OPINIóN
Desafíos

La democracia y sus descontentos en América Latina

La pandemia agravó y puso en primer plano la persistente desigualdad, la debilidad estatal y la corrupción, causas recurrentes del mal funcionamiento democrático en nuestra región.

20210613_lopez_obrador_bukele_bolsonaro_afp_g
Casos. AMLO (México), Bukele (El Salvador) y Bolsonaro (Brasil). Ejemplos de liderazgos fuertes. | afp

Antes del inicio de la pandemia las democracias de la región enfrentaban importantes problemas y profundos desafíos. Estos han sido agravados por la pandemia. Las ediciones del reporte Latinobarómetro anteriores a la irrupción del Covid-19 mostraban una creciente insatisfacción con el funcionamiento de la democracia, una profunda desconfianza hacia los partidos políticos y las asambleas legislativas y una percepción creciente de que los gobiernos actuaban en favor de unos pocos y a expensas de la mayoría de la ciudadanía. 

Los triunfos electorales de Andrés Manuel López Obrador en México, Jair Mesías Bolsonaro en Brasil y Nayib Bukele en El Salvador en 2018 y 2019 fueron claras manifestaciones de ese descontento. Las protestas de octubre de 2019 en Chile de las cuales surgió el proceso constituyente en curso también. 

La evidencia de los últimos meses sugiere que los problemas de desafección partidaria se han profundizado. En las elecciones presidenciales peruanas del 11 de abril los dos candidatos más votados sumaron apenas un 32% de los votos. Pedro Castillo -muy probablemente el próximo presidente del Perú- obtuvo tan solo un 19% de los votos en la primera vuelta presidencial, tan solo un punto por encima de la sumatoria de los votos nulos y blancos. 

En las elecciones para convencionales constituyentes de Chile del 15 y 16 de mayo votó tan solo un 43% del electorado. El resultado fue un verdadero terremoto para el establishment partidario chileno, incluida la lista Apruebo-Dignidad, una coalición de la nueva izquierda del Frente Amplio y la vieja izquierda del Partido Comunista. La suma de los votos obtenidos por Chile Vamos (la coalición de los partidos de centro derecha y la derecha extrema), la lista del Apruebo (los partidos de la antigua Concertación de la Democracia) y Apruebo Dignidad muestra que tan solo la mitad de quienes concurrieron a votar optaron por los partidos establecidos. A fines de este año Chile celebrará elecciones legislativas y presidenciales, las cuales tendrán lugar mientras la convención constituyente recientemente elegida redacta una nueva constitución. Los próximos meses serán fuente de interesantes desafíos para la democracia chilena.

Los desafíos que enfrenta la democracia en América Latina no se limitan tan solo a la representación. Hay un claro retroceso en materia de calidad democrática en no pocos estados de la región. El ejemplo más obvio es el caso de Venezuela que en tan solo 25 años pasó de ser una democracia con problemas a un autoritarismo competitivo, y desde el endurecimiento del régimen de Maduro, en un autoritarismo a secas. El caso venezolano suele acaparar la atención y razones no faltan para ello. Se trata de un país que atraviesa una profunda crisis económica, humanitaria y política. Pero no es el único estado que atravesado un proceso de erosión democrática. Los eventos de la última semana en Nicaragua donde el gobierno autoritario de Daniel Ortega y Rosario Murillo arrestó a dirigentes opositores es una prueba de ello. Nicaragua celebrará elecciones presidenciales el 7 de noviembre de 2021. El arresto de los líderes opositores deja pocas dudas que la dupla Ortega-Murillo pretende realizar una farsa electoral, similar a las que ha realizó el régimen de Maduro en Venezuela en 2019 y 2020, o la de la elección presidencial de la propia Nicaragua en 2016. 

A los desafíos para las democracias regionales debemos agregar los presidentes hegemónicos. En los últimos años diversos dirigentes y académicos han acusado a los tribunales, los medios e incluso los poderes legislativos, de orquestar ‘golpes blandos’, sin advertir que tal como indica un reciente trabajo del politólogo argentino Aníbal Pérez Liñán, son los presidentes hegemónicos quienes resultan una amenaza para la democracia. Hace pocos meses el partido del presidente salvadoreño Nayib Bukele logró un triunfo abrumador en elecciones legislativas, el cual le permitió destituir a los 5 jueces de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y al Fiscal General de Estado. La debilidad o ausencia de frenos y contrapesos, aquellos que hacen a lo que Guillermo O’Donnell denominaba ‘accountability horizontal’,  es un problema para la salud de las democracias. 

El resultado de las elecciones legislativas mexicanas de la semana pasada es en este sentido una noticia alentadora. El partido del presidente Andrés Manuel López Obrador mantiene aun la mayoría en ambas cámaras del Congreso, pero está más lejos de alcanzar el quórum necesario para realizar reformas constitucionales. López Obrador, quien llegó al poder en 2018 con el 53% de los votos, lanzó durante este año ataques tanto contra los tribunales, como contra el Instituto Nacional Electoral, el organismo responsable de velar por la transparencia electoral en México, sucesor del Instituto Federal Electoral, cuya creación fue clave para poner fin a las 7 décadas de gobierno del PRI.

Fenómenos como el de AMLO, Bolsonaro o Bukele en el presente, o en el pasado Rafael Correa, Evo Morales y Hugo Chávez resaltan la relevancia del liderazgo para la salud de las democracias. Cuando los presidentes promueven políticas radicales adoptan una perspectiva instrumental de la democracia que debilita el compromiso de las elites políticas con la misma. Como han mostrado Scott Mainwaring y Aníbal Pérez Liñán las democracias tienen mayores chances de sobrevivir cuando los principales actores políticos y sociales tienen un compromiso normativo fuerte con el sostenimiento del régimen y cuando moderan sus opciones políticas. La polarización ideológica extrema en modo alguno es positiva para la salud de la democracia. 

En los próximos días Perú enfrentará múltiples desafíos al respecto. La exigua ventaja obtenida por Pedro Castillo en la segunda vuelta presidencial ha llevado a que Keiko Fujimori intente revertir el resultado electoral mediante la impugnación de unas 800 actas. Aunque es improbable que esta maniobra sea exitosa, si lo fuere, agravará los problemas de gobernabilidad que Perú ha sufrido en los últimos 5 años. Pero mismo la confirmación del triunfo de Castillo plantea interrogantes. Castillo no es el líder de Perú Libre, la organización fundada por Vladimir Cerrón, quien no pudo integrar la plancha presidencial a causa de las acusaciones judiciales en su contra durante su paso como gobernador regional de Junín. La plataforma de Perú Libre plantea cambios radicales. No solo eso, se trata de un partido con vínculos con Sendero Luminoso. Castillo dio señale de moderación tanto durante la campaña electoral por la segunda vuelta, como en la última semana. Sin embargo, no es claro hasta qué punto el resto de Perú Libre comparte esa postura. 

La pandemia de Covid-19 ha agravado y puesto en un primer plano las causas detrás del descontento con el funcionamiento de la democracia en la región. Ahí están la persistente desigualdad, la debilidad estatal y la corrupción. Poco más de cuarenta años atrás América Latina atravesó una ola democratizadora que barrió con regímenes autoritarios de muy diverso pelaje. La ola vino acompañada de un fuerte optimismo acerca de los beneficios que la democracia traería para los países de la región. Poco queda hoy de ese optimismo. Hacer frente a esos problemas y recrear ese optimismo son los desafíos que la región tiene por delante.

 

*Politólogo (UCA-Ucema).