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Soledad y poder

“Sólo sobreviven los paranoicos”, decía Bill Gates cuando todavía era él quien comandaba el crecimiento de Microsoft. “Sé que soy paranoico, pero no sabés cuántas veces me ha salvado la vida”, decía José Luis Manzano cuando era el todopoderoso ministro del Interior de Carlos Menem. El poder facilita el desarrollo de la paranoia porque desde una concepción de la vida darwiniana sobrevive la especie más fuerte.

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PLANETA K. Las nuevas oficinas de Néstor Kirchner en Puerto Madero. Junto a fotos de Cristina tiene cuatro televisores: dos dedicados a C5N, otro a TN y el cuarto a Telesur.

“Sólo sobreviven los paranoicos”, decía Bill Gates cuando todavía era él quien comandaba el crecimiento de Microsoft. “Sé que soy paranoico, pero no sabés cuántas veces me ha salvado la vida”, decía José Luis Manzano cuando era el todopoderoso ministro del Interior de Carlos Menem. El poder facilita el desarrollo de la paranoia porque desde una concepción de la vida darwiniana sobrevive la especie más fuerte.
Con su libro The Paranoid Style in American Politics, el historiador de la Universidad de Columbia Richard Hofstadter ganó el premio Pulitzer. El desorden paranoico que causa el poder no es sólo un fenómeno norteamericano y perturba también la conciencia de los políticos de todo el mundo. Como siempre, en mayor proporción, de aquellos que son más exitosos.
Es inevitable que el aislamiento de la vida cotidiana que impone la responsabilidad de conducir un país sea aprovechado por un entorno que se encumbra envolviendo al líder. Y no pocas veces ese círculo áulico contribuye a pronunciar la degradación mental del conductor, que termina atendiendo sólo aquellas voces que le devuelven lo que quiere oír. Atrapado en una realidad ficticia, concluye por redibujar al mundo tal como desea. Cuanto más poder, más riesgo de una mirada monocromática de los hechos.
Los medios de comunicación cumplen el rol de mostrarle un espejo de realidad distinto para que complete su panorama, pero no pocas veces terminan integrándose a su entorno con los mismos fines: sacar beneficios de mostrarle al líder sólo aquello que lo hace feliz percibir. Las nuevas oficinas de Néstor Kirchner en Puerto Madero podrían ser un ejemplo: de los cuatro televisores que cuelgan de la pared, dos difunden la señal de C5N, uno de TN y el cuarto, de Telesur, la cadena de TV multiestatal promovida por Venezuela.
Pero aun si el poderoso se dejase atravesar por los medios de comunicación y estos medios cumplieran su papel, quizá tampoco alcanzaría para compensar la soledad del poder porque allí es donde la paranoia comienza a actuar.
El político paranoico, compulsivamente recalentado, padece de manía persecutoria, en palabras de Hofstadter, “ve el destino en forma de conspiración”, no tiene en cuenta razones contrarias a los datos que confirman su prejuicio, duda de la lealtad de quienes lo rodean (reforzando su sumisión) y se percibe frecuentemente atacado.
El psiquiatra español Enrique González Duro, autor del libro La paranoia, dice textualmente: “Epecialmente se sienten perseguidos por los periodistas que no les son adictos o no pueden ser fácilmente convencidos”.
Entre sus síntomas, se encuentra “evitación de la intimidad por temor a dar información y que ésta pueda ser utilizada por sus enemigos; estado de alerta (detecta ataques inexistentes); autojustificación de sus errores; humor irónico; sobrevaloración y necesidad de un contrincante. Son personas obstinadas, rígidas y que siempre están a la defensiva. Suelen clasificar a los otros en dos grupos: los que están con ellos y los que están en contra”.
La lógica militar, preparada para el enfrentamiento, requiere cierto grado de paranoia y se irradia a la política cuando ésta es librada como una batalla.
Richard Hofstadter explica que el estilo paranoico en la política termina emulando al enemigo. También, que la política tiene tendencia a ser el escenario de mentes enojadas, lunáticas y desconfiadas.
Jaques Lacan, en De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, decía que “el orgullo y la agresividad constituyen su alma”. Hablaba de una ideología intoxicada de afectos, juicios petrificados y tendencias reivindicatorias.
Ejercer el poder tiene consecuencias físicas y produce trastornos mentales: ¿cuántos de sus colaboradores les dicen que no a Néstor o a Cristina y cuántos errores no les ahorran cometer? Para cuidar la salud de los ciudadanos y la de quienes los conducen, el poder tiene que ser limitado.