior, Rogelio Frigerio.
No hay otra alternativa para un gobierno que tiene minoría en ambas cámaras del Congreso y solo 5 de los 24 gobernadores del país, y que acaba de hacer una convocatoria al acuerdo nacional a partir de la cual, después del acuerdo con el Fondo Monetario, se empezará a elaborar el Presupuesto 2019. En medio de la batalla parlamentaria por el tema tarifario, el Presidente perdió una oportunidad de generar un ámbito acuerdista ya que, más allá de haber criticado la aprobación de la emergencia, podría haber elogiado que, al mismo tiempo y en la misma sesión, la oposición haya votado tres proyectos de ley del Ejecutivo para “modernizar y agilizar” el Estado derivados de un DNU firmado a comienzos de año y que no tuvo aprobación parlamentaria.
Desafíos. Macri sabe que debe estabilizar la economía este año para tener aspiraciones en 2019. El peronismo también tiene un desafío. El Gobierno le dejó servida en bandeja una victoria política que el justicialismo no desaprovechó. Fue lo que buscó consciente de que, desde un punto de vista técnico, sus propuestas eran inviables. El veto anunciado del Presidente les dio, paradojalmente, vía libre para aprobar alegremente una ley que sabían que era devastadora para las arcas fiscales.
Lo más significativo de todo este episodio para el PJ es que, de repente y gracias a los muchos errores cometidos por el oficialismo en estos últimos dos meses, se encontró con que la posibilidad de disputar el poder con chances de ganar en 2019 ya no luce como una utopía. Para eso necesita la unidad. El discurso del senador Miguel Angel Pichetto dejó en claro que la unidad del peronismo tiene en CFK un escollo hasta ahora insalvable. Sus críticas a la ex presidenta no fueron casuales. Tuvieron como objetivo no solo hacermemoria de la desastrosa política energética –si es que hubo alguna– implementada a lo largo del kirchnerato, sino también marcarle la cancha.
Desmenuzado todo este análisis, lo que queda en el sedimento es la ciudadanía con sus problemas. Y se supone que la actividad política tiene como objetivo solucionarlos.
Producción periodística: Lucía Di Carlo