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Paradojas, preguntas, vergüenza

Ante niños que revuelven la basura, ¿se puede seguir hablando de la reforma judicial, el arreglo de la deuda o de la vuelta del fútbol?

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Importando virus. | Pablo Temes

Es sabido: toda paradoja describe una situación que desafía el sentido común, contradiciendo lo que parece lógico esperar, provocando sorpresa, acaso humor, e invariablemente un impacto que sacude los hábitos de la inteligencia. El mundo está atravesado por paradojas, que desestructuran lo obvio, tal vez para hallar nuevas claves o confirmar antiguas sospechas. La Argentina, un país más apto para Chesterton y Borges que para historiadores convencionales, está saturada de contradicciones seculares, bajo la forma de paradojas, que si no fueran penosas, despertarían risa.

Algunas paradojas de la actualidad argentina merecen un comentario. Empezando por el tema que ha conmovido la vida durante los últimos meses: es paradójico que cuando se registran récords de contagiados y muertos, la sociedad parece estar en otra cosa, mientras los medios desplazan poco a poco la pandemia del foco de interés, para privilegiar la inseguridad, las internas del poder o la reestructuración de la deuda. A tono, millones de argentinos marchan tumultuosos y despreocupados por la calle, la mitad con el barbijo tapando la nariz y la otra mitad dejándola descubierta. Son intrépidos o son necios.

Lo paradójico, condimentado con anomia, aumenta la perplejidad. Ocurre que las autoridades también se empeñaron en sacudir nuestro sentido común: apelaron a la responsabilidad social, pero por las dudas prohibieron las reuniones de amigos y familiares, algo tan improbable como perseguir las relaciones sexuales o impedir la respiración. La medida tiene al menos dos inconvenientes: por un lado, no hay policía suficiente para controlar su cumplimiento; por el otro, y quizá más grave, convirtieron una conducta social en un delito con el fácil recurso a un DNU.

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Otra paradoja involucra a nuestra clase política: en su conducta manifiesta vive –para usar términos de Halperín Donghi– denegando la legitimidad del adversario y ni siquiera se pone de acuerdo acerca de qué deberá entenderse por esa legitimidad. Descalificaciones, peleas, desprecios. Sin embargo, en su conducta latente logra acuerdos sólidos: ocurrió con el canje de la deuda y, por cierto, con motivo de la pandemia. Fernández y Larreta, aun con contradicciones, tuvieron la audacia de hacer explícito lo implícito. Más allá de ellos, el Covid se combate con solidaridades extrapartidarias que apenas destacan los políticos y los medios.

Diferencias: Cristina es rica, pero actúa como una política. Macri es político, pero actúa como rico.

Aquello que se presenta como radicalmente diferente pero en realidad es parecido también convoca la paradoja. En la construcción social de la política argentina Cristina Kirchner y Mauricio Macri representan la antítesis. Nos acostumbramos a sus enfrentamientos y los naturalizamos. Unos toman partido por Cristina, otros por Macri, la mayoría se muestra indiferente. En cualquier caso, los ex presidentes son los polos opuestos de un conflicto central e irresoluble. Actúan como garantes de la grieta.

Sin embargo, bien mirados, poseen enormes parecidos. Ambos dicen representar concepciones excluyentes –uno el republicanismo, la otra el nacionalismo popular–, pero las defienden con las mismas falacias, chicanas y ocultamientos. Ambos despiertan la adhesión de públicos fanatizados, pero comparten el repudio del 50% de la sociedad, que preferiría verlos retirados. De ambos se sospechan conductas impropias cuando ejercieron la presidencia. Permanecieron impávidos ante los repugnantes sótanos de la democracia. Y quizá se valieron de ellos.

Y ambos son ricos. Poseen fortunas heredadas o presuntamente mal habidas que les permiten una vida holgada, lejos de las penurias de la sociedad que dicen representar. Aunque tal vez allí exista una diferencia. Cristina es rica, pero actúa como una política. Macri es político, pero actúa como un rico. Su desafortunado viaje a Francia, destacado por las revistas del corazón, que lo presentaron con el glamour de las celebrities, torna escabroso su retorno a los primeros planos de la política.

Volvamos al principio. De las paradojas a las preguntas hay apenas un paso. Empezando por el Covid: ¿qué está sucediendo? Algo no cierra: al comienzo, cuando rigió una cuarentena estricta, el motivo fue no saturar el sistema sanitario y prevenir los contagios, que eran pocos; ahora, que el aluvión de infectados y muertos confirma la peligrosidad de la pandemia, la sociedad se está liberando del encierro. ¿Será ensayo y error, o serán anomia e irresponsabilidad?

Vayamos ahora a la escena pública. ¿Cómo calibrarán los políticos la etapa que se inicia? Si la juzgan dificultosa pero controlable, es posible que mantengan abierta la grieta y la alimenten. Después de la reestructuración aparentemente exitosa de la deuda, es una tentación para el Gobierno ningunear a la oposición, creyendo tener ganada la partida. En cambio, si hubiera conciencia de que un progreso no desmiente el desastre, acaso rija la ley no escrita: acuerdos, más o menos encubiertos, ante las dificultades extremas. Les falta incentivo para hacer del pacto una bandera. No vaya a ser cosa que cerca de las elecciones el votante no pueda distinguirlos.

¿Y qué hará la oposición con un referente que se pasea por lo más caro de París y la Costa Azul mientras sus votantes padecen? El rol esperado de un republicano es representar con sobriedad a las clases medias sedientas de ejemplos e instituciones. Con el comportamiento de Macri, la representación podría reducirse a la clase alta que le sirve de espejo. En ese caso deberían avisarle que con ella no alcanza para ganar elecciones.

Concluiremos mencionando una tragedia que invalida todo lo anterior: la pobreza infantil. Un hecho atroz que reduce lo demás a banalidad o pérdida de tiempo. Que actualiza, desafiándonos, la pregunta de Adorno: ¿es posible escribir poesía después de Auschwitz? Ante niños que revuelven la basura o piden en la calle, ¿se puede seguir hablando de la reforma judicial, del arreglo de la deuda, de las reservas del Banco Central o de la vuelta del fútbol?

El último mojón de este panorama es la vergüenza. Cuando existe, implica mala conciencia por alguna falta cometida o por alguna acción deshonrosa y humillante. Por eso, más allá de los estragos del Covid, una cifra debería hacernos callar, sentirnos responsables, replantearnos la existencia como sociedad: según la estimación de Unicef el 63% de los niños y adolescentes argentinos serán pobres a fin de año. Que esta no sea la prioridad nacional tal vez muestre que aún no tenemos suficiente vergüenza.

 

*Analista político. Director de Poliarquía Consultores.