Hace algunas semanas, Mauricio Macri se reunió con Martín Lousteau. Quien fue primer ministro de Economía del primer mandato de Cristina Fernández de Kirchner y embajador del actual gobierno en los Estados Unidos, llevó al encuentro algunas ideas para enfrentar las dificultades por las que atravesaba ya entonces la economía. Lo presentado por Lousteau fue un aporte concreto para enfrentar los peligros que acechaban al ideario económico –por así decirlo– del oficialismo. Su decepción fue grande cuando supo que nada de lo que le había llevado al Presidente le había interesado. No fue el único al que le pasó algo así. Guillermo Nielsen, uno de los economistas que más sabe sobre negociaciones con el FMI, fue otro de los que nunca tuvo devolución acerca de sus propuestas.
El síndrome de Hubris es un mal del poder. Es un mal del cual Jaime Durán Barba –que estuvo en las reuniones del fin de semana en la quinta de Olivos– conoce mucho. Uno de los signos de este mal es que quien lo padece cree ser el dueño de la verdad absoluta y, por ende, ignora todas las opiniones que contradigan esa “verdad”. Es lo que le está pasando a Macri.
Marcos Peña es una persona honesta a quien muchos consideran poseedor de un intelecto brillante. A pesar de ello, al jefe de Gabinete también lo aquejan los efectos del Hubris: cree que todos los que le dicen que las cosas no marchan bien están equivocados. Peña, quien ha sido clave en el diseño de la última campaña electoral, detesta la “vieja” política y cree que encarna la “nueva política", sin advertir que, en muchas de sus actitudes y la de muchos funcionarios de su gobierno, hay elementos de aquello viejo que detesta y desprecia. Sus conductas –en las que no faltan la soberbia– lo han transformado en el blanco de las diatribas de varios integrantes del gabinete y de muchos dentro del oficialismo. Que María Eugenia Vidal haya salido a enmendarle la plana el jueves luego de que Peña dijese en el programa de Marcelo Longobardi que no había un fracaso económico lo certifica. Su oposición a la incorporación de peronistas al gobierno es bien conocida. Es la misma que tiene el Presidente. Ese es uno de los motivos de discusión al interior del Poder Ejecutivo. Peña suele disentir con Macri, a quien se atreve a discutirle de igual a igual. “Muchas veces le adjudican la responsabilidad a Marcos por cosas que él no comparte y que, en verdad, son iniciativas del Presidente”, revela un hombre de la mesa chica del poder. Pero Peña es Macri. Y es por eso que el Presidente no lo va a echar.
El mercado espera que un cambio genuino venga de la mano de un ministro de Economía verdaderamente respetado por los mercados y el mundo de la política y de los negocios
Dificultad e internas. La adversidad ha hecho recrudecer la interna que se vive dentro del oficialismo. Esta interna, que a pesar de ser educada es feroz, es un monstruo de tres o cuatro cabezas. Ahí están Emilio Monzó, Horacio Rodríguez Larreta, Rogelio Frigerio y Vidal que abogan por un cambio de nombres dentro del gabinete, y una reducción de ministerios. Aunque alguna señal se va a dar, no es la señal que espera el mercado que es la desactivación del triángulo del conflicto que integran Peña, Gustavo Lopetegui y Mario Quintana, a quienes se los considera como responsables del manoseo de la economía. Una de las alternativas sobre las que se conversó fuertemente en estas horas fue la posibilidad de reincorporar al gabinete a Carlos Melconian. Pero uno de los problemas para su designación es Peña, porque fue –apoyado por Macri– quien en su momento le bajó el pulgar al entonces presidente del Banco Nación. El otro son sus propuestas. El Presidente, quien tuvo el viernes una larga comunicación con Melconian, escuchó la dureza de sus propuestas: retenciones, ajuste de impuestos, etc. “Tomemos ahora las decisiones duras que nos permitan el día de mañana llegar a unas elecciones o por lo menos llegar a las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) con chances de tener el país ordenado, no como está hoy”, sostuvo Melconian.
Evidentemente hay poca claridad intelectual respecto de qué es lo que hay que hacer. El Presidente dijo en varias oportunidades –aun en el peor momento de la crisis– “Marcos soy yo”. El problema de fondo es que el mercado espera que un cambio genuino venga de la mano de un ministro de Economía verdaderamente respetado por los mercados y el mundo de la política y de los negocios, que pueda pararse delante del jefe de Gabinete y convencer al Presidente de tomar las medidas que propone y no que tenga que pasar el filtro del jefe de Gabinete y de sus dos vicejefes, que le pongan cara de póker para que luego Macri no las acepte. Si esto no se modifica, los cambios serán cosméticos, como está sucediendo con Dante Sica y Javier Iguacel, que en definitiva no cambiaron nada porque la esencia de la política económica es la misma.
Ante esto, el Presidente argumenta: “Si yo hago un cambio en el medio de la crisis me lo devora la misma crisis”. Y es en esa media agua en la que navega hoy en día el Gobierno. Mientras en la tarde de ayer transcurría la reunión del Presidente con Dujovne, Peña, Vidal y Rodríguez Larreta, las versiones de cambios arreciaron con fuerza.
Nombres. Macri tiene algo en claro; el único que puede reemplazar a Peña es Rodríguez Larreta. Y Rodríguez Larreta ya le ha dicho al Presidente que no tiene interés en ese cargo y que no comparte el enfoque del actual jefe de Gabinete. Lo que propone Larreta es básicamente llegar a 2019 con mayor consenso y con una plataforma de sustentación que le permita no solo hacer los cambios urgentes que tiene que hacer ahora sino algunos cambios que se tienen que hacer en el Congreso como la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central, algunas de las cosas que no se han hecho.
Todo conlleva la necesidad de acordar con los gobernadores y con los diputados y senadores de la oposición. Ahí es donde surge la gran diferencia con Marcos Peña, que quiere insistir con el modelo “PRO puro”, con el “amarillo puro” que es más de lo mismo porque de alguna manera sienten que pierden el poder de los resultados.
La Argentina va a presentar el martes (todavía están haciendo los números) cuál sería el impacto de las medidas que tiene en la billetera para tomar. Hay una nómina de diez medidas para las que hay que hacer cuentas. Lo que hasta ahora se sabe es que volverían las retenciones a las exportaciones del trigo y del maíz y que se frenaría la baja de las retenciones a las exportaciones de la soja. Macri está enojado con este presente que lo expone a una contradicción –una más– frente a lo que fueron sus promesas de campaña. Está enojado también con muchos hombres de negocios –empresarios, banqueros, financistas, consultores– que le prometieron esa lluvia de inversiones que nunca llegaron. “No te enojes ni te sorprendas tanto, Mauricio; vos supiste ser uno de ellos”, le dijo alguien de su cercanía ante su sorpresa y su contrariedad.
Producción periodística: Lucía Di Carlo