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Primavera

También los pájaros empezaron a multiplicarse. Ayer apareció el primer colibrí. Pronto también vendrán las abejas, las gatas peludas llegarán cuando los álamos se cubran de hojas.

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Primavera, también los pájaros empezaron a multiplicarse. | Marta Toledo

En la casa donde crecí teníamos un duraznero. Los duraznos nunca llegaban a buen término, siempre antes de madurar los agarraban los gusanos o se pudrían por las lluvias o los comían los pájaros. Pero cada año se llenaba de flores a fines de agosto, principios de septiembre, anunciando la llegada de la primavera. El árbol sin hojas, con esa corteza oscura casi negra, un árbol que cualquiera hubiera señalado como seco, de la noche a la mañana se llenaba de botones, unos pimpollos redondos, duros, de color púrpura. También de la noche a la mañana, unos días después, florecía entero. La copa toda rosa como los vestidos de tul que usaban las quinceañeras de mi pueblo (uno de nuestros paseos de sábado con mis amigas era ir hasta la vidriera del fotógrafo a mirar las fotos de los cumpleaños a los que no habíamos sido invitadas) o como los copos de algodón que venían con los circos y los parques ambulantes.

Cuando mi hermano iba al colegio secundario, los estudiantes hacían un desfile de carrozas el día de la primavera. Un año hicieron creo que la carroza más linda en la historia del desfile. Habían elegido como tema “El Lejano Oriente” y construyeron un enorme dragón de cartón montado sobre un acoplado que el día del desfile iba tirado por la camioneta de alguno de los padres. Pero además la cabeza del dragón se movía a un lado y al otro y echaba humo por las fauces entreabiertas. Esa noche el aire se llenó de olor a talco. Estaba pintado con aerosol de colores metálicos. Y a los costados tenía ramas de duraznero florecido. Algunas eran naturales y otras de alambre y papel crepé. No todas las madres habían sido tan generosas como la nuestra, que les permitió llevarse las flores del duraznero.

Acá, cerca de donde vivo, hay una casa con unos diez o quince entre durazneros y ciruelos. Son los únicos árboles que crecen en su parque. Este año esperé la floración como nunca, acechando desde la calle. Cuando los árboles pelados se cubrieran de ese encaje blanco y rosa querría decir que este invierno tan crudo y solitario iría quedando atrás. Finalmente una mañana las flores estaban ahí, flotando entre las ramas como un hechizo. Duran poco, apenas unos días, y los pétalos de las flores rotas cubren el suelo.

Este año, que vivo donde vivo, puedo observar cómo se van despertando los árboles y todas las plantas del jardín. Los brotes de un verde marciano. Los pimpollos que aparecen por primera vez, por caso los lirios que me dio mi hermana y que planté el año pasado pero recién este florecieron. Le mandé un whatsapp anunciándole la aparición de los pimpollos. Ella me lo respondió expectante acerca del color pues no recordaba de cuáles me había dado. Fuimos haciendo el seguimiento por fotos. Hasta que por fin una mañana abrió de un lila perturbador, como la lividez de un ahorcado. Compartimos una alegría nerviosa e infantil ese día.

También los pájaros empezaron a multiplicarse. Ayer apareció el primer colibrí. Pronto también vendrán las abejas, las gatas peludas llegarán cuando los álamos se cubran de hojas. ¿Cuánto faltará para las mariposas? ¿Dónde estarán ahora los grillos? Ya hay mosquitos y zancudos. Por fin, en un mes o dos más, aparecerán las luciérnagas.

Debajo de la tierra aún duermen las chicharras.