COLUMNISTAS
Instantes

Terrible y milagroso

Cristina Fernández en boca del mundo
Reacciones en el mundo | equipomultimedia

“Mi amor la protege”, decía el cartelito colgado en la puerta del almacén. Sí, porque su dueño se empeña en llamarlo almacén. Yo solo quería galletas marineras y café para despertar de la noche atónita del 1º de septiembre. No podía olvidar aquel gesto de Cristina, tan endeble y noble: la retracción minúscula e inmediata, como un rezo sin forma al destino inverosímil, un apretar de labios acostumbrados a enfrentar, a decir a viva voz, pero en ese casi fatal momento, desprotegidos, formulando quizá la última palabra, la que no sabemos que vamos a decir. Contuve la respiración en esos segundos terribles, milagrosos, escuchando la detonación sin fuego, el asesinato sin muerte. El sol sin luz. La oscuridad depuesta por el amor indemne. Los noticieros ajustaban el plano. Cada vez más cerca, hasta llegar a la distancia exacta, los centímetros absurdos, imperdonables. El arma en la cara. Y de nuevo advierto su rostro en retraída, la cabellera rojiza, brillante, y los ojos hacia abajo, sin miedo, rechazo espontáneo y directo a la violencia ejercida contra ella en el instante del odio interceptado por el azar benefactor. Violencia intrusa, violencia individual, carroña del poder; violencia fuera de lugar entre abrazos y firmas de libros, canciones, choris. Siguieron tiradas de pelo, empujones, corridas, lo real tragándoselo todo. 

El azar es el primer autor. Luego vendrán las conjeturas, la ley, y hasta la fe. El guion de la humanidad es complejo. Pero esos instantes únicos, de eternidad incipiente, no se vuelan de la historia sin dejar un borrador. Tal vez, imborrable. 

El sentir de los sentidos

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

A las 8 en punto el hombre abría su almacén. Esa noche no había dormido. Miraba las estrellas como encantado sorbiendo con alegría la luminosidad reveladora, “Sí, mi amor la protege”. Lo pensó con tanta fuerza que quiso escribirlo, provisto de la absoluta seguridad con la que manifestaba creer solo en lo que veía: “Ni en Dios, ni en el pobre de Cristo, tan castigado”. 

El cartelito con su escrito se bamboleaba en la puerta, últimos empujones del viento.

Mientras le pido las galletas, continúa diciéndome: “Mi amor la protege, lo sentí al levantarme, y yo no soy nadie y todos… También mi amor te protege a vos, a aquel árbol, lo que mire… Ojalá el tuyo también proteja”. Sonreímos a punto de llorar. ¿Tan temprano despuntan las conversaciones increíbles de los barrios? Almacén, qué almacenará en sus ojos, pensé. Y la palabra volvió escrita de otro modo, alma zen. Sentí el crujido de la galleta y me tranquilicé. Regresé caminando, dispuesta a creer en la humanidad, a pesar de todo y con todo mi pesar.