PUEYRREDON, GUALEGUAYCHU Y NEUQUEN: cada vez que se quiso impedir el corte de un puente, hubo muertos.. |
Un intelectual tiene la obligación de decir lo que la gente no quiere escuchar. Su horizonte no es la aprobación sino acercarse a la verdad. Pocos se animan a hacerlo porque el precio a pagar es muy alto. Bien lo saben los periodistas de radio quienes, por la simplicidad y velocidad del medio, cuando contrarían a la opinión pública inmediatamente reciben decenas de llamadas de oyentes insultándolos al aire.
¿Qué hacer con la audiencia? ¿Fastidiarla y perderla o acompañarla fríamente hasta que esté dispuesta a oír? El diario The New York Times se jacta de publicar no sólo lo que desean sus lectores sino también aquello que los molesta ( “lo que deben leer y no sólo lo que quieren”). Pocos medios del mundo pueden darse ese lujo: PERFIL, desde su precaria fuerza, apenas lo intenta con mucha timidez y escaso resultado.
Un intelectual cree que todo acontece debido a una razón, lo que implica que alguien siempre es responsable de lo que sucede, sea para bien o para mal. El filósofo Paul Ricoeur, en su libro El conflicto de las interpretaciones, explica la “hermenéutica de la suspensión”. Sostiene que “las acciones o la ausencia de ellas (la suspensión) generan lo que ocurre. Para un intelectual, la ausencia de una acción es un acto deliberado del sí mismo.”
Para quien tiene la responsabilidad de impedirlo, dejar que la gente corte un puente sería una ausencia de acción. Lo que para Paul Ricoeur es un acto deliberado y parte de la “hermenéutica de la suspensión”, para el presidente Kirchner es un acto de tolerancia.
La injusta muerte del maestro Carlos Fuentealba no debe impedirnos superar las emociones y razonar: ¿por qué los cortes de puentes recurrentemente tienen saldos trágicos como el de Kosteki y Santillán en 2002 en el puente Pueyrredón, o el reciente de Neuquén?
Hace un par de semanas entrevisté al gobernador Felipe Solá y pude comprobar en él los efectos de la pérdida de la distancia temporal que caracterizan al estrés postraumático. Aún hoy Solá habla de los hechos del puente Pueyrredón como si estuvieran sucediendo ahora: los músculos de su rostro se rigidizan mientras su voz se afina y acelera al compás de sus palpitaciones. Su explicación, en esencia, no es diferente a la de Sobisch: él dio la orden, había que desalojar el puente pero sin que costase la vida de nadie, y un policía se excedió en el cumplimiento de lo dispuesto y descargó su furia asesina. Pero en aquella oportunidad no fue el gobernador quien anticipó su salida, sino el propio presidente Duhalde quien asumió los platos rotos.
Solá, como Sobisch, responsabilizó al policía que había tirado del gatillo pero, ingenuamente, sostuvo en el reportaje que hechos así no se repetirían porque, a partir de ese caso, no sólo se les prohíbe a los policías ir con armas de fuego a manifestaciones sino que además se los revisa uno por uno para que no escondan un revólver en su bota. No alcanzó: el policía Darío Poblete no asesinó al maestro neuquino con balas de metal, sino con un cartucho de gas lacrimógeno. La vida real es un poco más compleja.
Otra muestra de ingenuidad sobre el problema la dio el propio presidente de la Suprema Corte, Ricardo Lorenzetti, quien la semana pasada ya había reclamado al Gobierno que solucionara la conflictividad social para que la Corte no tuviera que intervenir. Y esta semana declaró que ante el corte de un puente un juez debe ordenar su desalojo a la policía, pero “ese no es el mejor medio” sino que le corresponde al Estado “dar una respuesta rápida y clara a los reclamos de los ciudadanos para que no tengan necesidad de cortar el puente o una calle”. ¿Moyano o los líderes de Quebracho lo entenderán de la misma manera?
Poncio pilatos. Volviendo a la “hermenéutica de la suspensión”, se cuenta en la Justicia que los veteranos de los pasillos de los tribunales argentinos aconsejan a los recién llegados, así: “Vos tenés que lograr que las causas no se radiquen en tu juzgado, buscá cualquier excusa, que falta un papel, lo que sea, pero que le caiga a otro. Imaginate que sos un jugador de tenis en la red, devolvé todas las pelotas que te vienen con movimientos rápidos sin dejar que entre ninguna (causa)”.
Para llegar a viejo siendo juez, consejo que también vale para un periodista, la clave es no ir contra la corriente sino dejarse arrastrar por la marea y flotar. Si así no fuera, ¿cómo comprender que ningún fiscal haya solicitado, y un juez, dispuesto, el desalojo del puente de Gualeguaychú, por más válidos que fueran los reclamos de los asambleístas anti papeleras? Nadie lo hizo porque se arriesgaría a padecer el mismo rayo presidencial que recibieron los integrantes de la Cámara de Casación que no actuaron conforme a la doctrina oficial. En defensa de los jueces y fiscales, cabe mencionar el desalojo de la comisaría que había tomado Luis D’ Elía: ordenado por la Justicia, fue incumplido por el Ministerio del Interior.
Hay diferencias si el victimario es amigo o adversario, si la víctima es de una profesión u otra, aunque ambos puedan ser empleados públicos, y si sucede en Santa Cruz o en Neuquén.
Tanto la ideologización extrema como la intelectualización extrema son mecanismos de defensa. Formas facilistas de simplificar el mundo entre buenos y malos, como bien y valientemente describe James Neilson en su columna de la revista Noticias de la última edición (titulada en tapa: “Muerte e hipocresía en Neuquén”).
Según el Diccionario Crítico Etimológico de Corominas/Pascual, la palabra hipocorístico comparte su origen con hipocresía y quiere decir “hablar a la manera de los niños”. ¿Será ese nuestro problema?