COLUMNISTAS
una vision enfrentada al optimismo de wall street

Stiglitz y Krugman afirman que la crisis todavía no finalizó

A un año de la emblemática quiebra de Lehman Brothers, Barack Obama advirtió que aún no se concretaron los cambios que necesita el sistema financiero, por lo cual no facilitará más “rescates”, una política que en todo el mundo consumió 10 billones de dólares. De todos modos, Obama está siendo muy criticado por el último Nobel de Economía, Paul Krugman, quien señala que el presidente y sus asesores mantienen vínculos demasiado estrechos con Wall Street y comparten su optimismo. También Joseph Stiglitz advierte que no terminó la destrucción del empleo ni levantó el consumo popular.

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El panorama mundial todavía deja bastante que desear en el primer aniversario del gran pánico financiero desatado en los Estados Unidos. Y parece ser, además, que aquel tormento no sirvió de mucha experiencia, porque los bancos que entonces parecían derretirse hoy amanecen más sólidos y más poderosos tras la gigantesca inyección de fondos estatales.

Dos Premios Nobel, los estadounidenses Paul Krugman y Joseph Stiglitz, elevaron sus críticas a los gobiernos republicano y demócrata por su condescendencia con Wall Street y siguen insistiendo en lo mismo en el día a día.

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Son conocidos los palos de Krugman porque acusa al sector financiero por haber desatado el terremoto económico, “mientras muchos de sus tiburones amasaron fortunas mediante actividades que eran inútiles, si no destructivas, desde un punto de vista social”.

Krugman denuncia que los “tiburones” siguen especulando, gestando animosidad y crispación en los contribuyentes, que han sido los bomberos de las principales instituciones: el Citi recibió en su momento un salvavidas de 45 mil millones del Estado y Goldman Sachs 10 mil millones de dólares. No miden consecuencias, realizan operaciones “de alta velocidad” y excesivamente rentables, basadas en informaciones que la población en general desconoce. Krugman sintetiza: “Nos hemos convertido en una sociedad en la que el dinero con mayúsculas va a parar a los actores malos, es una sociedad que recompensa generosamente a quienes nos hacen más pobres”.

Hay reiteradas informaciones acerca de una nueva burbuja a partir de pólizas de seguro.

Razones para el enojo. Si se siguen los hechos, Krugman y la gente, en general, tienen razones para el enojo. Porque muchas promesas se van en palabras.

Como ya se sabe, el Congreso de Estados Unidos impuso al gobierno de Barack Obama para que prohibiera salarios y primas en los bancos (que estuvieron en picada) que incentiven un “riesgo inapropiado”. Pero esos bancos apartaron, como una reserva, más de 40 mil millones de dólares para aumentar un 20 por ciento, por sobre cifras de 2008, los salarios y bonificaciones especiales de directivos y empleados.

Fiscales y funcionarios especialmente designados por la Casa Blanca para vigilar esos movimientos reclaman que el sistema de retribuciones debe cambiar, pero los protagonistas de Wall Street tienen tapados los oídos.

El empecinamiento de los banqueros ha obligado a Obama a advertir en los últimos días que “como no se han aprendido las lecciones de la caída de Lehman Brothers” y todavía hay signos de temeridad y escape de los controles, su gobierno no facilitará más “rescates”.

Obama justificó la ayuda por casi 800 mil millones de dólares que firmó, porque ello “impidió que EE.UU. cayera al abismo”.

Los rescates. En todo el mundo los planes de “rescate” sumaron la astronómica cifra de 10 billones de dólares. El terremoto de 2008 vino a confirmar que nunca, a lo largo del tiempo, tantos países juntos debieron hacer frente, al mismo tiempo, a déficits que subieron por encima del 12 por ciento del Producto Bruto Interno.

Krugman lo explica sin vueltas. Para este profesor universitario de lenguaje didáctico y expeditivo, el presidente Obama y los que integran su equipo económico tienen vínculos demasiado estrechos con Wall Street. Obama no estaría viendo lo obvio; es decir, no entiende por dónde pasa la realidad y eso es demasiado grave, juzga Krugman.

Serían los bancos los que están lanzando campanadas de extremo optimismo sobre una recuperación de la economía mundial que estudiosos e industriales no avizoran.

