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Match point

Néstor Kirchner, a quien tanto le gusta la certeza (o pensar, como dijo Stalin, que “el destino baraja las cartas pero nosotros las jugamos”), no debe poder creer ser él mismo protagonista de una de estas situaciones donde sólo el azar es motor de la existencia.

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De la arbitrariedad de la fortuna, que en el cine Woody Allen graficó en la pelota de tenis que sobre la red puede caer hacia cualquier lado, depende Kirchner.

 

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Hay momentos en la vida de las personas donde todo cambia a partir de un punto decisivo ajeno al control de alguien. Llamamos a esas situaciones suerte, fortuna o destino, y son el componente fundamental de muchas historias con las que el arte construye la ficción copiando la realidad: los enamorados que no se cruzaron por un minuto y no se volvieron a ver nunca más en la vida, o los que sí se cruzaron y no se separaron hasta su muerte.

Néstor Kirchner, a quien tanto le gusta la certeza (o pensar, como dijo Stalin, que “el destino baraja las cartas pero nosotros las jugamos”), no debe poder creer ser él mismo protagonista de una de estas situaciones donde sólo el azar es motor de la existencia. Si el 28 de junio él ganara en la provincia de Buenos Aires y, más aún, si Reutemann perdiera en Santa Fe, Kirchner podría controlar el peronismo e influir sobre el 2011. Y si perdiera por un voto, estaría frito (lo mismo Reutemann).

¿De qué sirve el poder –se preguntará Kirchner– si se está expuesto a tanta fragilidad? ¿No es esa situación la mejor prueba de la carencia misma del poder? Nostálgico, reflexionará sobre esas épocas en las que se daba el lujo de despreciar a la fortuna porque era la esperanza de los débiles, quienes sólo pueden esperar en lugar de actuar.

Triste destino depender de la suerte, esa “mujer borracha, antojadiza y ciega”, como le gustaba llamarla a Cervantes. Pero así lo indican todas las encuestas que dan empate técnico: unas, dos por ciento arriba a De Narváez; otras, dos por ciento arriba a Kirchner, y todas con un margen de error similar a la diferencia entre el primero y el segundo.

Cualquier resultado es posible, lo que significa que Kirchner ya no controla el futuro. “Me interesa el futuro –decía Woody Allen– porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida.” El resto de la vida de Néstor Kirchner se decide en los próximos siete días, y por primera vez en seis años el futuro no será una conquista sino un regalo.

En el pasado, Kirchner tuvo tanto suerte como disciplina para administrarla. Pero la suerte no se puede almacenar y si de ninguna suerte debemos fiarnos, menos aún de la buena porque el porvenir será siempre impredecible, pero de lo que no caben dudas es de que “todo verdor perecerá” (frase de Bielsa a Kirchner, citando a Eduardo Mallea, en su reportaje en Canal 26 la semana pasada). En realidad, el mundo nunca envejece sino que se renueva, por eso el porvenir es siempre joven y en política siempre se habla de la nueva política que mayoritariamente es la misma con otro vestido.

Si hay alguien que no puede quejarse de la suerte que le tocó en vida es Néstor Kirchner, y si supo gozar de la suerte cuando le vino, no debería quejarse cuando se le pase. Tampoco debería desesperar: “Más de un hombre hubiera sido mejor si su fortuna hubiese sido peor”, decía Franklin con la sabiduría de haber pasado por el poder y conocer los estragos que éste produce en quien lo ejerce cuando no sabe defenderse de sus efectos autodestructivos.

Pero seguramente Kirchner no renunció aún a controlar el futuro y sigue considerando que nada puede existir sin causa. Conociendo su naturaleza, cuesta imaginarlo entregándose a los dioses como Julio César, que cruzó el Rubicón diciendo alea jacta est (la suerte está echada). Si sobreactúa, como ha venido haciendo últimamente, corre el riesgo de que le vaya aún peor.

El jueves próximo comienza la veda política y PERFIL publicará mañana sus últimas encuestas. Se están procesando en este momento pero podemos adelantar que arrojan un empate técnico con décimas de diferencia en la provincia de Buenos Aires. Como en la película de Woody Allen Match point, la pelota sobre la red puede caer hacia cualquier lado, cambiando la vida de los jugadores.