El aceleracionismo es una doctrina desarrollada a mediados de los noventa en la Universidad de Warwick alrededor del pensamiento desarrollado por el filósofo inglés Nick Land.
Tecno-terror. El recorrido de Land es poco habitual para los cánones académicos. En sus escritos combina la teoría filosófica con la ciencia ficción, y la literatura. De hecho. hoy vive en Shanghái (quizás la ciudad tecnológicamente más avanzada del planeta) escribiendo cuentos de terror. Sintetizar las ideas del aceleracionismo no es tarea fácil, pero se pueden reunir algunos de sus vectores principales. En primera instancia, la era del capitalismo industrial iniciado en el siglo XIX habría llegado a su fin reemplazado por el tecnocapitalismo. Una consecuencia, hoy palpable, es que los algoritmos comienzan a substituir al ingenio humano en la toma de decisiones. Desde esta perspectiva la “tecnóesfera” reemplazaría a la biósfera, poniendo en juego la propia definición de la vida humana. Este proceso además de irreversible tiende a acelerarse, y dónde el capital se disocia del trabajo.
Los flujos financieros internacionales serían hoy la punta del iceberg de la nueva etapa dado que buscan independizarse del control de los estados nacionales. El más claro ejemplo lo dan las cibermonedas que buscan funcionar autonomizadas de los bancos centrales, mientras que estos buscan estrategias para controlar la creación de este tipo de moneda.
Tácticas. La imagen de un mundo ultraproductivo sin trabajadores espanta a todos. Por eso se plantean diversas estrategias por izquierda y derecha para poner bajo control este fenómeno. Desde ciertas posturas progresistas se plantea un movimiento “slow” como forma de resistirse a la velocidad del tecnocapital. El desarrollo de productos biosustentables y alejarse de los patrones culturales globales serían algunas de las prácticas que se plantearía el movimiento que elogia la lentitud. Otra respuesta antiaceleracionista es la reintroducción de los muros nacionales con el desarrollo de políticas locales, así también como el freno de los flujos financieros. El impuesto a Google y la reintroducción de la vieja idea de la tasa Tobin (un impuesto a las transacciones financieras internacionales) se discute en la Europa de hoy.
Puede parecer distante este panorama de los efectos de la globalización, sin embargo, se pude observar que la pandemia del Covid-19 está estimulando nuevos cambios veloces en la configuración de la formación capitalista, cuya infraestructura se viene preparando hace años con los avances en robótica, inteligencia artificial, mayor velocidad en las conexiones inalámbricas (5G) y el nacimiento de la internet de las cosas. Esto traerá efectos en el corto plazo en la región y en Argentina en particular porque las empresas trasnacionales parecen iniciar un nuevo ciclo de relocalización de sus unidades productivas. La noticia de esta semana fue que Basf y Axalta cerraron sus plantas en Argentina. Esto no sorprende, ya que se suman a otras que importantes que abandonaron el país en el ocaso del gobierno de Mauricio Macri, como Nike, Wrangler, Telecom (vendido al Grupo Clarín en 2017) o aerolínea low cost Norwegian.
El peso de las compañías multinacionales en el país es muy grande. De la Encuesta Nacional a Grandes Empresas del Indec de 2018, sobre una muestra de 500 de las firmas más grandes del país, 313 tienen participación accionaria extranjera, mientras que 187 son de capital local. En términos del valor producido las de capital extranjero representan casi el 78% del total.
Brotes negros. Durante la gestión de Mauricio Macri se esperaba que a la luz de la apertura del cepo cambiario (que terminó reintroduciendo) y la presencia de un gobierno promercado llegara la “lluvia de inversiones”, pero sólo hubo sequía. No solo no llegaron, sino que se terminaron retirando. A diferencia de los años `60 con la guerra fría hoy las “multis” tienen todo el planeta a disposición y pueden elegir donde localizarse.
Los términos que este tipo de empresas ponderan a la hora de instalarse en un país forman una ecuación que incluyen una serie de variables diversas: una economía medianamente estable, la existencia de un mercado interno consolidado (sobre todo para empresas de consumo masivo), un tipo de cambio estable, bajos salarios, facilidad para la contratación/despido de trabajadores, bajos impuestos (o facilidad para operar desde el exterior, una mano de obra calificada y facilidad para importar o exportar insumos o productos finales. Por supuesto otras industrias como la minera pueden trabajar en otras condiciones como las que extraen el coltan en África Central en medio de guerras civiles infinitas.
Retos. Un interrogante invisible en una Argentina que prefiere discutir cuál es el rol de Sergio Berni es, en lo inmediato qué pasará con las empresas que se retiran del país, si las locales podrán ocupar ese lugar en reemplazo de las internacionales, o si sólo quedará la solución de importar esos bienes.
En el mediano plazo las discusiones deberían apuntar a generar empleo de calidad, con un desarrollo sustentable. Quizás una alternativa sea la generación de empresas mixtas entre el Estado y las empresas privadas, con el objetivo de desarrollar la industria creativa y del conocimiento. Es indudable que la Argentina nunca podrá competir con China, pero sí por ejemplo podría producir baterías para celulares y automóviles eléctricos en vez de exportar el litio a granel. Países como Canadá o Australia lo han realizado con éxito en diversos vectores industriales logrando un equilibrio entre la producción agropecuaria y la industrial. También Italia logró en su momento integrar a las pequeñas y medianas empresas en los llamados clusters productivos que permitió que un inmenso número de empresas pudieran no sólo sobrevivir sino incrementar su producción en un proyecto más amplio.
Quizás la pandemia y ese tsunami enorme que enfrenta la economía argentina sea la oportunidad para construir una tabla de surf que permita sortear esta oportunidad con algún éxito y construir un país diferente del que hemos conocido.
*Sociólogo (@cfdeangelis)