En su “Tesis sobre el cuento”, Ricardo Piglia explica lo que pasa en Kafka: el relato secreto, ominoso y definitorio que en los cuentos clásicos se revela al final, aparece al principio y a plena luz. Lo que sigue es una detallada descripción cotidiana, que tras esa revelación inicial (amanecer convertido en escarabajo o dejándose comer los pies por un buitre), se torna amenazante: ¡kafkianos!
Abordo el Francisco Papa, el barco con nombre de tubérculo, para cruzar a Montevideo a filmar una película. Todos alertas; eso está bien: queremos protocolos y estamos de acuerdo con todo lo que nos digan con una sonrisa generosa, que no llegamos a ver porque los azafatos visten de teletubbies. ¿Cómo es el viaje en la normalidad altarada? Es kafkiano.
Llegamos cuatro horas antes para el hisopado. Los formularios se nos pierden en las manos: agarrar muchos papeles con el barbijo puesto conduce a la locura. El mismo formulario de hisopado te adjudica un número para sentarte en una silla a esperar. Ese número se repite en el barco. Es decir que uno está en todo momento rodeado a distancia prudencial por las mismas cuatro personas. Los resultados llegan cuando ya estamos en viaje. Si a alguno le diera positivo, irán a buscar a sus vecinos al hotel para aislarlos. Pero dieron negativos y el barco entero aplaude. Para ir al baño hay que levantar la mano. Un teletubby sonriente te acompaña para verificar que no te cruces con nadie, salvo con él, que se cruzará con todos. Es arduo entender lo que hacemos. Pero lo hacemos, como la familia de Samsa cuando le pasa comida por debajo de la puerta. Que es lo que ocurre en el hotel donde me guardo el tiempo reglamentario. Pero al free shop se puede ir de a cinco, siempre que levantes la mano para que te acompañen.
Veo las alfombras celestitas del Francisco Papa, las imagino estornudadas de mil pasajeros y creo que todo tiene algo de celestial. Es decir, de absurdo. Y aun así, no pasó nada. Cuidémonos. Ya somos hombres y mujeres en estado kafkiano.