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Qué es el periodismo

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En Hablemos de langostas de David Foster Wallace (1962-2008) hay un artículo llamado “Arriba, Simba”. Es una larguísima crónica para Rolling Stone sobre la primaria republicana en la que el senador John McCain perdió la nominación contra George W. Bush (no confundir con la elección en la que McCain perdería la presidencia frente a Obama, ocho años más tarde). Wallace siguió a McCain a lo largo de una insoportable semana de campaña en las Carolinas. Viajó cientos de horas en ómnibus, escuchó infinitos discursos, participó de idénticas rondas de prensa y así retrató fielmente el tedio de la vida política, su irrelevante ajedrez de chicanas y movimientos falsos. Pero Wallace tenía una idea en la cabeza: quería averiguar si McCain (héroe de guerra, hombre de palabra, conservador hasta la médula) tenía un rasgo de humanidad real, verdadero, que lo diferenciara de sus contrincantes, esos seres vanidosos, vacíos y dispuestos a todo como son los políticos. Wallace duda, se pregunta si ese sistema de lobbies empresarios y explotación mediática admite que se filtre la frescura de un hombre honesto. Su descripción de esa caravana absurda, de las incomodidades cotidianas, es cariñosa con sus compañeros de viaje salvo con los “doce monos”, los analistas políticos de los grandes medios, a quienes detesta por su envarada estupidez, por su imposibilidad de decir algo que no sea una fórmula. Wallace muestra que sus encumbradas contrapartidas son absolutas nulidades y, a diferencia de esos reyes de la obviedad y la prudencia, intenta averiguar si McCain es en verdad distinto.

Mal comidos, de Soledad Barruti (Buenos Aires, 32 años), es un libro de investigación, un género caracterizado por el apuro y el oportunismo. Barruti trabaja con un material muy distinto al de Wallace: su tema es la industria alimentaria y sus demoledoras consecuencias para la Argentina. Mientras Wallace es intenso, Barruti es extensa. Si Wallace rumia, Barruti avanza, pero es igualmente minuciosa: el libro recorre lo que sucede con la soja, el pollo, la carne, el pescado, la verdura, hasta con los caballos robados para faenar y el horror detrás del sushi. Es prolija, metódica, concienzuda, implacable. Y sus razonamientos no pierden consistencia cuando van de lo particular a lo general. Mal comidos expone el sistema de producción organizado por las multinacionales de la alimentación que, bajo la falacia de alimentar al mundo, perpetúa el hambre y lo complementa con la obesidad, causa enfermedades, tortura a los animales, degrada la comida, deteriora el suelo, destruye los bosques, desplaza a las poblaciones rurales, atenta contra la diversidad biológica y humana. Barruti demuestra que comemos mal y vamos peor; pero también expone un proceso que se inició con la dictadura militar y encontró su implantación definitiva en el kirchnerismo, que asocia el Estado a las corporaciones y al establishment científico para condenarnos a la mala nutrición y arrojar a los habitantes del campo a la marginalidad clientelista.

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Aparentemente, nada conecta a Barruti con Wallace. Pero en el fondo hacen lo mismo: se colocan fuera del poder y describen lo que ven. Al hacerlo se enfrentan con lo indecidible: nadie puede asegurar que un político tenga alma ni que volvamos a comer humanamente en el futuro.