Las aventuras del conocimiento dominaron épocas enteras, y de hecho mayormente perduran: parten del estado inicial de un no saber y hacen cumbre entre fulgores en un descubrimiento o en una revelación. Hoy por hoy, sin embargo, parece ser tanto más desafiante la aventura inversa: conseguir que alguien no sepa algo que, por lo demás, todo el mundo sabe. Gabriel García Márquez narró alguna vez una variante del policial a partir de este mecanismo en reversa, y tramó en Crónica de una muerte anunciada la historia de uno que ignoraba algo que todos los otros ya sabían (y que lo atañía personalmente: que lo iban a matar). El secreto, en vez de ser algo sabido por uno solo o por pocos sin que cobre estado público, asume un insólito carácter contrario: existe y circula en toda la esfera pública, pero queda oculto y no sabido para uno o para pocos. Con la expansión descomunal que han tenido en esta época las conexiones y la circulación de informaciones y aun la propia esfera pública (que parece haber conquistado para siempre buena parte de eso que antes no eran sino vidas privadas), la aventura del desconocimiento, hacer que alguien no sepa algo que se sabe por doquier, se ha vuelto tanto más ardua, ya una verdadera proeza.
Por eso, y por razones de puro afecto, estoy pendiente de lo que sucede en torno de Carlos Bilardo, del intento de que no sepa, que no se entere, de que pasó lo que pasó (es por solidaridad por la causa, y no porque pretenda que puede llegar a estar leyendo ahora, que aludo al hecho sin explicitarlo). ¿Se podrá? ¿Será posible? Que un hecho que conmocionó al mundo entero permanezca ajeno a él, que está directamente implicado. Que de algo que tanto se habló, de una punta del planeta hasta la otra, no le llegue ni una sola palabra.
Más allá de la situación específica en la que se encuentra actualmente, Bilardo es un hombre afincado en una avanzada tecnológica que pasó de pronto a ser retaguardia (es la regla general en materia tecnológica): habitaba un laberinto infinito de grabaciones en videocassettes, así como Borges habitaba un laberinto infinito de libros en la biblioteca. Se accede así al todo de un vasto universo, pero a la vez, con el mundo más cercano, hay cierta desconexión.
Según se informa, Carlos Bilardo sigue sin saber lo que pasó. Aunque también se comentó que el otro día, viendo fútbol por televisión, preguntó por las tantas banderas que había de Maradona: “¿Pasó algo?”. La respuesta verdadera se la escamotearon con habilidad; ya estamos, sin embargo, en el suelo de la sospecha. ¿Y si un día, llegando a saberlo, prefiriera pretender que no y se plegara, con disimulo, él mismo al plan de negación?
La pelota que el otro día, en el Superclásico, frente al arco del Riachuelo, picó y picó pero no entró, presiento que puso en peligro el plan entero. Se trató visiblemente de un hecho tanto físico como esotérico. Y Bilardo, médico diplomado y cabulero máximo, combina desde siempre cientificismo con pensamiento mágico. Es en el tenis donde esa clase de efectos se ensayan y se ven, y en un paisaje de flejes y polvo de ladrillo nadie se asombra si una pelota que va en el aire decididamente para allá, pica y se arrepiente y empieza a venir para acá. Pero en el fútbol es más raro que eso pase, y la pelota que el otro día no entró (y que además picó dos veces: una para entrar, la otra para salir) provocó el asombro general, ya fuera para la frustración (apenas dos sobre diez), ya fuera para el alivio (la historia se mantiene en pie).
La hipótesis surgió al instante y proliferó largamente en las redes: si esa pelota increíblemente no entró, fue porque lo evitó Maradona. Un Maradona providencial, fantasmal, milagroso, resurrecto, brotó del arco y se interpuso y no dejó que fuera gol. Vi diversas imágenes alusivas mostrando el momento exacto. Y debo admitir que yo, que cultivo a conciencia un principio de realidad inmanente y objetiva, yo que refracto a conciencia metafísicas y trascendencias, me vi ganado rotundamente por una irrevocable credulidad. Lo digo sin ambages: para mí, en efecto, esa pelota la sacó Maradona.