Después de la invasión soviética de Checoslovaquia de 1968 circuló un cartel de propaganda de Aeroflot con una broma que reflejaba la sensación que había en ese momento. Un tanque y varios soldados del Ejército Rojo aparecían rompiendo un cartel que decía “Visite la Unión Soviética antes de que la URSS lo visite a usted”. Más de la mitad de la población del mundo vivía en países con economías centralmente planificadas, la ofensiva del Tet en Vietnam anunciaba la derrota de la invasión, las movilizaciones de los estudiantes norteamericanos y el festival de Woodstock llevaban el conflicto a Estados Unidos. En 1967 se había reunido la OLAS, que movilizó todos los recursos cubanos y de la izquierda para cumplir con la consigna del Che Guevara de formar en América Latina “uno, dos, tres Vietnam”.
Después de la muerte del Che en Bolivia, los movimientos guerrilleros que habían seguido un esquema más ortodoxo se transformaron. Las guerrillas de Hugo Blanco en Perú, de Yong Sosa en Guatemala, las FAR en Argentina, dieron paso a movimientos armados identificados con elementos nacionales como el Frente Farabundo Martí, el sandinismo, Alfaro Vive Carajo, Sendero Luminoso y los Montoneros, entre otros. En los mismos Estados Unidos aparecieron los Black Panters, y la Baader Meinhof en Alemania. Robert Traber publicó un libro, La guerra de la pulga, que demostraba que las guerrillas eran invencibles y tomaban el poder en todo país en que se organizaban. Parecía que a nivel mundial triunfaba la revolución, se instalaba el comunismo y llegaba el fin de la “democracia burguesa”.
En el campo académico latinoamericano, esto se expresó en la hegemonía de una versión religiosa del marxismo que se impuso en casi todos los centros de ciencias sociales. Los estudios giraban en torno a la exégesis de los textos de Marx, que llegó a la cumbre con el descubrimiento de sus escritos juveniles y la publicación de Para leer El Capital, de Louis Althousser, difundido masivamente por Marta Harnecker con su texto Los conceptos elementales del materialismo histórico, uno de los libros más vendidos de la historia hispanoamericana. Se proclamó el triunfo de un dogma: el marxismo era una ciencia que derrotaba definitivamente a otras interpretaciones de la sociedad, particularmente la del positivismo. Los académicos no creían que era necesario experimentar, cuantificar, constatar las hipótesis. La verdad definitiva acerca de la historia de la humanidad existía, estaba contenida en los textos de Marx, Engels, Lenin, Mao, y su interpretación correcta realizada por Althousser, Poulantzas, Gramsci.
Sin embargo, más allá del microclima revolucionario, el positivismo se había impuesto en todas las demás esferas de la vida humana. La ciencia se había convertido en el gran paradigma de nuestro tiempo. Nadie busca médicos iluminados que decidan operarlo del corazón sin hacerle exámenes porque es compañero del partido, ni personas que actúen en ninguna área del conocimiento guiados por la militancia. En la sociedad moderna se hacen exámenes para todo, se trata de entender la realidad concreta para realizar cualquier actividad. En la década de los 70, la Fundación Bariloche fue uno de los pocos centros de estudios latinoamericanos de alto nivel que se mantuvo dentro de ese esquema, que era el que prevalecía en las principales universidades del Primer Mundo. La escuela dirigida por Edgardo Catterberg reunió a un grupo de académicos brillantes que trabajaban dentro de un paradigma ajeno a la ortodoxia marxista, entre los que estaban Hilda Kogan, Rubén Kaztman, Carlos Strasser, Luis Aznar y otros. Fue en ese ámbito que conocí a Manuel Mora y Araujo al principio de la década de 1970.
