Cuando el profesionalismo daba sus primeros pasos, River ya había soportado estoicamente una vuelta olímpica de Boca en 1931, pero se la cobró con la obtención del campeonato del 32. Para ese título, River hizo lo que indicaba esa nueva época: salió al mercado a hacer valer su flamante apodo de “Millonarios”. Así llegaron Bernabé Ferreyra, desde Tigre y Alberto Cuello, Juan Carlos Arrillaga, el uruguayo Pablo Dorado, Oscar Sciarra y Carlos Santamaría. Gastó una fortuna y consiguió el título. Pero no lo pudo sostener, ni siquiera con el gran Bernabé. San Lorenzo ganó el del 33 y un enorme equipo de Boca se llevó en seguidilla los torneos de 1934 y 1935.
Justamente en el 35, River ya trabajaba su Cuarta Especial. El encargado de detectar talentos era el húngaro Emérico Hirschl, un entrenador que tenía el brillante antecedente de haber sido el técnico del Expreso, un equipo de Gimnasia y Esgrima La Plata que no ganó el torneo del 33 porque los árbitros se encargaron de correrlo del medio. Antonio Vespucio Liberti –por entonces un joven y visionario dirigente– lo trajo a River para que revisara las inferiores y proveyera los futbolistas necesarios para no salir al mercado a pagar precios locos. Hirschl formó un ala izquierda notable, con dos chicos a los que la gente iba a ver especialmente. Uno era el “insai izquierdo” llamado José Manuel Moreno. El otro, que hacía yunta con él, era un pibe de Barracas llamado Adolfo Alfredo Pedernera.
Pedernera se lesionó la rodilla en 1940. Su recuperación le quitó velocidad y pasó a jugar de centerforward. Fue tremendo, porque jugó mejor que antes. Otro producto de las inferiores, Aristóbulo Deambrossi, pasó de wing izquierdo y Angel Labruna (no es necesario decir de dónde salió) ocupó el lugar de Moreno. Al puntero derecho lo trajeron desde Dock Sud siendo un pibe y fue el último de la Máquina que falleció, Juan Carlos Muñoz. Después vino la historia de la lesión de Deambrossi, el ascenso de Loustau (que también jugó en Dock Sud, por si no lo sabían) y se armó la Máquina. Toda hecha en casa, pensada para darle gloria a River.
En 1945, debutaron en Primera Amadeo Carrizo, Néstor Rossi y Alfredo di Stéfano. En las primeras fechas de 1950 –acompañando al uruguayo Walter Gómez– apareció un atorrante de medias caídas de apellido Sívori y en el 54, en la cancha de Boca, hizo su presentación un pibe de 17 años llamado Norberto Menéndez.
La lista de los años 50 es interminable. River trajo a De Bourgoing desde Tigre para suceder a Vernazza y ganar el campeonato de 1957, pero pocos recuerdan que en la última fecha de ese torneo debutó un pibe al que Renato Cesarini marcó como el “sucesor de Sívori”: Ermindo Angel Onega.
La vida riverplatense no trató bien al Ronco. Tampoco la prensa y el público. Pero Ermindo fue un jugador impresionante. En los 60, River dejó a un costado las inferiores, salió a comprar indiscriminadamente y, para pagar esas compras, daba como parte de pago a sus pibes. Así y todo, casi salió campeón de América en 1966, pero perdió la final en Chile y a la vuelta en cancha de Banfield le tiraron una gallina a la formación del equipo que asomaba por el túnel. Ahí nació el apodo lacerante. Apodo que soportaron tipos como Carrizo, Artime, Matosas, Ermindo, Daniel Onega, Pinino Mas, Sarnari, Solari o el Loco Gatti.
Una tarde de 1969, debutó Mostaza Merlo. Otra de 1970, lo hicieron Jota Jota López y el Puma Morete. Y una de 1971, en la cancha de Atlanta, con el “11” en la espalda, lo hizo el Beto Alonso. En ese 71, un River de pibes destrozó a un Boca de grandes una noche de noviembre en la cancha de Racing, con Didí como DT. Comenzó el regreso a las fuentes que explotó a mediados de los 70, con un montón de vueltas olímpicas que llegaron en serie y con Labruna de técnico.
Los 80 trajeron equipos con grandes figuras y algunos pibes de inferiores, como Gordillo, Montenegro o Pipo Gorosito. Fue una etapa gloriosa. River ganó la Libertadores por primera vez y su única Intercontinental. La fiesta, como suele suceder, dejó resaca.
A comienzos de los 90, River no podía traer grandes apellidos. Trajo sólo a uno, Daniel Passarella, como entrenador, quien se arremangó, sacó jugadores de inferiores y ganó campeonatos. Tiempos de Ortega, Gallardo, Crespo, Almeyda… Se recuperó el crédito. El Tolo fue por el mismo camino. Ramón Díaz no, pero le alcanzó para poner en Primera a Saviola. Y lo juntó con la otra joya, Pablito Aimar.
Hace poco, durante el mandato de José María Aguilar, la cadena se cortó. Falcao y Abelairas son más fruto de la desesperación por tapar agujeros que de una política de grandeza. No porque no hayan rendido, sino porque es endeble la razón por la que llegaron arriba.
Passarella está de vuelta –ahora como presidente– y el técnico es Leonardo Astrada, seguidor de la huella de Pipo Rossi y Mostaza Merlo y predecesor de Almeyda y Mascherano.
Todo este racconto sirve para mostrar que cuando River se apartó de sus tripas, cuando dejó su casa para buscar fuera lo que tiene adentro, estuvo 18 años sin dar una vuelta o terminó último en un torneo, como pasó en el Apertura 2008.
Mañana, en el ataque de River jugarán Daniel Villalva y Rogelio Funes Mori. Imposible es saber si triunfarán, aunque les sobran condiciones. Son la gran esperanza de River para este torneo y para los que vienen.
La parición llega desde las entrañas de River, desde esas mismas entrañas donde tantos y tantos apellidos hicieron enorme al equipo de la banda color sangre… Salieron del lugar del que River no debe apartarse nunca más.