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violencia. Una modalidad delictiva exportable.

Pesca de humanos

Imagínese relajado sobre la arena de la playa bajo el ardiente sol de Río de Janeiro en un día de verano. El mar azul al frente, el Cristo Redentor a su espalda, supuestamente protegiéndolo. Su mente está en cualquier parte, pensando en cosas bonitas. Nada malo puede pasar. No hay tsunamis en el Atlántico, Bin Laden no enviará ningún musulmán contra los edificios de la costanera carioca, ni George W. Bush confundirá el Golfo Pérsico con la bahía de Guanabara. Pero, en pocos segundos pasará algo que lo hará desear ser una tortuga, capaz de poder encerrarse en sí mismo para protegerse.

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Imagínese relajado sobre la arena de la playa bajo el ardiente sol de Río de Janeiro en un día de verano. El mar azul al frente, el Cristo Redentor a su espalda, supuestamente protegiéndolo. Su mente está en cualquier parte, pensando en cosas bonitas. Nada malo puede pasar. No hay tsunamis en el Atlántico, Bin Laden no enviará ningún musulmán contra los edificios de la costanera carioca, ni George W. Bush confundirá el Golfo Pérsico con la bahía de Guanabara. Pero, en pocos segundos pasará algo que lo hará desear ser una tortuga, capaz de poder encerrarse en sí mismo para protegerse.

De repente, como en las películas de terror, escucha un ruido inesperado y constante, como un zumbido. En el medio, gritos ahogados de susto y terror. Al levantarse, ­pensando irritado ¿qué cuernos es esto que me sacó de mi reposo?, verá a parte de sus correligionarios playeros paralizados de miedo. Otros, corren hacia el mar. Y el resto se mueve agitadamente como cucarachas en la cocina cuando uno entra y prende la luz.

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Todos miran con pánico en la misma dirección. Atrás de ellos, una masa de gente corre acelerada. Es la versión Homo Sapiens de la Marabunta, una avalancha de gente que aplica, en gran escala, el modus operandi del robo al voleo. ¡Otra que los soldados persas de 300! Esto sí que es el terror. Eso es el temido “arrastão”. Los hunos de Atila, los mongoles de Gengis Kahn o la barrabrava de algún equipo porteño, son un poroto.

La palabra se refiere originalmente a la pesca con redes en forma de bolsa, que tiradas por barcos a gran velocidad permite recoger una variopinta cantidad de pescados, crustáceos, o cualquier otra cosa que esté en el mar. En este caso, el arrastão humano es una “red” de personas que agarran todo lo que pueden rápidamente. Pasarán al lado del señor panzudo y le sacarán el bolso de bronceadores (donde podría estar guardado su Ipod) o arrancar su reloj. Al costado, la adolescente de biquini podrá salvarse porque en la vorágine del ataque no fue vista.

El grupo de personas atraviesa la gente que está en la playa y “barre” dinero, anillos, bolsos, carteras y la ropa de las personas. Un arrastão puede ser organizado en detalles o ser algo semiorganizado, semiespontáneo. Difícilmente, haya muertos entre los asaltados. No es que tengan “códigos”. Es que todo es demasiado rápido. No hay tiempo para andar matando.

 
VIOLENCIA. Una modalidad delictiva exportable    

Es como una “blitzkrieg”, aunque en vez de panzers que avanzan, son personas. Pero al contrario de las tropas que tenían que resistir al avance alemán, en vez de estar preparado con uniforme y un fusil, uno está con una sunga o un mínimo biquini. La única defensa es un celular, que puede ser arrojado a modo de piedra. O el bronceador, si se logra impactar en los ojos del atacante.

Las sombrillas podrían ser usadas como lanzas y tratar de formarse estilo puercoespín con su vecino de playa como los Tercios Viejos de Cartagena en Alatriste. Imposible. No hay tiempo. No sirve de nada gritar: “¡No me peguen, soy Giordano!”. No hay nada que hacer. No hay tiempo siquiera para rezar. Todo es muy rápido. Los más ágiles de raciocinio pensarán: “¡Quiero ser un bicho bolita, quiero ser un bicho bolita!”.

Los “arrastões” surgieron en los años 90 en Río de Janeiro, una ciudad intensamente marcada por una obscena disparidad social que los turistas generalmente no ven (o, por lo menos, no tienen idea de que sea tan colosal). Los pobres están desnutridos y los ricos se pavonean con sus autos importados. Eventualmente, algún poeta o cantor intenta embellecer la pobreza afirmando que el pobre, desde su casucha en el alto del morro donde está su favela, tiene una vista privilegiada de la bahía de Guanabara que ningún millonario posee.

Desde Río de Janeiro los “arrastões” se esparcieron en Brasil. De las playas sobre el Atlántico se trasladaron a las avenidas de circunvalación atascadas de autos en embotellamientos de grande ciudades como San Pablo. Ocasionalmente, hay un “arrastão” en un edificio, que es desplumado de todo.

Sin embargo, en los últimos años el arrastão fue un fenómeno muy ocasional en Brasil. Pero, empieza a seducir en el exterior. La modalidad playera ya fue exportada a Portugal, donde, en 2005, la playa de Carcavelos fue el escenario del primer arrastão de la Unión Europea.

*Corresponsal en Buenos Aires de O Estado de São Pablo