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Lanata

Hace dos semanas, Jorge Lanata debutó como monologuista del teatro Maipo, cubriendo la temporada que Antonio Gasalla concluyó antes de tiempo. Y en el periodismo ardió Troya. Escuché y leí todo tipo de críticas.

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El programa del Maipo, donde Lanata encabeza un espectáculo revisteril junto a Miranda! y Capristo.

Hace dos semanas, Jorge Lanata debutó como monologuista del teatro Maipo, cubriendo la temporada que Antonio Gasalla concluyó antes de tiempo. Y en el periodismo ardió Troya. Escuché y leí todo tipo de críticas. Desde “¿cómo se atreve?”, pasando por “degrada al periodismo serio haciendo el papel que normalmente ocupa un cómico”, hasta que el show “es aburrido y largo” o “da una clase de historia, algo inadecuado para un teatro de revistas”. O sea: si es cómico, porque es cómico, y si es serio, porque es serio.

Curioso ante tanta polvareda e interesado por ver siempre todo lo que produce el periodista más famoso de la Argentina, convencí a mi hija de 15 años de que me acompañara al teatro el domingo pasado.

Debo aclarar que, para el periodismo, personalmente me resulta más preocupante que Dadi Brieva pueda reemplazar a Magdalena que Lanata reemplace a Pinti, por lo que fui bien predispuesto, suponiendo que el monólogo de Lanata me resultaría más interesante que el último que recordaba de Nito Artaza, hace ya varios años. Y así fue, pero no sólo no me aburrió a mí, sino que vi a señoras que vivaban al periodista y reían con sus intervenciones, y lo más interesante de todo fue que a mi hija de 15 años le resultó divertida la instructiva clase sobre Belgrano, Moreno y la fundación de la Ciudad de Buenos Aires que Lanata ofreció ese día (explicó que lo histórico cambia en diferentes funciones). Para mi sorpresa, a mi hija la motivó más a ver a Lanata en vivo que al grupo Miranda!, a pesar de que dijo: “Estos (Miranda!) son unos grosos que están siempre en MTV y llenan estadios en varios países. ¿Qué hacen acá, cantando para tan poca gente”.

El “tan poca gente” de mi hija tiene que ver con la dimensión Creamfields de los adolescentes: el domingo pasado, el teatro Maipo sólo tenía parcialmente libre la última fila, y los palcos. Me cuentan que todos los teatros están padeciendo la misma crisis que sufren los restaurantes o los taxis, porque los consumidores bajaron un 30% en las últimas semanas, y por eso hay más invitados que lo normal. Pero sería injusto comparar la mayor cantidad de entradas vendidas que fuentes no oficiales de Argentores le adjudican a Gasalla con las actuales de Lanata, sin tener en cuenta el enfriamiento que produjo la crisis económica.

Hubo mucha saña de varios periodistas hacia Lanata, y sus opiniones olían más a pase de viejas facturas que a críticas objetivas. Algunas puedo compartirlas: por ejemplo, que era esperable una mayor dureza con el Gobierno. Pero no se puede dejar de reconocer que Lanata llena el escenario con su carisma y no se percibe ningún vacío, como dicen los que saben que sí sucede cuando aparecen las vedettes y bailarinas de esta temporada.

No es poca cosa subirse a un escenario todas las noches y cargarse al hombro un espectáculo para quien nunca antes actuó en teatro. Me arriesgaría a decir que ningún otro periodista argentino podría cumplir ese papel, como tampoco nadie podría haber lanzado dos diarios y algunas revistas, revolucionado el periodismo en radio y televisión, además de hacer –con el resultado que fuere– cine a lo Michael Moore y ser el periodista argentino que más libros lleva vendidos.

Esta desusada suma de talentos le trajo a Lanata tantos fans y detractores como aciertos y desaciertos: ¿cómo no ser omnipotente con semejante currículum?

En marzo pasado, cuando apareció el diario Crítica, desde esta contratapa escribí: “Es triste ver cómo los diarios publicamos con gran destaque cualquier información sobre los medios electrónicos y, cuando aparece un diario, mezquinamente se lo ningunea, y luego sólo se resaltan sus desaciertos. Yo lo sufrí en carne propia las dos veces que salió PERFIL, y no me perdonaría hacer lo mismo con Crítica. Mis respetos a esa incontinencia creativa y que su pecado de ambición desmedida sea convertirse en papel todos los días”.

Otra vez, mis respetos por el periodista que se sube todas las noches al escenario para hablar de historia en un teatro de revistas.