¿Por qué un gobierno que planifica el relanzamiento de la presidencia de Cristina Kirchner no puede hacer coincidir la salida del ministro de Economía con los otros cambios que desea introducir para transmitir la idea de un plan articulado y consistente?
¿Por qué un gobierno al que le quedan más de tres años de mandato tiene tan pocos funcionarios disponibles que para ministro de Economía debe apelar a la misma persona que había designado dos semanas atrás para hacerse cargo de la AFIP, cuando además la salida de Lousteau ya era previsible?
¿Por qué ese único funcionario, siendo tan valioso, había sido descartado hace menos de cinco meses por el gobernador de la Provincia de Buenos Aires para continuar como ministro de Economía de esa provincia?
Economía. Cuando hace más de dos años Néstor Kirchner reemplazó a Lavagna por Felisa Miceli, la interpretación de que el ex presidente prefería asumir él mismo la responsabilidad del Ministerio de Economía no generó mayores preocupaciones.
Tampoco produjo sobresaltos la misma señal del ex presidente hace siete meses, cuando para reemplazar a Miceli designó a Miguel Peirano.
La inquietud que ahora genera la elección de un ministro de Economía con similares atributos que sus predecesores trasciende claramente los méritos o las carencias de Carlos Fernández o Martín Lousteau.
Como la situación económica actual es peor que la de hace dos años, se generan dos tipos de preocupaciones. De método: el estilo de gestión que pudo ser aplicado hace dos años con mucho viento a favor, puede no resistirlo la economía de hoy. Y de habilidades: si la economía está peor que hace dos años, se podría inferir que Néstor Kirchner no fue mejor ministro de Economía que Roberto Lavagna.
Política. A las preocupaciones de quienes creen que los desgastes del modelo económico causan las crisis políticas, como por ejemplo la del campo, se agregan las de quienes creen que las incongruencias del modelo político repercuten en la economía.
Al problema de que la economía del país no sea conducida por el ministro de Economía, sino por Néstor Kirchner, se le agregó hace cuatro meses la complicación de que quien hace de ministro de Economía en las sombras también hace de presidente en las sombras. Hasta diciembre pasado, por lo menos en uno de los dos cargos más importantes del país, coincidía la autoridad formal con la real.
¿Es el de ministro de Economía uno de los dos cargos más importantes de la Argentina?
Así lo fue, y de manera tan creciente que en la última década hasta compitió por el liderazgo del poder con el presidente de turno. Domingo Cavallo fue el ejemplo paradigmático, y Lavagna el caso atemperado.
Cuando Néstor Kirchner asumió, en 2003, rompió esa dinámica. Primero dividió el poder del ministro de Economía en tres, al pasar muchas de sus funciones al Ministerio de Planeamiento y otorgándole “superpoderes” al jefe de Gabinete. Dos años y medio después, con la remoción de Lavagna, asumió él mismo la conducción económica, nombrando en la cartera de Economía a “miniministros”.
Con la llegada de Cristina Kirchner, Alberto Fernández quiso repetir la experiencia. Trató de hacer él mismo de ministro de Economía, eligiendo para ese puesto a un incondicional suyo. Su error fue olvidarse de Néstor Kirchner. Que Carlos Fernández sea el mejor candidato tanto para la AFIP como para ministro de Economía, podría deberse más a que es el único con el que Cristina Kirchner puede conformar simultáneamente a Néstor Kirchner y a Alberto Fernández, que a sus conocimientos únicos sobre economía. Y por por lo mismo, podría no haberlo querido Scioli.
Para justificar la minimización de la función del ministro de Economía, se la revistió de un carácter ideológico: “Antes el país estaba manejado por los economistas. Ahora es la política la que maneja a la economía”.
Tanto insisten Kirchner y Alberto Fernández en hacer de ministros de Economía, que terminan agigantando la importancia de ese puesto y remarcando su falta. Además, comunican la impotencia de esta política para ejercer su autoridad frente a un sólido ministro de Economía