Diablos. María Julia y Alderete en los 90, Jaime (centro) hoy. |
Ser periodista en la Argentina es más entretenido que en la mayoría de los países del mundo. Aquí las cosas pasan a gran velocidad. Lo que a veces nos hace suponer que pasan más cosas.
No existe en nuestras playas el aburrimiento, pero el precio del boleto es el vértigo. Ernesto Sabato escribió que “el hombre no se puede mantener humano a esa velocidad [...] La serenidad, una cierta lentitud, es tan inseparable de la vida del hombre como el suceder de las estaciones lo es a las plantas [...] Lo peor es el vértigo. En el vértigo no se dan frutos ni se florece. Lo propio del vértigo es el miedo”.
Otra característica de nuestra idiosincrasia nacional, quizás indispensable para sobrevivir al vértigo, es el sincretismo, o sea la capacidad para conciliar doctrinas distintas y que no guarden una coherencia sustancial.
Si no, ¿cómo se explica que Pino Solanas le haya canibalizado votos al PRO en el Barrio Norte de la Ciudad de Buenos Aires, o que en esa misma ciudad, en las elecciones de julio de 2007, Macri haya resultado el candidato más votado y tres meses después Carrió haya sido la más votada, y hoy sea superada por el propio Pino Solanas?
¿O cómo explicar que , aunque más de un tercio de los porteños hayan votado a Pino Solanas o a Heller, con su pasado en el Partido Comunista, esto no quiere decir que a los habitantes de la ciudad más rica del país les resulta simpática la dictadura del proletariado?
El sincretismo nació en Creta (simbiosis + cretense), la isla griega donde sus habitantes siempre dejaban de lado sus diferencias y se amalgamaban en una sola fuerza para luchar contra invasores más poderosos, idiosincrasia que inmortalizó Plutarco en sus cinco tomos de Moralia.
La palabra extendió su uso a las fusiones religiosas y culturales que produjeron los procesos colonizadores donde distintas creencias se superpusieron e interrelacionaron dando origen a una nueva mezcla de componentes contrapuestos que sin llegar a ser un todo orgánico logran cierta compatibilidad.
La Ciudad de Buenos Aires es la vanguardia nacional de ese proceso de transculturación y mestizaje donde elementos en tensión, por la fuerza de la necesidad, se fusionan.
Hoy es difícil encontrar quienes recuerden haber elegido a Cristina Kirchner cuando hace sólo dieciocho meses obtuvo el cuarenta y dos por ciento de los votos. Parte del mismo fenómeno es el descubrimiento casi virginal y azorado de parte de la sociedad y del periodismo de figuras como el depuesto secretario de Transporte Ricardo Jaime. Ahora irritan sus motos, aviones y otras ostentaciones pero estaban desde hace seis años publicadas en varios medios. Hay que reconocerle a Elisa Carrió el haber hecho las denuncias que hoy todos asumen pero desde el año 2003. Probablemente las motos y aviones de Jaime no sean lo que más irrite sino –simplemente– que Néstor Kirchner y su “modelo” dejaron de ser útiles para la mayoría de las personas y recién ahora se esté predispuesto a ver lo que antes se prefería esquivar. Se especula que varios juzgados que tenía durmiendo causas contra funcionarios del Gobierno las sacaron del cajón y habrá otros “Jaimes” en el futuro cercano.
Lo mismo había sucedido con Menem y sus primeros “diablos caídos” que sirvieron para absorber la descarga catártica de quienes fueron por acción u omisión parte de lo que hoy critican y que, como en todo proceso de conversión, expresan con más virulencia.
Otro síntoma del vacío son y serán los “Borocotó” en todas sus variantes: tácitos y explícitos, de la última hora o la anterior. Alberto Fernández es el exponente de mayor peso de la última variante, y su sucesor al frente de la Jefatura de Gabinete, Sergio Massa, de la variante más reciente.
Legisladores electos por el Frente para la Victoria que harán el camino inverso de Borocotó, hacia Unión-PRO, e intendentes del Conurbano que ya jugaron a dos puntas en las propias elecciones: el escrutinio final en la provincia de Buenos Aires a nivel seccional, o sea la suma de los resultados locales de cada distrito, arrojó 2.374.446 para el Frente para la Victoria y 2.234.090 para Unión-PRO, o sea que sin el corte de boletas Kirchner hubiera tenido 140 mil votos más que De Narváez y otra sería hoy la historia.
Estos cinco días hábiles tras las elecciones del domingo pasado dieron lugar a nuestra afición por la telenovela. Versiones como “Kirchner le habría pegado una trompada a Massa”, “Kirchner le tiró un botellazo a Randazzo”, “Cristina culpó a Néstor por la derrota y Néstor respondió que estaba arrepentido de haberla elegido su sucesora” o “la Presidenta se fue gritando: ‘¿Así me apoyan ustedes? Van a terminar enterrándome’” pintaban sin anestesia el clima del fin de época que se vive.
Pero no habría que minimizar la capacidad de reacción que aún tiene Néstor Kirchner, la cual está muy lejos de ser la de De la Rúa en 2001 tras perder las elecciones legislativas de medio turno. El kirchnerismo terminó pero no Néstor Kirchner, a quien le quedan dos años de menguado poder pero con mucha capacidad de daño.
Tampoco habría que descartar que nuestra natural tendencia a la hibridez, de la cual el peronismo es su mejor expresión, vuelva a depararnos sorpresas como la de Pino Solanas quien, finalmente, obtuvo sus votos enarbolando las ideas del Kirchner de 2003.
Corolario. Un ejemplo del sincretismo son los chamulas, un pueblo indígena del sudeste de México, en la región de Chiapas. Descendientes de los mayas, su religión fusionó a la católica de los colonizadores españoles con los ritos primitivos politeístas de sus antepasados. Los chamulas tienen por costumbre rezarles a sus dioses para que los ayuden con sus múltiples problemas. Pero si estos dioses no “escuchan” sus ruegos, y no los ayudan, los dan vuelta, los ponen en penitencia de cara a la pared y comienzan a rezarle a otro.
Este domingo, muchos argentinos hicieron como los chamulas, pusieron de cara a la pared a Néstor Kirchner y comenzaron a esperar que las soluciones a sus problemas provengan de otros dioses.