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La frontera

11-10-2020-Perfil logo
. | CEDOC PERFIL

Este año participé de un grupo de Telegram en el que abundan los españoles cinéfilos e ilustrados (también hay algunos argentinos cinéfilos, aunque tal vez menos ilustrados). Aunque no me llevo muy bien con los participantes porque soy el único negacionista de la cuarentena (y en España no existen), la verdad es que conocerlos me resultó muy útil y sus intervenciones me proporcionaron información y reflexiones valiosas. Por allí desfilan libros, discos y películas que probablemente no hubiera conocido de otra manera. En los últimos días, alguien habló de la colección Frontera, de la editorial Valdemar, dedicada a la narrativa del Oeste americano, lo que produjo un pequeño intercambio entre los connoisseurs del género, que no son muchos en general. El western es un raro ejemplo de literatura que fue en su tiempo muy popular pero quedó a la sombra de su contraparte cinematográfica y, aunque casi no se filman westerns (hoy no se filma casi nada), el que lo hayan  practicado cineastas como John Ford o Howard Hawks lo sostiene entre críticos e historiadores. Además de que es uno de los géneros más apropiados para filmar a cielo abierto y mostrar en la pantalla lo que los libros solo pueden sugerir.

A diferencia de géneros como el policial, el terror o la ciencia ficción, que se recuperaron después de un período de sequía, hoy nadie lee westerns y es probable que tampoco se escriban, aunque haya herederos sofisticados de sus tradiciones como Cormac McCarthy. Personalmente, nunca frecuenté el western: mis escasas incursiones en él no me entusiasmaron y hasta me olvidé de su existencia. Es probable que, en estos años, haya visto los libros de Frontera en alguna librería pero no los registré en la memoria, aunque la colección existe desde 2011, cuando se inauguró con Indian Country, una colección de relatos de Dorothy M. Johnson, acompañada de una presentación de Alfredo Lara López que se pregunta adecuadamente por el misterio de la evaporación del western en español y aboga por su resurrección. Johnson (1905-1984) es uno de los nombres más reconocidos de un género históricamente masculino y una escritora más que respetable. La evidencia aparece con solo leer uno de sus relatos: El hombre que mató a Liberty Valance, incluido justamente en Indian Country y en el que se basó la película homónima de John Ford (aunque en la Argentina se estrenó en 1962 como Un tiro en la noche). La película es notablemente fiel en su trama al cuento, con su colorido villano, con una mujer disputada por un cowboy y un hombre venido del Este que terminará siendo senador. En el mismo año (1953) se publicó también un cuento en el que un citadino sufre la pulsión inexplicable de enfrentarse con un patotero campestre que lo supera en destreza. Se trata de El sur, de Borges, que habla simbólicamente del coraje, así como de la civilización y la barbarie, igual que la película de Ford. Pero a Johnson no le interesaban esos temas: su aproximación es shakespeareana y muy cruel con los personajes a los que Ford ennoblece. Intuyo que el western, con sus ambientes precarios en los que la vida humana vale muy poco, es un género bastante siniestro. Hubo una época en la que tanta oscuridad podía ser demasiado para los lectores, aunque hoy el mundo vuelve a parecerse al de la frontera.