Una cosa, precisa Krugman, es el mercado de valores y otra el gran escenario donde se juega la economía, la real. Es cierto que se estaría asistiendo a una normalización del sistema. Entre 2008 y 2009 desaparecieron 114 entidades, en tanto entre 1987 y 1992 (la crisis financiera anterior), las bajas llegaron a 1.800; con el crack de 1929 y los años posteriores, llegaron a 5 mil las quiebras. Los inversores han comenzado a atreverse, en los últimos meses, a elegir más riesgos.

Todo ello, según Krugman, no demuestra alivio y no se expresaría ni en una mejora sostenida o importante del mercado de créditos ni en una salida de la recesión. Sólo se estaría dejando atrás el temible colapso.

Esto recuerda al economista español que dijo: “Llueve. En este momento llueve menos”.

La voz de Stiglitz. Joseph Stiglitz entiende, por su lado, que la crisis global no ha concluido: no ha finalizado la expulsión de mano de obra, el consumo sigue siendo débil (y se mantendría así por un buen tiempo), y si se mantiene el desempleo por encima de la tasa del 10 por ciento, habrá mayor morosidad. No se le ha puesto fin a la montaña de las deudas de las familias. Las causas que llevaron a la burbuja creada en los últimos años están presentes.

Que China crezca al 10 por ciento anual no modifica el panorama para las naciones desarrolladas. El mal momento persistirá por lo menos tres años más.

Frente al extremo optimismo de quienes confirman que lo malo ya terminó o terminará apenas iniciado el año próximo, otro economista norteamericano, Jeffrey Sachs, declara que la desocupación sigue creciendo en Estados Unidos y en Europa (casi 20 por ciento en España), mientras que el crecimiento será lento, con lo cual la problemática social, de zozobra o de protesta, seguirá estando en la agenda de los gobiernos. La falta de oportunidades golpea más a los jóvenes, que vagabundean sin rumbo. Los mayores de 55 años, dueños de una mayor capacidad y experiencia, sufren menos los embates de los despidos, salvo que los dueños de las empresas elijan ahorrar en salarios.

Otro fenómeno a tener en cuenta: en esta crisis se atrasa el tiempo de la jubilación, porque los ingresos han caído y los ahorros se los llevó la quiebra de los mercados.

Los optimistas dan por ultimada a la recesión que se arrastra desde octubre del año pasado; en tanto Asia continuó desarrollándose y asegurando que el sistema se agrieta cada diez años, pero se recupera en seguida. Es como confirmar que hay felicidad por decreto.

Bien se sabe que estos optimistas odian las visiones escépticas y no confían tanto en las variables que sí toman en cuenta los negadores del optimismo como los Nobel Krugman, Stiglitz, más el aporte de Sachs y una larga lista de analistas europeos. El único que se autodefine como “pesimista” es Krugman. Por su lado, Stiglitz prefiere el calificativo de “realista”.

Sí es cierto que la pronosticada fiebre de proteccionismo no se cumplió a rajatabla en todo el mundo. Un estudio encargado por el G-20 y la Organización Mundial del Comercio (OMC) considera que un grupo de países encaró la protección valiéndose de aumentos de aranceles y medidas no arancelarias, entre ellos la Argentina, pero no ha sido una estrategia internacional, única en todos.

El proteccionismo es una tentación cuando asoman problemas laborales intensivos, y esas barreras concluyen afectando las inversiones y el comercio internacional. Además, todo deterioro del mercado laboral se refleja en un bajón del crecimiento potencial.

Por supuesto: se han lanzado en los países afectados “medidas de estímulo” después de largas discusiones. Por el lado de la demanda y por el de la oferta. Muchas de ellas, empero, aumentan los déficits presupuestarios, porque aparejan o bien obligan a cortes del gasto público o retoques hacia arriba de los impuestos.

¿Por dónde pasa el camino razonable? En algunas geografías, aporta Sachs, han funcionado los estímulos, como por ejemplo en China. Como las colocaciones chinas en Estados Unidos disminuyeron notablemente y la producción se contrajo, en consecuencia, el gobierno de Beijing elevó el gasto en obras de infraestructura y ofreció oportunidades laborales a los que quedaron sin empleo en la construcción de subterráneos en las principales ciudades.

Parece ser que cuando las condiciones de la población apremian, el equilibrio no es para nada fácil y resulta muy complejo mantener estabilidad fiscal, monetaria y pureza de las cuentas públicas, alejando los fantasmas inflacionarios.

Un asunto que los observadores subestiman es el estudio de las recesiones anteriores, que indica que, si nacen a partir de crisis financieras, las recuperaciones demoran cada vez más.

 

*Periodista especializado en economía.