“—¡Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty–, quiere decir lo que yo quiero que diga.
—La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
—La cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda. Eso es todo.
De “A través del espejo” (1872), Lewis Carroll (1832-1898)
“Sólo hay mundo donde hay lenguaje”, decía Martín Heidegger, un alemán que moría por Beckenbauer y creía cosas tan extrañas como que el Ser era algo más que un yogurt, y la palabra “su casa”, el lugar del des-velamiento. Mmm… Se ve que don Martín nunca supo de la existencia del misterioso ente llamado Mundo Fútbol, ni de sus simpáticos habitantes –jugadores, técnicos, dirigentes, periodistas–, gente que dice una cosa, piensa otra y vaya a saber qué hace después de cada partido. Mandan los resultados, siempre.
Abel, el torturado, incómodo en su silla eléctrica, huye hacia adelante como Galtieri y para demostrar carácter, golpea su puño contra la mesa, como el agónico De la Rúa en el programa de Grondona. Voluntarista pero patético, hombre de la casa, hincha sincero, querido por buen tipo, el futuro ex apeló a la mística y, teatral, se tentó con algunas de esas frases vacías que flotan por los aires a la espera que alguien las use y las tire. “De acá me sacan con los pies para adelante”, juró, como para conmover a las masas. “¡Esto es Boca y me sobran huevos!”, agregó, didáctico, olvidando que semejante subjetividad referida al volumen genital también podría ser utilizada con otro adjetivo no tan favorable como “huevón” y, en el peor de los casos, “pelotudo”. Horror.
Fatalmente entusiasmado con el espejismo del 2 a 0 a River, hasta se la jugó con una afirmación suicida: “De acá pienso irme ganador”. Difícil. Los periodistas sólo recordarán su conflictivo “paso” por Boca cuando en el futuro referencien una nueva crisis. Otros DT, con resultados más dignos, al menos se han ido del club con el consuelo de haber “cumplido un ciclo”. Otra cosa es con los campeones. En ese caso sí se habla, por ejemplo, de “la era Bianchi”. Wow. Todos aman al ganador.
No conformes con haber reemplazado la idea de “valentía” por la de “tener aguante” (a todas luces un concepto de supervivencia y sometimiento, no de lucha y superación), el Mundo Fútbol, sin pudores y con un entusiasmo digno de mejor causa, insiste en asociar “inteligencia” con “trampa”. En el vestuario todos pontifican, como si realmente se tratara de una elección: “¡Hoy hay que ser inteligentes, eh!”. Mirá vos. Entonces sí, recitan el sagrado dogma de la viveza criolla. Hacer tiempo, tirarse en el área, fingir agresiones, llevarse a uno de ellos si alguien es expulsado, turnarse para pegarle al mejor de ellos, gesticular para calentar el partido, esconder las pelotas si van ganando, pedir amarillas para el rival, hacerse amonestar para limpiar prontuarios... Si se gana, todo bien.
El caso de los jugadores que son amonestados por quitarse la camiseta en un festejo ya es de psiquiátrico. La excusa de las mil pulsaciones por minuto queda descalificada en cuanto uno ve, absorto, esas ridículas coreografías grupales que, en muchos casos, salen mejor que las jugadas de pelota parada. Si hay tiempo para esas mariconadas, muchachos, también debería haberlo como para evitar ser tan notoriamente pelotudo, dicho esto con todo respeto. Amén.
El disculparse por hacer un gol al ex club es otra desgracia. “No lo grité por respeto”, sobreactúan hasta el ridículo. No jueguen, entonces. Porque ese acting de morondanga, además, le da sentido a un estrafalario silogismo tribunero: “Si no festejás por respeto, entonces, cuando lo gritás… ¡me faltás el respeto a mí!”. Oh, no. Einstein tenía razón: el universo y la estupidez humana son infinitos.
¿Parezco cruel? Pues menos que los relatores y comentaristas, para quienes los jugadores, en lugar de fallar, “desperdician” situaciones o “regalan” la pelota, seguramente contaminados por la mala voluntad o una perversa desidia. Chau. A ellos, como a los árbitros, se los juzga desde la fría certeza del video. Así cualquiera, colegas.
Hoy, un jugador “explota” cuando se consagra, lo que no deja de ser una figura poética de feroz belleza. “¡Belleeeza!” es, justo, la palabra fetiche de su creador, Bambino Veira, una máquina de imponer eslogans. Mientras el antiguo concepto del “dominio” del balón pierde terreno frente a la más burocrática idea de “control”, otros españolismos como “estar intratable” y “gesto técnico” se han instalado en el lenguaje futbolero, como el muy británico hat trick, que pasó a retiro a la vieja y querida “tricota” nacional. ¿Y eso del “volumen de juego”? Ah… esa es una prueba más de que, en el fútbol, como en el sexo duro, el tamaño sí importa. Si es grande, mucho mejor, como los huevos de Abel.
Nada más por hoy, lectores. Espero que les haya gustado la columna y si no, trataré de volver a mi nivel la semana que viene: el periodismo siempre da revancha. Acá tratamos de hacer bien las cosas, motivarnos, y poner lo que hay que poner. ¡Esto es PERFIL, viejo!