COLUMNISTAS

La querida inflación

El psicoanálisis utiliza la palabra goce para describir formas de placer no muy sanas y hasta perversas. Disfrutar con algo que hace mal, por ejemplo. Y sospecho que algo similar les sucede a los kirchneristas con la inflación.

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Lágrimas por el INDEC. Su ex directora, Graciela Bevacqua, lloró al contar los aprietes de Moreno.

El psicoanálisis utiliza la palabra goce para describir formas de placer no muy sanas y hasta perversas. Disfrutar con algo que hace mal, por ejemplo. Y sospecho que algo similar les sucede a los kirchneristas con la inflación que, como toda droga, al principio produce beneficios sin que se perciban las consecuencias de los deterioros, que siempre son acumulativos.

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Podría ser un resabio setentista, porque en aquella década (y en la posterior), cuando la inflación era de dos dígitos mensuales, a los líderes de los grandes sindicatos les resultaba funcional a su proceso de acumulación de poder. Las discusiones salariales eran cruciales porque los porcentajes eran muy significativos y, por ende, tenían vital importancia en la vida de sus afiliados, de los empresarios y, a veces, de toda la economía. Con una inflación anual de cuatro por ciento, las paritarias pasan a ser hechos secundarios en la vida de empleados y empleadores y se reduce la influencia social de los líderes sindicales.

Lo mismo sucede con Kirchner: la inflación aumenta el poder de intervención estatal como mediador en las discusiones salariales entre sindicatos y empresas, empujándolos a todos a ir al pie del Gobierno. No sólo con el poder fiscalizador del Ministerio de Trabajo tiene a las empresas a su merced sino que, con alta inflación, también controla a las de servicios públicos cuyos aumentos de tarifas requieren aprobación estatal. Y en mayor o menor medida, también afecta más determinantemente a aquellas empresas cuyos precios tienen algún componente regulado por el Estado. Más porcentaje de inflación es más proporción de influencia para quien administra sus causas y sus consecuencias.

Además, con una inflación más alta se licuan los ingresos de los gobernadores e intendentes, a quienes se obliga a pedir auxilio al gobierno nacional más a menudo.

Otra herramienta que una inflación mayor produce para el Gobierno es el conocido impuesto inflacionario. Al imprimir más moneda para la misma cantidad de bienes disponibles, además de aumentar el precio de esos bienes –por simple ley de oferta y demanda– reduce el valor de todo el resto de moneda circulante; se queda con una parte de los pesos de todos los contribuyentes, sin tener que tomarse el trabajo de recaudarlo.

Actualmente, el Estado (sumados la Nación, las provincias y los municipios) recaudaría alrededor del 45% del total del producto bruto, un porcentaje nunca antes alcanzado en la historia argentina; lo que hace que la presión tributaria no pueda aumentar más y que el Gobierno busque otras formas de recaudar. Por ejemplo, en 2002, el producto bruto argentino era de 100 mil millones de dólares y la recaudación total, de 28 mil millones, el 28%. El año pasado, para un producto bruto de 320 mil millones de dólares, la recaudación fue 139 mil millones, el 45%.

Para mantener ese nivel de gasto público, que se multiplicó por cinco en dólares en siete años –entre 2003 y 2009–, fue necesario que el Gobierno apelara a todos los recursos disponibles, el aumento de las retenciones a las exportaciones del campo, los fondos de la ANSES, las cajas de las jubilaciones privadas y la inflación.

Otro de los efectos recaudatorios que le genera al Gobierno la inflación son las ganancias del Banco Central, como institución en sí misma, que pasan a la Tesorería del Estado Nacional. Estas ganancias que suman, dependiendo del año, algunos miles de millones de dólares son el resultado directo de un asiento contable por pasar a registrar como ganancia el aumento en pesos de todos los activos y pasivos en otras monedas del banco, producidos entre el 1º de enero y el 31 de diciembre, por efecto de la devaluación que es el resultado, en gran medida, de adecuar la tasa de cambio a la tasa de inflación.

El año pasado, el producto bruto bajó el 3% y este año crecerá el 5%. Paralelamente, después de un 2009 donde “gracias a la crisis” la inflación se redujo al 15% anual, el último trimestre anualizado indica que vamos camino al 22% de aumentos de precios para el año. Esto, con precios controlados a palos por Guillermo Moreno (a quien en este contexto se le puede augurar su puesto asegurado hasta el fin del mandato de Cristina Kirchner), tarifas atrasadas y subsidios.

INDEC. Los depredadores de las tumbas del Egipto antiguo les arrancaban primero los ojos a las estatuas que custodiaban los sarcófagos para que no vieran que iban a robar. Lo mismo hace Moreno con el INDEC, antes de robar el valor del dinero de todos los ciudadanos. Las imágenes de la ex directora del INDEC, Graciela Bevacqua, llorando en el Congreso al exponer los aprietes que la eyectaron de su puesto, son el mejor exponente de la brutalidad con que opera el secretario de Comercio.

Si la inflación los alarmara, no saldría la nueva presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, a promover el crédito a tasas bajas porque todos los manuales indican que para controlar una inflación creciente se suben las tasas de interés y nunca se las baja. No es sustentable el argumento de que lo hace para combatir la inflación con un aumento de la oferta que, al fabricar más unidades, baje el precio. El aumento de la inversión es, inicialmente, inflacionario porque en los primeros años consume más recursos de los que produce.

“Intento comprender la verdad, aunque esto comprometa mi ideología”, decía Graham Greene. La verdad es que la inflación es querida por el Gobierno. Sólo disimula porque sabe que no es políticamente correcto decir la verdad.