Manolo era un académico riguroso, con una cultura holística enorme, con quien se podía discutir seriamente acerca de sociología, historia, religión o muchos otros temas. Había publicado varios libros, en cooperación con otros autores, acerca del uso de la estadística en las ciencias sociales y la construcción de índices estadísticos. La Fundación Bariloche tenía como método el positivismo lógico y Manolo era uno de sus exponentes más sofisticados. Admirador de Bertrand Russell, se había formado a la sombra de los filósofos del Círculo de Viena y de Karl Popper, que concretó en La lógica de la investigación científica una metodología que fue el eje de esta postura epistemológica.
Terminada la Guerra Fría, desaparecieron los grupos guerrilleros y las dictaduras militares. La Unión Soviética se disolvió, se desmoronaron los regímenes comunistas de la Europa oriental y los socialismos nacionales africanos. La “democracia burguesa” se impuso como la forma de gobierno más aceptada en buena parte del mundo y la economía de mercado logró el desarrollo de países como China, Vietnam, Laos y Camboya, que habían sido los símbolos de la lucha anticapitalista de los 70.
Los temas que tenían que ver con la democracia, las encuestas, la comunicación política, pasaron a ser centrales. La sociología y el periodismo militantes son actualmente fenómenos marginales que existen en universidades periféricas. En la década de 1980 nos encontramos con Manolo en Capel, cuando esta institución, dirigida por Daniel Sobato, hizo un importante esfuerzo académico para entender las convulsiones que provocaba la aparición de los outsiders, líderes que venían de afuera de la política tradicional. Ocuparon el centro de esa reflexiónpersonajes como el Compadre Palenque de Bolivia, Bucaram de Ecuador, Fujimori en Perú, Collor de Mello en Brasil, Menem, Palito Ortega, Daniel Scioli y Reutemann en Argentina. La crisis de los conceptos tradicionales de la política se hacía patente ya en ese entonces.
A partir de 2000, muchas de las ideas de Manolo se habían arraigado en un grupo de estudiosos en el que estábamos con Santiago Nieto y Roberto Izurieta, con quienes colaboramos en los proyectos de la naciente Graduate School of Political Management de la George Washington University, que nos llevaron a dictar seminarios y cursos en WDC y en casi todos los países latinoamericanos. Compartimos el esfuerzo intelectual de enseñar a analizar la política desde una perspectiva que todavía encuentra resistencias en los medios académicos dogmáticos. Compartimos también anécdotas divertidas. Manolo era una persona que disfrutaba mucho de las conversaciones académicas y no se sentía cómodo con el bullicio. No podré nunca olvidar la expresión de su rostro cuando, en uno de sus cumpleaños, el decano de la Universidad Autónoma de Chihuahua llevó unos estrepitosos mariachis para homenajearlo, o cuando un mesero dominicano, atento a la diversidad de dialectos que escuchaba en nuestra mesa, nos dio un discurso pidiendo que predicáramos en nuestros países el mensaje que tenía para el mundo.
Mora y Araujo publicó varios libros, pero en El poder de la conversación desarrolló los aspectos más importantes de su pensamiento. Partiendo de las reflexiones de Habermas acerca del origen de la opinión pública dijo que en la comunicación política lo que importa finalmente es el impacto que produce el mensaje político en la conversación cotidiana de la gente común. Esto se mide más por el impacto que tiene en el círculo rojo, por la capacidad que tiene de instalarse en la conversación de la gente común. El texto, probablemente el más importante que se haya publicado sobre el tema en español o inglés, es profundo, serio, y refleja lo que fue Manuel Mora y Araujo para quienes lo conocimos: un académico integral.
En los últimos años, Manolo fue profesor de Metodología de la Investigación en el posgrado en español de la GSPM-GWU. Quienes formamos parte de la facultad, y particularmente nuestro coordinador, Roberto Izurieta, y Santiago Nieto, profesor del posgrado, con los que compartimos con Manolo tantos proyectos, hemos recibido su partida con hondo pesar.
Manolo no solamente fue un académico excepcional, sino una persona idealista, un amigo generoso. Ambas cosas, difíciles de encontrar en estos tiempos.
*Profesor de la GWU