Peronismo, Iglesia Católica y sindicalismo pueden verse como espacios de identificación social, cultural y política. También como vías para defender y representar a los sectores más postergados de la sociedad. A la vez, constituyen formas de referir al verticalismo en el ejercicio del poder y la conducción política. A esto se suma otro rasgo compartido: el anquilosamiento estructural.
Desde este mapa genético común se explica el reciente y masivo acto frente a la Basílica de Luján. Convocada por Hugo Moyano, el PJ, los movimientos sociales patrocinados por el papa Francisco y los referentes de la curia local, la misa en cuestión fue una muestra palmaria de la debilidad de un peronismo sin timón. El rezo cayetano “Paz, pan y trabajo” hermanó a hombres con sotana y sueldos del Estado con gremialistas que exhiben frondosas cuentas bancarias y abultados prontuarios. Todos miran hacia Roma y tienen allí el mensaje aglutinador.
La historia siempre enseña. A su manera, Jorge Bergoglio emula a Juan Domingo Perón tras su exilio en Madrid, con una diferencia: el 20 de junio de 1973, en Ezeiza, la burocracia sindical y la guerrilla peronista se enfrentaron a tiros por un lugar en el palco junto al veterano conductor del movimiento. Hoy, en cambio, todos se agolpan en los púlpitos, se persignan, visitan la residencia de Santa Marta y hablan de la doctrina socialcristiana del justicialismo. Como en una suerte de farsa, la patria ya no será socialista ni peronista. La patria soñada debe ser, por sobre todas las cosas, vaticana y opositora al gobierno nacional.
Así las cosas, a 35 años del triunfo de Raúl Alfonsín y el retorno de la democracia, Mauricio Macri se enfrenta con el pasado. El 26 de abril de 1983, antes de partir rumbo a España desde el aeropuerto de Ezeiza, el candidato de la UCR denunció la existencia de un pacto militar-sindical. Esa acción fue clave en el resultado electoral del 30 de octubre, la suerte parlamentaria de la rechazada “ley Mucci” de reordenamiento sindical y el célebre Juicio a las Juntas de 1985.
Por estas horas, mientras la innegable crisis económica y las disputas internas dominan la agenda gubernamental, Cambiemos es cuestionado por los personeros del nuevo pacto, el sindical-clerical. Habrá que observar la actitud que asuma el Presidente al respecto. Entretanto, como bien escribió Loris Zanatta en La Nación, la Iglesia parece dispuesta a conducir una ofensiva política. Esta intención explica, entre otras cosas, la militancia en contra del proyecto de ley sobre despenalización del aborto, la oposición a la campaña “Iglesia y Estado, asuntos separados” y el surgimiento del frente político liderado por Juan Grabois.
Con las diferencias del caso, los hechos mencionados permiten creer que el valor simbólico de “las dos Ezeiza” está latente. En consecuencia, se cristaliza un capítulo más de lo que el filósofo e historiador rumano Mircea Eliade escribió en 1949: El mito del eterno retorno. Arquetipos y repetición. De estas recurrencias circulares está plagada la vida argentina.
En sintonía con lo anterior, y a fuerza de tres derrotas electorales consecutivas, el PJ intenta redefinir su marco doctrinario. Hace algunas semanas, Miguel Pichetto puso blanco sobre negro y fue tajante: “El peronismo nunca fue de izquierda”, remarcó. La afirmación del senador, lejos de forzar el encuadre ideológico del justicialismo, fue un baño de realidad política para muchos dirigentes y militantes ganados por el romanticismo y la épica de los años 70 que marcó el discurso del gobierno anterior.
Reparando en el devenir histórico y las conductas actuales, las palabras del legislador rionegrino le caben perfectamente al clericalismo y la CGT. “La única verdad es la realidad”, dijo Aristóteles. Y tenía razón.
*Licenciado en Comunicación Social (UNLP). Miembro del Club Político Argentino.