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La onda expansiva de Boca

Aunque no sea conveniente reconocerlo, el fútbol argentino sabe que si apuesta todo a manos de Boca y de River se muere de hambre y de sospecha. También sabe que los dos gigantes de nuestro mercado son demasiado importantes como para quitarles protagonismo, aunque no sean ni campeones ni protagonistas.

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Gonzalo Bonadeo |
Aunque no sea conveniente reconocerlo, el fútbol argentino sabe que si apuesta todo a manos de Boca y de River se muere de hambre y de sospecha. También sabe que los dos gigantes de nuestro mercado son demasiado importantes como para quitarles protagonismo, aunque no sean ni campeones ni protagonistas.
Tal vez por eso, desde el atardecer del miércoles hasta hoy, Buenos Aires ve cómo la política y las compras navideñas quedaron en un segundo plano por la invasión de carteles que aluden, exclusivamente, al tricampeonato frustrado o una presunta falta de coraje de los boquenses para liquidar un torneo varias veces resuelto a su favor. Como contrapartida, los hinchas de Boca llenan casillas de correo electrónico o invaden radios y canales de televisión con mensajes alusivos a que River tampoco ganó nada; también se consuelan preguntando a ese mundo del fútbol confabulado en su contra dónde quedó el campeonato arreglado del cual, dicen, tanto se habló.
De lo que ninguno de los dos habla (es decir, de lo que no habla una enorme porción del electorado futbolero argentino) es del campeón. Pareciera ser que, entre la burla de los de River y la defensa inútil de los de Boca, Estudiantes poco menos que debería pedir perdón por haberse consagrado tan dignamente en Liniers.
Con la típica opulencia del poderoso, el gran ojo del fútbol argentino mira la desazón de Boca, el pobre consuelo de River e ignora rotundamente ya no sólo la gesta deportiva de Estudiantes, ya no la sana intención de juego del equipo de Simeone, sino también la conmovedora fiesta vivida en la cancha de Vélez.
Hace pocos días, en la previa de una de tantas despedidas de año, Javier Castrilli se confesaba admirado por lo que le pareció un partido de otro fútbol. En efecto, mas allá de los matices que tuvo el encuentro (apasionante aunque lleno de actuaciones torpes indignas de semejante ocasión), la celebración pincharrata tuvo hasta el corolario de esa extraña especie -indigna del folklore futbolero, dirán algunos imbéciles con micrófono fácil- que fue el aplauso de muchos hinchas de Boca a la vuelta olímpica de la Brujita Verón y compañía.
Para un torneo tan lleno de porquerías, pletórico en bochornos justificados por aquellos que prefieren que todo siga igual, con tal de ni comprometerse ni trabajar, la final fue como si a una de esas películas que Carlitos Balá, Palito Ortega y Angel Magaña filmaban en Campo de Mayo le editáramos los minutos finales de La Historia Oficial.
Por cuestiones de geografía laboral, me tocó estar demasiado cerca de los plateístas de Estudiantes y, por añadidura, muy lejos de la parcialidad de Boca. Sin embargo, no creo equivocarme si digo que los hinchas del campeón llegaron a Liniers con una emoción prescindente del resultado final. Ellos fueron artífices de gran parte de la fiesta. Miren si serán “raros”, que le pusieron color de banderas y calor de gargantas, prescindiendo de la presencia de su barra brava. Vi cientos de pibes y pibas encontrarse en los pasillos de las tribunas abrazándose con la emoción de quien reconoce lo grosso que era estar en ese lugar en ese momento. “Claro, los de Estudiantes festejan que están en la final. Para ellos, ya es suficiente”, comentó un vocero xeneize con el típico desprecio de quien jamás entenderá que en el deporte, para ser el más grande también hace falta un adversario. Al tipo no le escuché decir gran cosa al final de la historia, cuando la realidad y Mariano Pavone le pegaban un mamporro a su soberbia dejando en claro que eso de estar en la final era magnifico para hinchas y jugadores platenses, pero que no por eso dejarían de dar el gran golpe.
Al resto de la historia usted la conoce hasta el hartazgo: La Volpe que se fue tras esperar infructuosamente que le pidieran que se quedara, Gago que pasa a ser algo así como el fetiche de la queja boquense por el mero pecado de merecer un lugar en el Real Madrid y ganar buen dinero con ello, varios jugadores que -ya multicampeones- no estuvieron a la altura y Mauricio Macri, que asegura que Boca habló con Russo sólo después de que Miguel renunciara a Vélez, historia que no se cree ni el propio Rodríguez Larreta.
Como verán, hasta el impulso que arrastra esta columna me lleva a hacer base en Boca. Es como si nadie pudiera abstraerse de ese imán que es el equipo más popular de la Argentina. Cuando gana, cuando pierde y hasta cuando tiene campañas intrascendentes la onda expansiva de Boca desborda hasta las mejores campañas de equipos de hinchada no tan masiva. Y hablamos de su técnico, de los jugadores que se van, los que se quedan, los que llegarán y hasta de los que creemos que sería necesario que se fueran. Elucubramos sobre los motivos del fracaso de La Volpe y empezamos a encolumnar dibujos tácticos más próximos a una guía telefónica que a un deporte dinámico practicado, habitualmente, por seres humanos. Hasta nos animamos, en nombre de Boca, a entreverar el vaivén deportivo de la azul y oro con la proyección política de su presidente.
Con tanta cosa que genera Boca, es lógico que la tentación nos lleve para ese lado y no para el del campeón. Al fin y al cabo, ¿qué mérito tuvo Estudiantes más que el de ser un muy buen equipo de fútbol?.