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Punk, rock, humor...

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Es sábado y acaba de llegar a la ciudad uno de los primeros fríos del año. Francisco Bochatón llega caminando a su show en Café Berlín. No hay seguridad. No viste ropas estridentes. En lugar de glamour, veo tela de jean y saludos para los cercanos que ronden la puerta. Me da un beso. Elogio sus letras.

Francisco Bochatón es uno de los mejores poetas del rock nacional, el antecedente de todos los que vinieron después. El máximo rockero indie. El germen. Su show comienza y uno recuerda todo lo vivo en el arte. Partes y ritmos de bandas de los 2000, repeticiones como mantras, disonancias que quedan bien.

La irreverencia todavía puede desafiar lo políticamente correcto. Se produce un diálogo entre los espectadores y el escenario, Bocha se tropieza, cuenta una anécdota. Se espera desorden y locura. Él ofrece su sensibilidad y ese buen gusto consolidado a través de los años que se ha vuelto de culto. Pero las perlas no se regalan, Francisco va administrándolas a lo largo del repertorio y como respuesta a los pedidos. Se produce un extraño diálogo con su público, un intercambio sincero.

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Punk, rock, humor, sedu-cción. Hay una leve violencia entre el mic y Bochatón, una caricia de acero a la guitarra, un dislate, un acierto. “Estoy cansado de andar/ solo en mi cabeza”, canta; y nosotros estallamos, pedimos temas, coreamos estribillos. Son los modos de este amor.

Odio escuchar por ahí que Bocha es desparejo. Me molesta ese modo de evaluar lo visceral y verdadero. Es como decir que una planta no creció derecha o que una novela no tiene desvíos. Quizá él sufra esta época como la sufro yo. Meter la propia sensibilidad en la obra se paga caro.