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El futuro de la diplomacia de londres

¿Es todavía Inglaterra un gran jugador?

Muchos países en el mundo están analizando hacia dónde marcha el orden planetario y cuál es el papel que deben desempeñar como jugadores globales, o como alineados con quienes ya lo son.

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Muchos países en el mundo están analizando hacia dónde marcha el orden planetario y cuál es el papel que deben desempeñar como jugadores globales, o como alineados con quienes ya lo son.

Gran Bretaña, cuya influencia entre nosotros fuera tan grande otrora, no es una excepción. Asomarse al debate nacional inglés en la materia es interesante, porque conduce a reflexionar sobre lo transitorio de lo que a algunos les suele parecer inmutable y sobre lo vano de reclamar aquello que si no nos ha sido concedido es porque no lo encarnamos. Esto es, sobre la tutela de lo que denominamos potencias y su devenir, y sobre liderazgo: todo verdor declina al ocre, y no se pretende sino lo que no se tiene.

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El secretario de Asuntos Exteriores británico David Miliband viene de expresarse en The Times, periódico centenario que últimamente ha llegado a ser popular –habida cuenta de que es el único del Reino Unido cuyas cifras de venta crecen–, sobre el corazón de la política exterior del gobierno de Gordon Brown, en momentos en que Tony Blair aparecía como uno de los principales candidatos para el cargo de presidente estable de la Unión Europea, cargo previsto por el Tratado de Lisboa.

Miliband relata que cuando se reunió en China con Dai Bingguo, un diplomático senior que actualmente es consejero estatal en seguridad del presidente Hu Jintao, su anfitrión le dijo que uno de los pesos pesados de la política exterior norteamericana le había dicho que los británicos “boxean por debajo de su verdadera categoría”. Más allá de que la sintaxis de la frase reenvía a una conocida canción de Juan Manuel Serrat (“uno de mi calle me ha dicho / que tiene un amigo que dice / conocer un tipo / que un día fue feliz”) y de su inspirada autocomplacencia, no es lo que opinan algunos de los compatriotas del señor Miliband.

Lectores de The Times sostienen que Inglaterra boxea en una liga menor porque sus líderes se ven a sí mismos globalmente importantes, lo que los hace gastar los impuestos de los súbditos en “causas nobles” en el extranjero, mientras que el NHS (National Health Service, Servicio Nacional de Salud) y la educación locales se desmoronan.

Los dichos del secretario Miliband se apoyan en cuatro ideas rectoras y en una moción. La primera idea bascula sobre aceptar que en el mundo hay nuevos poderes y nuevos desafíos. La segunda sostiene que existe en el plano de las iniciativas internacionales una “marca de fábrica” inglesa. La tercera se resume en que los valores nacionales gozan de un elevado estándar. La cuarta idea reside en afirmar que Inglaterra está en el corazón de un tejido de redes internacionales, como el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. La moción: acrecentar el rol de la isla en Europa. “Nuestro papel en Europa –grafica Miliband– magnifica el poder de nuestras ideas, y fortalece nuestra influencia internacional en Washington, Beijing y Moscú. Europa necesita nuestro experimentado pragmatismo y nuestra perspectiva global”. Alta autoestima.

Frente a los nuevos poderes y desafíos contenidos en la primera de las ideas rectoras, Inglaterra tiene como activo el hecho de que, debido a la diversidad de su sociedad, dispone de “circuitos de diáspora” expandidos alrededor del mundo. Hay quienes ponen en duda que dichos circuitos estén disponibles para ser empleados con beneficio. En todo caso, los suponen infiltrados por el terrorismo, y le desean al hacendoso Miliband que sea triturado por su propia piedra.

¿Existe una “marca de fábrica” inglesa en materia de pensamiento innovador? El secretario de Asuntos Exteriores mantiene que durante la crisis económica, Gran Bretaña estuvo al frente de las iniciativas de cambio. ¿Es debido a ello –se preguntan muchos lectores– que Inglaterra es el único de los países centrales que todavía está en punto muerto en cuanto a la recuperación? No califica como pensamiento innovador el pánico frente a la caída de los bancos; el costo del rescate pesará sobre las próximas dos generaciones. No se privan de desearle que Blair, si obtuviera la presidencia europea, le tenga reservada una silla jugosamente remunerada para quitarlo de la que ocupa.

Miliband insiste sobre lo que llama los valores nacionales”. “Tanto la transparencia cuanto la ambición son factores importantes que otros ven en nosotros”. Sus lectores lo controvierten: ¿Cómo puede definirse Gran Bretaña en estos días? Si algo es all inclusive (todo pago dentro del paquete) y diverso es imposible disponer de poderosas convicciones comunes. El tufo de chauvinismo es indisimulable en el comentario, aunque en realidad lo preocupante es que representa a un pensamiento extendido.

¿Está Inglaterra verdaderamente en el centro de un tejido de redes internacionales que les son beneficiosas? Para demasiados lectores, poner la afirmación de Miliband de otro modo se reduce a afirmar que Inglaterra apoya la ñata contra el vidrio, detrás del cual no hay nadie que la busque. Hegel decía que el misterio de los egipcios es tal porque lo era también para ellos; de lo contrario sólo se trataría de nuestra ignorancia. ¿Miliband cree ver detrás del vidrio adecuado o lo que sucede es un misterio para él?

Todo su texto está naturalmente traspasado por la política, pero donde ésta se exaspera es en el tema de Europa. Por un lado están los que piensan que la Unión Europea es un tren que, desgraciadamente, Gran Bretaña ve cada vez más de lejos. Por el otro, los que sienten que “Bretaña es una isla somos parte de Europa pero no realmente”. Los primeros llaman a los segundos little englanders (pequeños ingleses insulares). Los euroescépticos les contestan que la Unión Europea es un cuerpo corrupto y que sienten pena por el actual gobierno laborista, que anda mendigando una identidad nacional. Para enmarañar aún más la situación, el candidato inglés a suceder a José Manuel Durão Barroso al frente de la Unión Europea, Blair, es laborista, y sus rivales conservadores (los tories) atacan el “federalismo” europeo esmerilando de paso su ambición.

Cuando durante la Segunda Gran Guerra, Winston Churchill manifestó que prefería que no quedase un solo inglés vivo a que pie enemigo pisara las costas de su país, no necesitó aclarar que ni “la arrogancia ni la nostalgia ni la xenofobia” proveen una buena guía para afrontar la realidad. Se limitó a hacerse cargo de imponer su influencia, algo propio de los grandes jugadores.