En el último número de la New York Review (11-24 de febrero), dos artículos que aparentemente nada tienen que ver entre sí: una brillante reflexión de Garry Kasparov, el más joven campeón mundial de ajedrez de la historia cuando ganó el título a los 22 años, en 1985, y que encabezó el ranking mundial hasta que se retiró en el 2005, bajo el título El maestro de ajedrez y la computadora; y un análisis en torno al proyecto de reforma del sistema de salud en Estados Unidos, escrito por Jerome Groopman, profesor titular de la Escuela de Medicina de Harvard y cuyo libro más reciente se llama Cómo piensan los médicos.
En 1985, Kasparov jugó 32 partidas de ajedrez simultáneas contra 32 computadoras y ganó 32 a 0. Doce años después, es derrotado por la súper computadora Deep Blue de IBM, y la noticia da la vuelta al mundo. “La gente de la Inteligencia Artificial – comenta Kasparov– estaba contenta con el resultado y con la atención recibida, pero desalentada por el hecho de que Deep Blue no era en modo alguno lo que unas décadas atrás sus predecesores habían imaginado, cuando soñaron con una máquina que pudiera derrotar al campeón del mundo. En lugar de una computadora que pensaba y jugaba al ajedrez como un ser humano, con creatividad e intuición, se encontraron con una máquina que jugaba como una máquina, evaluando 200 millones de posibles movidas por segund.” En 2000, Igor Aleksander, un especialista pionero en las redes neuronales, indicó que “la derrota de Kasparov fue un gran triunfo para los programadores, pero no uno que pueda competir con la inteligencia humana, que nos ayuda a vivir nuestras vidas”. Y Kasparov comenta: “Deep Blue era inteligente sólo como su despertador programable es inteligente. Claro que haber perdido contra un despertador de 10 millones de dólares no me hizo sentir mejor”. Queda, pues, planteada la cuestión de si la inteligencia y la racionalidad son reductibles al poder lineal del cálculo algorítmico (lo único que saben hacer las computadoras y, dicho sea de paso, lo único que sabe hacer el homo economicus de la teoría económica liberal) o si hay que buscar algún modelo un poco más complicado. Kasparov está convencido de que ésto último es lo que hay que hacer, pero es pesimista: “Los programas de fuerza bruta juegan el mejor ajedrez, ¿para qué preocuparse con otras cosas? ¿Para qué perder el tiempo y el dinero experimentando con ideas nuevas e innovadoras, si lo que ya conocemos funciona? Este pensamiento debería horripilar a cualquier persona digna de ser llamada científica. Pero, por desgracia, parece ser la norma”.
El tema central del artículo de Jerome Groopman es la cuestión de cómo se definen las “mejores prácticas” médicas, un aspecto esencial en la evaluación del desempeño de hospitales, clínicas y otras instituciones y cuando se trata de calcular los costos de los servicios de salud. Una de las preocupaciones de Obama es el hecho de que los costos en los Estados Unidos son mucho más altos que en otros países del primer mundo, sin que esto se traduzca en mejores resultados. El control público de los servicios de salud lleva a la definición de “guías de pautas” de los distintos tratamientos, guías que necesariamente expresan criterios abstractos de racionalidad instrumental y no pueden tomar en cuenta la especificidad de cada paciente y, mucho menos, las características propias de cada relación médico/paciente o la intuición diagnóstica del profesional. El problema es muy serio, porque ha habido estudios que comprobaron que algunas “guías de pautas” del sistema Medicare (por ejemplo, el estricto control de los niveles de azúcar en la sangre de pacientes críticos en terapia intensiva) producían más muertes que las prácticas más flexibles. Y las guías, ¿tienen que tener fuerza de ley o ser simplemente orientaciones sometidas a los criterios del médico?
¿Cómo se ejerce la inteligencia y la racionalidad en el ejercicio de los comportamientos sociales, ya se trate de decisiones económicas, rutinas de servicios públicos, prácticas profesionales, procedimientos administrativos, evaluaciones pedagógicas, criterios de gestión? Entre la pregunta acerca de los procesos cognitivos de un maestro del ajedrez y la cuestión de cómo definir normas que orienten con eficacia los razonamientos y las conclusiones de los médicos entre cuyas manos está la vida de los ciudadanos, se dibuja una intuición importante. El problema, al parecer puramente académico, de comprender los procesos de la inteligencia humana es, en el fondo, uno de los problemas clave en el ejercicio de la política.
*Profesor plenario de la Universidad de San Andrés.