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Prejuicios y chalecos

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

En los programas de tele dedicados a mostrar arrestos de traficantes y mulas en aeropuertos se ve cómo el prejuicio opera en favor de la ley. La policía especializada otea las filas de migraciones y despacho de equipaje para detectar actitudes sospechosas y examinar valijas e individuos que puedan estar transportando drogas. A veces aciertan, a veces le destrozan sus cosas y sus nervios a una persona inútilmente, pero el prejuicio sirve para cumplir con el trabajo. 

Mis prejuicios son, si se pueden llamar así, propios del periodista. Apoyados en la prensa, los que tenía sobre los Chalecos Amarillos (clase trabajadora, extremistas de derecha e izquierda o anarcolibertarios) colisionaron con Adrien, el primero con el que tuve contacto. Nos habíamos conocido antes de las protestas de 2018, antes de que él sintiera una suerte de llamado que lo llevó cada sábado a arrojar pintura a los negocios de Champs Elysses, entre otras cosas. Previamente había sido pintor, pero no de brocha gorda: vendía obras por miles de euros que dilapidaba hasta que un escrúpulo le impidió seguir pintando “para ricos con mal gusto”, amigos de su propia familia semiaristocrática. De política entiende poco, pero desconfía del poder. No está alineado con las extremas izquierda o derecha, no es anarquista, ni intelectual, ni demasiado pro o anti nada. En Un pueblo, nuevo documental francés sobre la historia del movimiento, que complementa con otros como Chalecos Amarillos, una represión de Estado o El monopolio de la violencia, curiosamente financiado por Open Society Foundations, aparecen personas que, sin parecérsele ni un poco, coinciden con él en que la calle es el lugar para despertar conciencias por excelencia, que no hay que abandonarla. Situado en donde no se lo espera, Adrien prueba que no todo es definible a priori, que siempre hay lugar para la sorpresa. Al periodismo, el prejuicio le hace más mal que bien, lo mejor es dejárselo a la policía.