COLUMNISTAS
Democracia en EE.UU.

Francamente, Trump

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Donald Trump. | Pablo Temes

No es sencillo, a esta altura, construir sentido alrededor de Trump. Solo uno: la apuesta hacia el abismo aumenta tuit a tuit. Algunos analistas políticos, pocos y serios, han cedido a la tentación de dudar, con cautela y desde la ironía para salvar un paso en falso, sobre la veracidad de la enfermedad del presidente. Visto desde el esperpento, en una escena a medio camino entre Monty Python y Alfred Jarry, el relato se normaliza.

Antes de llegar a estos extremos, hubo, en los inicios de esta administración, una exhibición de paciencia en la que las lecturas de la deriva de Trump se contextualizaban con los momentos más desafortunados de Richard Nixon o las escaramuzas de George W. Bush. En Europa aún se recuerda la tapa de The Economist rechazando una reelección de Silvio Berlusconi o el Financial Times dudando de la idoneidad –y la salud psíquica– de Boris Johnson para gestionar el Brexit y la crisis sanitaria. Pero los hechos son tercos y se imponen por singulares rindiéndose ante evidencias incontestables: megalomanía, mentira y fracaso.

En un extenso informe el The New York Times informaba la situación fiscal del presidente. Los titulares y el eco en la esfera pública se atoró ante una noticia a la que no se daba crédito: en los últimos quince años solo ha tributado dos ejercicios y en sendas declaraciones lo hizo acompañado de un pago de 750 dólares por sus rentas. El desconcierto llevó a obviar el resto del informe que convertía el dato en la punta de un iceberg. Donald Trump es un empresario fracasado: su cargo le permite eludir una deuda de proporciones homéricas, impagable, con consecuencias judiciales severas.

Es difícil saber si este mensaje llegará al Medio Oeste americano donde reside el voto mayoritario de Trump, cuyos postergados habitantes pagan más tributos fiscales que su presidente.

El fin de semana pasado el escritor Richard Ford publicó un ensayo en El País en el que observa y reflexiona sobre la situación de los Estados Unidos.

Ford, autor de la trilogía que gira sobre su personaje Frank Bascombe, un estadounidense medio que, libro tras libro, avanza desde la mediana edad hasta convertirse en un septuagenario, suele sufrir el frecuente error que lleva a muchos lectores suyos a confundir al autor con el narrador. El uso de la primera persona como voz, el realismo como estilo, la edad similar de Ford y Bascombe y el relato de experiencias vitales íntimas, han creado esta situación. Nada mejor que leer ese artículo para comprobar que al contrario de lo que decía Flaubert de su personaje, Bascombe no es Ford. Allí donde Bascombe es irónico, resignado y distante, Ford, este domingo en su ensayo, es abierto, expectante y comprometido. Eso sí: listo para el abatimiento ante una derrota. Más crece esta perspectiva si se atiende que Joe Biden es un atenuante tan débil y poco estimulante como lo fueron en su día Fernando de la Rúa, Gordon Brown o Matteo Renzi (da vértigo ver con que facilidad surgen los nombres).

Ford habla de la convivencia y las virtudes de la democracia liberal pero se pregunta –y se alarma– ante el hecho de que «una gran nación se juegue tanto en un único ejercicio cívico, legalmente establecido y con su propio calendario». No es probable que le ayude a digerirlo la boutade  de Borges al respecto: la democracia es la dictadura de la estadística. Aunque, es verdad, esta reflexión sería propia de Bascombe y como hemos dicho, no es el caso. Pero, en el sentido último del sistema estadounidense, cuenta Ford que un amigo suyo canadiense suele decirle que los Estados Unidos es el único país que se tomó en serio la democracia. Aclara el escritor que no se trata de un cumplido.

Después de extensas consideraciones cuyo núcleo acaparan el deterioro, la confusión y la violencia de estos cuatro años, Ford se centra en la tensa espera ante las elecciones. Ver quien gana y que pasará después: “Es como si un sustrato de hielo silente yaciera bajo la estrepitosa mezcolanza social que define a Estados Unidos, manteniéndonos quietos en nuestros sitios”.

Como sabemos y hemos recordado, Ford es septuagenario y si bien hay una distancia considerable con su personaje, también hay un vínculo que nos alcanza a todos y es aquello que Frank Bascombe describe como las edades del ser humano: el Periodo de Existencia y el Periodo Permanente. El primero pertenece a la mediana edad, cuando la vida es un viaje, se abren múltiples posibilidades y se van escogiendo. El segundo, el Permanente, es una suerte de etapa de contingencia en la que lo hecho, hecho está y que Bascombe define como destino, en el que pasado es más genérico que específico y donde todo se va disolviendo. También hay temor. Y Ford escribe en el ensayo: “Tengo miedo: a eso se reduce todo esto”.

Hemos puntualizado que Ford es un escritor realista. En unos de los relatos de Francamente, Frank dice: “La vida es cuestión de administrar el dolor”. Otro Frank, Kafka, dejó apuntado en su diario “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, clase de natación”.

*Escritor y periodista.