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Tiempos paranoicos

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Paranoia. Ocupan el podio personajes como Hitler, Stalin, Putin y Trump. | cedoc

La paranoia política es una patología que aqueja a personas hiperracionales con tendencia a la megalomanía y a controlarlo todo. Es un concepto muy útil para estudiar las manifestaciones patológicas del poder, e ilumina categorías como las del tirano o el déspota, además de servir para entender el aspecto carismático de los populismos y de muy diversos fundamentalismos. En un ensayo publicado en noviembre de 2017 en la revista de filosofía Hybris, el vicedecano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, Antonio Rivera García, define de esa manera al rasgo de identidad que hoy se extiende peligrosamente entre los líderes mundiales, y que tiene su expresión propia e inocultable en nuestro país. La paranoia política, añade el filósofo, exaspera los antagonismos y ofrece una visión dualista del cosmos y de la política. 

En su ensayo, Rivera García retoma la visión de Freud sobre el sujeto paranoico. Para el padre del psicoanálisis ese sujeto procura defender su identidad a través de una estrategia patológica que se reduce a expulsar, a poner afuera, aquello que no soporta de sí. Todo lo conflictivo, todo lo peligroso está en el exterior, en el mundo y en los otros. De esta manera distorsiona no solo su visión del mundo, sino también los límites entre su identidad y el exterior. Todo lo que esa persona no percibe como parte de sí es el otro, es lo otro, la acechanza. Y siente que la alteridad conspira contra ella. La mirada paranoica sobre la vida y sobre los otros produce relatos delirantes a través de los cuales el paranoico intenta confirmar sus sospechas, sus temores y hasta justificar sus ataques preventivos (“Como sé que conspiras contra mí y que me vas a atacar, te ataco primero. Te hago lo que sé que vas a hacerme”). El paranoico no conoce la culpa ni el arrepentimiento, tiene una imagen ideal de sí y, en palabras de Rivera García, “si por algo se caracteriza, es por radicalizar las diferencias con un enemigo al que culpa de todos los males”.

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Jamás, y menos en política, un paranoico admitirá que el inconsciente existe y que muchas de sus conductas se originan en esa plataforma submarina de la psiquis, en la que oculta sus propios aspectos negados y rechazados. Quien le sugiera esto, aun con el propósito de ayudarlo, se convertirá en un nuevo enemigo, un nuevo conspirador que confirma sus sospechas y aprensiones. El otro es siempre maligno. Tras extenderse con rigor y claridad en los aspectos de la paranoia y de su manifestación política, el filósofo español propone pensar en esos políticos “que, en vez de asumir una derrota electoral y culparse a sí mismos, a su falta de empatía con el electorado o a cualquier otro defecto personal, emprenden al día siguiente de la derrota, sin tiempo para el duelo, para asimilar la pérdida del objeto más deseado, una frenética guerra contra el adversario que lo ha derrotado en las urnas. Guerra en la que ese enemigo político encarna el mal absoluto”.

Si se revisan aquellas cotidianas y abrumadoras cadenas nacionales que disparaba en el ejercicio de la presidencia y los tuits, cartas, inauguraciones de cines patagónicos y mensajes de WhatsApp que a los que apela actualmente la vicepresidenta (especialmente su último opus, dedicado a la Corte Suprema), es posible detectar muchas de las características del fenómeno descripto por Antonio Rivera García. Aunque quizás provoque en ella una herida narcisista el hecho de no ser pionera en esas manifestaciones. En materia de paranoia política el podio lo ocupa, en la modernidad, Hitler, seguido de cerca por Stalin, y en el plantel no pueden faltar los nombres de Putin, Trump, Chávez, Maduro, Ortega y varios de los personajes a los que el presidente Fernández gusta lisonjear. Y si bien Fernández también se autorretrata como inocente de sus propias promesas incumplidas, de sus flagrantes transgresiones (como la fiestita de Olivos, redimida con dinero), de sus dichos y negaciones de lo dicho y de otros dislates, lo suyo atañe más a la responsabilidad (o su ausencia) que a la paranoia política.

*Escritor y periodista.