COLUMNISTAS

Políticamente correcto

Al igual que la religión, el fanatismo político utiliza la culpa como un instrumento de dominación. Así como hay pecado religioso, hay pecado ideológico. En una sociedad donde se considere como pueblo sólo el sector que simpatiza con el Gobierno, quien se atreva a ser políticamente incorrecto corre el riesgo de vivir en estado de excomunión. Es por eso que la mayoría de las personas –como también pasa en las religiones– simula creer en lo que no cree y declama preceptos que no practica.

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UNO DE LOS SEIS CHICOS QUE MURIO en el incendio del edificio tomado en La Boca el sábado 10.

Al igual que la religión, el fanatismo político utiliza la culpa como un instrumento de dominación. Así como hay pecado religioso, hay pecado ideológico. En una sociedad donde se considere como pueblo sólo el sector que simpatiza con el Gobierno, quien se atreva a ser políticamente incorrecto corre el riesgo de vivir en estado de excomunión. Es por eso que la mayoría de las personas –como también pasa en las religiones– simula creer en lo que no cree y declama preceptos que no practica. Esto sucede desde los grupos de pertenencia profesionales, vecinales o de afinidad más pequeños, hasta en la sociedad en su conjunto.
Entre aquellos cuyo trabajo depende de la aprobación de amplias audiencias, como sucede con los políticos y los periodistas, seguir las encuestas y opinar en sintonía con lo que quiere la gente es una práctica habitual. El problema es que las sociedades necesitan estadistas, personas que precisamente merecen ese calificativo y ocupar las más altas posiciones porque tienen la capacidad de torcer el masivo impulso primitivo de tomar por el camino más corto y de convencer a la sociedad de ir por el camino correcto.
Que el ex presidente haya esperado hasta que la mayoría de los habitantes no sólo se convenciera, sino que expresara que cortar puentes como el de Gualeguaychú no es lo que corresponde para recién allí decir “nunca estuvimos de acuerdo con los cortes”, es una señal de cómodo cinismo. También surfea sobre la ola de la opinión pública el gobernador de la Provincia de Buenos Aires cuando dice que “ahora sí el campo tiene razón”, mirando con un ojo lo que pasa en su provincia y con el otro lo que sucede en Santa Fe, donde el monosilábico Reutemann dice que ahora sí (“ahora” es la palabra mágica que permite justificar todo cambio) podría ser candidato a presidente, rompiendo el monopolio de Scioli como único candidato kirchnerista potable.
Hay grados y patologías en la utilización de lo políticamente correcto. Está el del timorato que, aterrado por perder popularidad, nunca contradice la opinión dominante de cada momento; Scioli o Reutemann, por ejemplo. Y está el cínico que no sólo utiliza el envión de la corriente mayoritaria para impulsar su vuelo, sino que se transforma en el mismísimo viento para encarnarse en el profeta de esa corriente y acusar a quien le estorbe de ser un malvado.
El extensamente ridículo corte del puente de Gualeguaychú es sólo el ejemplo más emblemático de la ocupación del espacio público o privado sin que el Estado intervenga. El domingo pasado, PERFIL les dedicó su foto principal de tapa a los seis hermanitos que murieron quemados el día anterior, en el incendio de un edificio del barrio de La Boca, ocupado ilegalmente por ocho familias que vivían desde 2001 en esa propiedad, que antes de ser usurpada fue una sucursal del ex Banco Italia y Río de la Plata. Sólo el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires tiene 780 propiedades ocupadas, y hay una infinidad de edificios privados y casas en idéntico mal estado.
La cantidad de personas que viven en asentamientos precarios en la Ciudad de Buenos Aires se duplicó en los últimos cinco años. No es que sus habitantes se hayan empobrecido en ese período –por lo menos, hasta hace algunos meses–, sino el resultado del flujo migratorio. El caso emblemático es el de la Villa 31 de la Recoleta, con construcciones de hasta cuatro pisos, pero ésta es apenas la versión sofisticada de muchos otros asentamientos verdaderamente precarios e inhumanos.
¿Quién puede negar los argumentos de que en la pradera más fértil del planeta no deberían faltar alimentos para que no haya desnutridos, o que los chicos de la calle exigen la atención del Estado para suplantar lo que sus padres no pueden darles, o que haya habitantes que no estén sanos y educados no es sólo una responsabilidad de ellos mismos? Pero, ¿se soluciona el déficit habitacional permitiendo usurpaciones de edificios y terrenos públicos y privados o, por el contrario, se expone a los mismos que se quiere beneficiar a peligros que pueden derivar en situaciones similares a la muerte de los seis hermanitos del barrio de La Boca?
Durante la crisis del campo, este diario criticó la metodología del corte de rutas como forma de manifestar oposición al Gobierno. Probablemente Néstor Kirchner, previendo la conflictividad que se viene, comience a preocuparse por haber alentado una metodología que puede terminar siendo letal en su contra. Más allá de cualquier conveniencia política, todos los partidos y sus dirigentes deberían asumir como una política de Estado el no utilizar la ocupación del espacio público o privado como forma de coacción al adversario o de cosecha de adhesiones entre los más necesitados, alentándolos a tomar lo que necesitan por la fuerza; y, en su lugar, crear un subsidio universal para todos los desocupados, que les permita vivir con dignidad sin caer en la ilegalidad.

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