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superioridades

Los Gremlins menemistas

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| Cedoc

Fui al estreno de Silvia Prieto en Punta del Este en 1999 y me pareció alucinante y a la vez no entendí nada, como sucede con las cosas inesperadas y geniales. Ahí descubrí a Rosario Bléfari, su belleza y su talento tan dulce y rockero a la vez. Pienso en Rosario leyendo sus prosas (¡silviaprietísimas!) en algún divino subsuelo indie, o tocando en La Ideal, y no puedo creer que haya muerto. El menemato fue la década dorada reciente: podías comprarte las obras completas de Hölderin y Novalis a diez pesos, los poetas de los 90 alternaban piñas y poemas en Diario de Poesía, Matilde Sánchez publicaba El dock, Gaby Bejerman sacaba un fanzine, Jorge Asís era ministro y lo bailaba a Lanata en la tele. De Loof pasaba de marginal a empresario: el espíritu de los 80 seguía in pectore, pero de pronto descubrían la plata, el placer. Ser diferente era un valor, una aventura de creación personal.

Hay mucho del menemato en el régimen actual, pero menos cultura. Muere asesinado un ex secretario de Cristina, y la fiscal es sobrina de Cristina, el forense es pariente de Néstor y el defensor de la familia del muerto también es socio; el poder K es un menemismo que se reprodujo como Gremlins. Los Gremlins se reproducían con agua, y el menemismo también necesitaba un baño: de superioridad moral progre. 

En los 90, hasta al dog Verbitsky le interesaba la corrupción. Ahí entra Página/12 como estética. La superioridad moral de izquierda era fundamental para que la corrupción ya no importase; ahora, cualquier cadete de La Cámpora te dice que para hacer política hay que robar. El kirchnerismo es una evolución estética del menemismo, aunque comparten el mismo mantra: que el Estado es el lugar para enriquecerse. A los menemistas corruptos les gustaba la joda, amaban la fiesta, pero no hay goce en Lázaro Báez y sus pólar cremita. Como cuenta Cristina en Sinceramente, vacaciones en la suite del Waldorf Astoria en Nueva York pero ni una foto, y todos los días milanesas con papas en Novecento. Que el goce (la guita) no se note. Kirchner nunca intentó la elegancia: un hombre con el ojo desviado siempre da desgarbado, y él adaptó su cosmovisión ideológica a sus características físicas. 

La pizza con champán era algo que se compartía en la mesa, que los K trocaron en un provincianismo de agite que da de comer consignas viejas. Fabián Gutiérrez ayudaba a Cristina a hacer shopping; a solas, ella acaricia su colección de Louis Vuitton para recordarlo.