Las paradojas de la Argentina son infinitas. Seguramente nadie imaginó que el gobierno de Mauricio Macri sería el que diera vía libre a la trascendente discusión que se generó en la sociedad y en el Congreso sobre la despenalización del aborto. Y seguramente tampoco nadie imaginó que un gobierno promercado como el actual sería tan castigado por ese ente, que es la quintaesencia del capitalismo. La paradoja de esta circunstancia tiene azoradas a las principales espadas de un gobierno que en las últimas semanas ha demostrado estar desorientado. Nada de esto es casual. Y este es el problema.
La salida de Federico Sturzenegger alegró a varios que en la actualidad son parte del Gobierno y a otros a los que hace tiempo se les dio el adiós. Uno de los que celebraron esa novedad fue Alfonso Prat-Gay.
Quienes han hablado en estos días con quien fue el primer ministro de Hacienda de la actual administración le han escuchado adjudicarle a Sturzenegger la mayor responsabilidad en los errores que, en materia económica, ha cometido el Gobierno.
El ahora ex presidente del Banco Central impuso a su gestión un aire académico. No supo diferenciar lo que son las aulas de Harvard de la realidad argentina. Los hechos, pues, lo lapidaron. El jueves 7 había dicho que el Banco Central ya no intervendría en el mercado cambiario. El martes 12, con el dólar subiendo, cambió de opinión para volver a su postura original el miércoles 13. Macri, harto de tanta volubilidad, lo echó de un plumazo.
Hasta aquí, el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional no ha servido para frenar la corrida cambiaria, que ha demostrado que el Gobierno tiene menos dólares de los necesarios para hacer frente a la base monetaria y a las Lebac que están en circulación.
Para salir de esta situación hace falta un shock de confianza, un punto clave para entender este complicado presente. Lo que empezó siendo una corrida cambiaria ha derivado en una crisis política que afecta la credibilidad del Gobierno. Y esto le da al problema una dimensión de mayor complejidad. Por eso, en este aspecto, la pregunta es si la designación de Luis Caputo al frente del Banco Central ha sido la mejor elección. “Ser un especialista en tomar deuda y generar expectativas no es lo mismo que estar a cargo del Banco Central”, sentencia un hombre al que el oficialismo suele consultar.
Una primera conclusión es que el Presidente decidió apostar una vez más por la mesa chica para evitar abrir un debate –aunque sea mínimo– dentro de las filas de Cambiemos.
Por lo que se vio el viernes, el mercado no le dio a Caputo una bienvenida cordial. Tras una primera baja, la divisa volvió a recuperar impulso. Nadie le jugó a favor y, por ende, no hubo dólares sobre la mesa para poner freno a la corrida. En la reunión con los banqueros, todos le desearon suerte al nuevo funcionario. Eso fue todo. En el horizonte de Caputo está la urgencia por terminar de armar su equipo y hacer frente al próximo vencimiento de las Lebac.
Por lo tanto, este fin de semana transcurre entre conversaciones y negociaciones febriles en las que se intentan acuerdos con los banqueros para asegurar una renovación masiva a tasas de interés inferiores a las exorbitantes que se han venido pagando hasta aquí. Y esto viene complicado. Los representantes de los bancos le han pedido a Caputo que se controle el valor del dólar.
Varios funcionarios están comprobando duramente que “la única verdad es la realidad”
Nervios. No es la economía lo único que está provocando dentro del Gobierno un clima de desasosiego y reproches. El tema del aborto dejó tensiones y enojos que se deberán restañar para enfrentar un presente difícil y un futuro incierto. La confianza en la seguridad de un triunfo en las elecciones del año que viene está menguada.
El enojo más resonante al respecto ha sido el de Elisa Carrió. Su frase al cierre del maratónico debate del miércoles al jueves –“es el último esfuerzo que hago por no romper”– trajo al presente el fantasma de la renuncia a la vicepresidencia de Carlos “Chacho” Alvarez, hecho que fulminó al gobierno de la Alianza.
Carrió se dio cuenta de lo que significaba esa amenaza, y en la tarde del jueves salió a desactivarla. Macri no permaneció indiferente a eso y de ahí la reunión en la residencia de Olivos a la que convocó a la diputada.
Quien también quedó enojada con el tema fue la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, que le reprochó a Marcos Peña haber sido clave para motorizar esta idea. Este proyecto. que no estaba en la plataforma de Cambiemos, fue sacado por el oficialismo como un conejo de la galera para hacer frente a los primeros signos de la crisis económica allá por marzo. Stanley –al igual que María Eugenia Vidal– vivió en carne propia el malestar que esta iniciativa le ha generado al Papa.
Ello ocurrió durante la reunión privada que ambas tuvieron con el Sumo Pontífice. Por si alguien en el entorno del Presidente no lo creyó así, el nuevo arzobispo de La Plata, monseñor Manuel Fernández –prelado de cercanía estrecha con Francisco– dijo que la visita papal a la Argentina es altamente improbable.
Ni siquiera la Selección ayudó a traer un poco de alegría en este mal momento para el Gobierno, en el que varios de sus funcionarios parecen estar saliendo de una burbuja y comprobando que “la única verdad es la realidad”.
Y esa realidad hoy significa inflación desbordada, corrida cambiaria, desempleo e incertidumbre.
Producción periodística: Lucía Di Carlo.