En la facultad de filosofía de la UBA hay carteles “populares” a favor de la ley de medios. |
El Gobierno justifica su proyecto de nueva ley de radiodifusión en un principio: generar diversidad. Implícitamente se expone una anomalía que vendría a corregir: la concentración. Quien encarna ese gigantismo defectuoso del actual orden es una sola empresa: Clarín. Fuera de la Argentina hay otros dos casos similares a Clarín: Televisa de México y Globo de Brasil. Que sea Latinoamérica donde se encuentren tres de los principales casos de concentración mediática del mundo no es casual: hay un débil desarrollo de las instituciones. La existencia de este modo de democracia sólo formal no tiene causas y consecuencias cívicas sino, fundamentalmente, económicas: peor distribución de la renta.
Entonces, para el Gobierno, por carácter transitivo Clarín tiene la culpa de la debilidad de las instituciones políticas argentinas, con el único fin de beneficiarse económicamente contribuyendo al empobrecimiento general.
Esta tesis parte de algunas premisas ciertas que son manipuladas para fines falsos. Los Kirchner, como Chávez en Venezuela y sus discípulos (Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia) tratan de crear una concentración mediática aun mayor de la que –dicen– buscan remediar: la de un Estado manejado por ellos y sus empresarios amigos.
Lo mismo sucede con el nuevo proyecto de ley electoral. Con el noble fin de colocarle un límite a la diferencia de oportunidades entre un candidato millonario como De Narváez y otros con muchos menos recursos, se reduciría la publicidad política dándoles a todos los candidatos la misma cantidad de segundos.
En teoría se democratizaría el sistema político, pero en la práctica, al colocar todos los avisos políticos juntos, se aburre al televidente, quien después del primer mensaje apaga el televisor. Paralelamente, el Gobierno continúa con su comunicación porque el Estado “no hace publicidad, sino que informa de sus actos” y sería casi imposible para la oposición competir con la comunicación del partido que gobierna.
Lo mismo podría suceder con la Ley de Medios y aquello que supuestamente persigue: desconcentrar. Que sea una maniobra del oficialismo para crear una supraconcentración de medios del Estado tanto mayor, sin que exista un solo medio privado con la potencia equivalente para oponérsele.
La primera gran diferencia de Clarín con sus equivalentes de México y Brasil es que tanto Televisa como Globo no se pelean con los presidentes de sus países, mientras que Clarín ya se enfrentó a los dos gobiernos fuertes surgidos desde la llegada de la democracia: el de Menem y el de los Kirchner.
Para algunos, Televisa y Globo no confrontan con sus gobiernos porque son más débiles, y Clarín sí porque es demasiado fuerte, potencia que “se debería” debilitar para equilibrar las fuerzas de la democracia. Para otros, Clarín enfrenta a los gobiernos porque es –proporcionalmente– más débil que Televisa y Globo.
La debilidad de Clarín. Tanto Globo como Televisa son fuertes en entretenimiento. En sus países son sinónimo de televisión porque acaparan más del 60% del rating. En cambio, Clarín es fuerte en periodismo. Y en Argentina es sinónimo de diario (Televisa no tiene diario y Globo sólo en Río de Janeiro, ciudad que es la mitad de grande que San Pablo).
Globo y Televisa se especializan en telenovelas y son los mayores productores mundiales de ese género, que es el entretenimiento preferido de los latinos (junto al fútbol), ya que el periodismo en televisión siempre tiene menos audiencia. Con sus telenovelas, Globo y Televisa triplican en rating al segundo canal de televisión de sus países.
Clarín se diversificó del papel a lo audiovisual pero nunca alcanzó el mismo éxito que tiene en la gráfica. Canal 13, a pesar de haber sido entregado por el Estado al momento de la privatización con más rating que el entonces Canal 11, siempre fue segundo en rating, incluso ahora que al talento de Suar se sumó el de Tinelli. Si bien en Argentina no hay, como sí en México o Brasil, una marca excluyente de televisión, Telefe es más sinónimo de televisión que El Trece.
No es casual: la cultura de Clarín es la de una empresa periodística y no de una empresa de entretenimientos como Disney, Televisa o Globo. Basta ver los edificios de las empresas de Clarín o las costumbres corporativas de sus ejecutivos para comprender que su sistema de valores está más basado en la lealtad que la creatividad, y se preocupa más por lo sólido que por lo bello. Connota más la eficacia de West Point que el glamour de Hollywood.
