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Las muchas caras de las Olimpíadas

Los Juegos Olímpicos siempre concitan la atención del público: una mezcla de interés deportivo y de curiosidad general. Mueven, además, mucho dinero. Codiciados por los gobiernos que se postulan para ser sede, es presumible que encierran un alto valor político. Este año, el gobierno chino ha puesto un enorme empeño para deslumbrar al mundo, con resultados variados, en buena medida exitosos en el plano del espectáculo –en el político, está por verse–. También los Juegos Olímpicos suscitan crecientemente comentarios en la prensa, reflexiones, análisis y debates (esta columna es uno de ellos).

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Los Juegos Olímpicos siempre concitan la atención del público: una mezcla de interés deportivo y de curiosidad general. Mueven, además, mucho dinero. Codiciados por los gobiernos que se postulan para ser sede, es presumible que encierran un alto valor político. Este año, el gobierno chino ha puesto un enorme empeño para deslumbrar al mundo, con resultados variados, en buena medida exitosos en el plano del espectáculo –en el político, está por verse–. También los Juegos Olímpicos suscitan crecientemente comentarios en la prensa, reflexiones, análisis y debates (esta columna es uno de ellos).

Los Juegos Olímpicos compendian un híbrido de valores, desde los más espirituales hasta los más terrenales. Esa duplicidad está en la esencia del deporte. Para los deportistas, su quehacer es una mezcla de, por un lado, abnegación, sacrificio, destreza y voluntad de superación, y por otro lado ambición de logro, figuración y sed de triunfo. La literatura y el cine nos han entregado algunas obras memorables exaltando ambos aspectos, como la inolvidable apología del deporte en Carrozas de fuego o la cruel pintura del juego sucio y las miserias de la vida en The million dolar baby. Para los espectadores –que son imprescindibles para que esto exista–, el espectáculo es siempre espectáculo; lo que ocurre detrás de lo que se ve por lo común los tiene sin mayor cuidado.

Los Juegos Olímpicos de Beijing pueden ser analizados desde cada una de esas perspectivas, u otras más, entre ellas la política. También pueden ser objeto de la crítica deportiva –un género que despierta interés a públicos muchos más vastos que los que siguen las reflexiones históricas, sociológicas o politicológicas–.
Hace pocos días, un columnista señaló que hay pocas cosas tan duraderas en la historia de la humanidad como la idea de las Olimpíadas. Imagino otras cosas tanto o más duraderas, pero no hay duda de que el hecho comentado tiene algo de impresionante. La idea de las Olimpíadas está asociada a un valor noble que atraviesa la historia; perdura. Ahora, esa idea es una moneda de dos caras: una, la de la perdurabilidad; otra, la de la continua superación de las capacidades humanas. ¿A qué velocidad corrían los atletas de la antigua Grecia? Continuamente, desde entonces, se baten nuevos récords. El ser humano se supera constantemente a sí mismo.

Un cínico podría agregar una tercera cara: también el ser humano es capaz de degradar hasta las cosas más nobles de la vida con pertinaz empeño. Por eso, algunos comentaristas eligen poner el acento en los aspectos negativos de los Juegos Olímpicos: los negocios turbios, los usos políticos, el espíritu antideportivo, los incentivos inaceptables, la profesionalización del amateurismo, las crecientes excepciones a las reglas y tantos otros.

Pero nada de eso les quita atractivo a los Juegos Olímpicos como evento deportivo casi supremo, como escenario del deporte en una instancia consagratoria, como espectáculo notable. Que las Olimpíadas ejerzan algún efecto político lo pongo en duda. No es probable que el gobierno chino vaya a obtener réditos políticos gracias a este monumental esfuerzo organizativo, económico y creativo. Nada cambió en la historia cuando gobiernos dictatoriales, o aberrantes, organizaron grandes eventos deportivos, ni tampoco cuando lo hicieron gobiernos democráticos o legítimos. ¿Acaso movió en algo el amperímetro de la política argentina que el gobierno militar hubiese organizado el Mundial de 1978? La Argentina obtuvo un título mundial, la mayoría de los argentinos y gran parte del planeta disfrutamos del Mundial casi hasta embriagarnos, y la política siguió tan horriblemente mal como venía.

El mundo sigue andando y la historia continúa. Para arreglar lo que no anda bien en este mundo el deporte no alcanza, ni siquiera en su máxima expresión, que son los Juegos Olímpicos. Pero el deporte es parte del mundo, es algo realmente extraordinario que exista por su valor intrínseco y también porque despierta más emociones colectivas e individuales que la mayor parte de las cosas de la vida. Es muy bueno que esto siga existiendo, aunque el mundo siga andando no demasiado bien.

*Sociólogo