COLUMNISTAS

Sin empresarios

Por primera vez el presidente de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), que nuclea a las empresas argentinas más grandes (un quinto de todo el producto bruto del país), no será un empresario.

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El dueño de Arcor está “fastidiado” y “cansado”. Deja de conducir la Asociación Empresaria Argentina y no lo sucederá otro empresario sino un ejecutivo.

Por primera vez el presidente de la Asociación Empresaria Argentina (AEA), que nuclea a las empresas argentinas más grandes (un quinto de todo el producto bruto del país), no será un empresario. Luis Pagani, el dueño de Arcor, no quiere seguir al frente de la institución donde, además, Clarín tiene su mayor protagonismo corporativo justo cuando el Gobierno eligió como adversario al multimedio. Pero no es sólo que Pagani no quiere presidir AEA, sino que ningún otro empresario argentino quiere asumir el riesgo de tener que enfrentarse con el Gobierno defendiendo los intereses de sus asociados y que su propia empresa pague las consecuencias de eventuales represalias.

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Ante la falta de candidatos, un directivo rentado de la asociación, su actual director ejecutivo, Jaime Campos, asumiría la presidencia de AEA, asociación que además del CEO de Clarín, Héctor Magnetto, cuenta con la participación directa, entre otros, de Paolo Rocca (Techint), Sebastián Bagó (Laboratorios Bagó), Enrique Pescarmona, Alfredo Coto, Adolfo Roggio, Pascual Mastellone, Cristiano Rattazzi y Gustavo Grobocopatel. La “ventaja” de Campos es que no es dueño de ninguna empresa ni integra el directorio de alguna de ellas, por lo que Moreno o el propio Kirchner no podrían atacar a una compañía por eso.

Algo similar ya había sucedido con la asociación que agrupa a las empresas de alimentos, Copal, donde con el mismo fin asumió como presidente el abogado laboralista Funes de Rioja (en la Copal, además de Arcor, está Kraft, la que enfrentó y enfrenta un duro conflicto sindical). Tampoco conduce la UIA alguien que tenga que exponer ante la eventual ira kirchnerista a alguna de las grandes empresas del país porque su presidente, Héctor Méndez, es propietario de una pyme (AEA y la oficina privada de Méndez funcionan en el mismo piso de Alem al 1000).

Los asociados de AEA dan empleo a 300 mil personas, exportan por más de 10 mil millones de dólares anuales y facturan en el país más de 200 mil millones de pesos. Pero ni aun con esa fortaleza de representación habría algún empresario que quisiera presidir AEA.

La conclusión fácil sería culpar al Gobierno y considerar esta situación como una consecuencia de su irascibilidad. Pero ningún gobierno podría hacer mucho sin un mínimo grado de consenso con la sociedad que conduce. El sentimiento antiempresario argentino preexiste a Kirchner y en cierto sentido Kirchner podría ser hasta su consecuencia.

El anterior presidente de la Asociación Empresaria Argentina, Oscar Vicente, no continuó al frente de la institución porque su empresa Pecom se vendió a la brasileña Petrobras. Otra señal de la desargentinización del empresariado argentino es un pequeño ejemplo personal. Todas las semanas almuerzo con dos anunciantes, y en ésta me tocó la mayor empresa de bebidas, cuyo CEO es brasileño, y la mayor de telefonía celular, cuyo CEO es mexicano. ¿Qué habríamos hecho en Argentina si hubiéramos contado en el país con la persona más rica del planeta como es Slim en México?

“La Asociación Empresaria Argentina la integran 73 dueños de empresas o CEOs a título personal, que no defienden intereses sectoriales sino que plantean a la sociedad una visión pro empresaria, en el sentido de que las empresas son necesarias para el desarrollo del país. Tiene funciones distintas a la UIA: los popes de AEA delegan a sus ejecutivos para ser representados” dijo –no curiosamente en off– un empresario a la revista Fortuna la semana pasada. Pero parece que ninguno de los dueños o CEOs de las principales empresas quiere asumir la representación de sus pares.

No es culpa sólo de Kirchner. Los empresarios argentinos deberán reflexionar sobre su falta de compromiso, convicción, voluntad y coraje. Si la sociedad no los comprende, no pueden ser ajenos ellos a esa imagen que construyeron. Todos terminamos siendo la máscara que elegimos o aceptamos vestir.