Otra explicación que permite comprender por qué Clarín no tiene el monopolio de las grandes audiencias audiovisuales apela a la geopolítica. El fenómeno que significó el peronismo en la historia hizo que en 1975 se estatizaran en la Argentina los canales de televisión y recién se volvieran a privatizar en 1990. Esos quince años de interregno privado, casi la mitad de la vida de la televisión comercial (en Latinoamérica había nacido recién en 1960), hicieron de los canales de TV argentinos empresas raquíticas en comparación con Televisa y Globo, que continuaron siendo privadas desde su fundación a finales de la década del 50, y pudieron perfeccionar su modelo de negocios de manera sostenida a lo largo del tiempo.
Y también influyó que tanto Globo como Televisa fueron desde su origen canales nacionales (o redes), mientras que en la Argentina los canales 13, 11 y 9 eran sólo de la Ciudad de Buenos Aires.
La respuesta lógica de Clarín a este cuadro de situación fue compensar con lo material lo que no se podía obtener con lo inmaterial o creativo. En lugar de un virtual monopolio de los contenidos como son Televisa y Globo, Clarín construyó un real monopolio de continentes. O sea, de distribución, en este caso con la televisión por cable. Lo que no se podía obtener por el peso específico del gusto del público había que compensarlo con capacidad de lobby. En lugar de tener a alguien como Emilio “el Tigre” Azcárraga, dueño de Televisa, que le decían tigre porque la mayoría de las artistas habían pasado por su cama, Clarín tiene al implacable Héctor Magnetto, que “acostaba” a todos los presidentes.
Azcárraga, o Roberto Marinho (el dueño de Globo), nunca precisaron “acostar” a ningún gobierno porque el poder de seducción que tienen sobre las masas de sus países es tan enorme y excluyente que ni siquiera tienen que presionar para obtener lo que desean: una mínima sugerencia es ley. Tampoco necesitan estar pidiendo continuamente prebendas, porque es tan gigantesco el negocio con que cuentan que precisan menos del Estado. El Trece, más todas las señales de cable del Grupo Clarín, más radio Mitre y el diario, juntos tienen ventas de publicidad anuales de escasos 300 millones de dólares, mientras que Televisa tiene ventas de publicidad de más de US$ 3.000 millones por año y Globo de más de US$ 5.000 millones.
Primero el diario y luego el cable han venido siendo para Clarín lo que para Televisa y Globo fue y es la televisión abierta. ¿Qué hará Clarín si de aprobarse la nueva Ley de Medios no puede tener televisión abierta y de cable simultáneamente? ¿Vendería El Trece y se quedaría con todo el cable que pudiese (el proyecto prevé un máximo del 35% de abonados para un solo operador; Cablevisión más Multicanal superan el 50%)? ¿O al revés?
No caben dudas de que el cable da más caja que El Trece, pero la TV abierta con sus audiencias masivas da más influencia en la opinión pública. ¿Poder o dinero? ¿Cuál es más poderoso en un país como Argentina?
Descartes y Clarín. En Meditaciones (donde expresó su célebre: “Pienso, luego existo”) Descartes crea la idea de un “genio maligno” que trastoca la realidad y se opone al Dios veraz: “Alguien extremadamente poderoso y astuto que emplea todas sus fuerzas y toda su habilidad para engañarme”. El genio maligno sería el responsable de hacernos equivocar siempre: “Hay un engañador de poder y astucia supremos que me está confundiendo deliberada y constantemente”.
Para superar a ese genio maligno haría falta una mirada suprahumana, ser un Dios. Seguramente Kirchner y Clarín crean mutuamente que el otro es ese genio maligno de Descartes que todo lo disuelve, y que ellos mismos son el Dios de la mirada suprahumana que puede darse cuenta del engaño.
La batalla entre esas dos perspectivas se define en las próximas semanas y será uno de los enfrentamientos más apasionantes de la política contemporánea. Aun aquellos que puedan coincidir con la necesidad de desconcentrar que invoca Kirchner se preguntan: “Aunque fuera bueno para la Argentina que el peso específico de Clarín se redujera, si Kirchner nos salva de Clarín, ¿quién nos salva luego de Kirchner?”.
Finalmente nos encontramos con el mismo problema de duda metódica y el dilema hiperbólico de la circularidad cartesiana. En el caso Clarín o Kirchner, la única solución es creer en Dios, como hizo el propio Descartes.
Hoy, tanto Clarín como
Kirchner deben estar haciendo suyo el primer párrafo de Meditaciones donde Descartes dice: “Ya me percaté hace algunos años de cuántas opiniones falsas admití como verdaderas y de cuán dudosas eran las que después construí sobre aquellas, de modo que era preciso destruirlas de raíz para comenzar de nuevo desde los cimientos si quería establecer alguna vez un sistema permanente”.
Tanto Clarín como Kirchner creen que se equivocaron en el pasado con el otro. El problema para uno de los dos es que ya es tarde para remediarlo.