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Morfología de la cultura política argentina

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Cumbia cheta. Macri baila Gilda en la Rosada. | cedoc

En la primera parte de esta columna titulada ayer “La derrota del significante Macri” (http://bit.ly/derrota-macri) se desarrolló el daño antropológico que producen en la cultura argentina los continuos fracasos de los “prolijitos”, como descripción estética de los gobiernos no peronistas. Y se asoció esa cosmovisión que hacen los peronistas de quienes no lo son a las que hizo Nietzsche en El origen de la tragedia a partir de la música, Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación, y Spengler en La decadencia de Occidente, entre apolíneos (los no peronistas) y dionisíacos. Representante de las cualidades de Apolo: medida, serenidad y racionalidad; y de Dioniso: impulsividad, desborde y exceso.

Solo con el peronismo (como solo con el antiperonismo) no se puede. Hay que aprender de Macri y de Cristina

Se puede analizar el fracaso del significante Macri desde la morfología comparada de culturas que hizo Spengler. Fracasa porque no comprende la cultura dominante en la que pretende llevar adelante su proyecto político y que siempre fue preponderantemente peronista (incluso antes de Perón), o dionisíaca. De hecho, Macri pudo llegar al poder cumpliendo, consciente o inconscientemente, con los ritos de la mitología popular, teniendo al fútbol, la fiesta y muchos peronistas integrando su oferta.

Ganó las elecciones en la provincia de Buenos Aires en 2009 aliado con Felipe Solá y en 2013 con Sergio Massa, hoy figuras claves del entorno de Alberto Fernández. Pero confundió el antikirchnerismo que el hartazgo con Cristina Kirchner generó en la clase media en 2015 con antiperonismo. Confundió lo contingente (el kirchnerismo) con lo cultural (el peronismo) y se dejó llevar por la marea cómoda de la grieta, la misma que ya había ahogado antes a Cristina Kirchner, quien hoy regresa al peronismo demostrando que tampoco ella puede sin él. Fue Graciela Camaño, peronista pero furibunda antikirchnerista, la que en el acto del último 17 de octubre lanzó el basta de “prolijitos”.

Macri intentó un cambio de cultura económica como el que hicieron con éxito los países que estaban de moda en los años 80, cuando todavía estudiaba: los Tigres Asiáticos y después Chile, sin tener en cuenta que Argentina no tiene la cultura del largo plazo de las naciones confucianas ni Macri el autoritarismo de Pinochet para mantener sin protestas al pueblo durante una década hasta que se cosechara lo sembrado, si hoy se llegara a producir.

Se puede analizar el fracaso económico de Macri desde la táctica y lo operativo: como le marca Melconian, aplicó indebidamente el gradualismo en lo fiscal y el shock en lo cambiario y tarifario, en lugar de lo inverso coordinadamente. Pero sería quedarse en las consecuencias de la política, cuya causa primigenia e irreductible es no haber comprendido el carácter permanente del sesgo peronista en la cultura política argentina. “La verdad es aquella clase de error sin la que determinada especie de los seres vivos no podrían vivir”, decía Nietzsche. En nuestro caso, la “verdad peronista”.

Haberse creído en 2015 que ganó él mismo (o el prolijismo de Camaño) cuando lo que había ganado era el antikirchnerismo lo llevó al error. Una lectura correcta de la morfología de la cultura política argentina le debería haber permitido en ese momento de fortaleza hacer una alianza con el peronismo que en 2016 tenía a su merced, como le insistió hasta ganarse su desprecio Emilio Monzó. Eso hubiera posibilitado aprobar en el Congreso reformas consensuadas no tan amplias como Macri hubiera deseado pero siempre mejores que cuatro años perdidos. El ser de la vida es tiempo y estos cuatro años son una deuda de Macri con los argentinos aun mayor que la deuda externa contraída.

Spengler planteaba que en una guerra (el lawfare o la Ley de Medios) no se puede destruir una cultura, a lo más que puede aspirar el guerrero es a suprimir las cosas o las personas que la simbolizan pero la cultura continúa intacta.

Macri pronto cedería su protagonismo a Alberto Fernández. El tendría más posibilidades de hacer aprobar esas reformas que un Macri reelecto –casualmente porque podría sumar a dionisíacos y apolíneos–, según opina el economista de la Universidad Columbia Guillermo Calvo.

Fracasó Macri, pero fracasaría Alberto Fernández si no tomara en cuenta que también había fracasado Cristina Kirchner en su presidencia. Y que aunque haya un sesgo dominante del peronismo en la morfología de la cultura política argentina, con el peronismo solo no alcanza.

Para Splenger la cultura tienen un desarrollo orgánico y pasa por diferentes ciclos en los que se producen combates entre sus componentes hasta su amalgama. Claramente, el componente liberal es menor en la Argentina que en los vecinos sudamericanos del océano Pacífico, como se ve en los ejemplos exitosos de Chile y Perú.

“Pasaron cosas” pero, ¿qué cosas? No fue la suba de tasas de interés en Estados Unidos o la sequía en Argentina, como argumentó Macri, sino que las verdaderas causas subyacentes de uno de los más abruptos fracasos políticos fue no comprender cuáles eran las disposiciones naturales de la cultura del pueblo argentino.

Creer que había “solo un camino”, el propio, como se insistía desde las usinas oficialistas, fue lo que llevó al derrumbe. Lo mismo para el peronismo, creer que hay un solo camino, nuevamente el propio, repetiría el error solipsista de Macri. Los peronistas también piensan en modo estanco. Entre el “sí, se puede” y el “vamos a volver” se precisa una síntesis. Sí, se puede, pero es con todos. Y vamos a volver, pero juntos.

En una guerra contra el otro (corruptos vs. cipayos) se matan sujetos y objetos pero la cultura sobrevive

Lo único positivo que se puede hacer con una pérdida es capitalizarla, convertirla en inversión  como aprendizaje, para no repetir y poder avanzar sabiendo que con esa piedra no se volverá a tropezar. Perón, viejo y enfermo, en 1973 lo entendió pero no le dio el cuerpo; en cambio Cristina Kirchner copió al peronismo de 1945, que ya había sido superado por el propio Perón después.

Alberto Fernández tendrá su oportunidad siempre que reconozca que: 1) Cristina Kirchner y también su marido fueron sectarios, y 2) con el peronismo solo no alcanza.